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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En Cannes

Los maliciosos llevan años diciendo que los festivales arrojarían un distinto balance crítico y medallista si se proyectaran las obras sin títulos de crédito

David Trueba
Jane Campion
Jane Campion

Un año más el Festival de Cannes ha dejado sabor agridulce. Para muchos su sección competitiva se ha convertido en una lista de fieles, nombres que se repiten en un pacto de familiaridad. Por suerte, el festival tiene un vientre de ballena, poblado de secciones diversas, mercados y presentaciones, que al final reúne a la industria más allá del palmarés. Pero este año la presidenta del jurado, Jane Campion, recordó que tan sólo una mujer, precisamente ella por la sobrevalorada El piano, había ganado la Palma de Oro. Resulta significativo si lo contrastamos con la mucho más corta vida de los Goya donde ya han ganado el gran premio tres mujeres.

La crítica francesa ha apuntado a la mano de Campion para lograr un premio destacado y sorpresivo, aunque no la Palma, para Las maravillas de Alice Rohrwacher. Pero quizá el error en festivales y premios que florecen en las actividades culturales y artísticas reside en la hiperrelevancia del autor, que empobrece el juicio sobre la obra misma. Los maliciosos llevan años diciendo que los festivales arrojarían un distinto balance crítico y medallista si allí se proyectaran las obras sin títulos de crédito. En la dialéctica de género, Cannes incluye un Palma Queer, un galardón independiente que premia a la mejor película gay que se haya proyectado en sus secciones y que en cinco años, curiosamente, siempre ha premiado a películas de directores hombres.

Pero puestos a denunciar discriminaciones en Cannes, los españoles harían bien en sentirse igual de maltratados que las mujeres directoras. La Palma de Oro sólo la ganó Viridiana, de Buñuel, y compartida con una olvidada cinta francesa, en 1961, justo al año siguiente de La dolce vita. Estamos lejos de vivir dos Palmas de Oro consecutivas que resistan así de bien el paso del tiempo, verdadero tribunal de cualquier obra. Pero desde entonces los españoles, aunque Almodóvar ha rozado el máximo galardón varias veces, ni siquiera son invitados a competir. Viridiana recibió al día siguiente el castigo del Vaticano a través de sus órganos de censura y terminó prohibida en nuestro país, costándole el cargo al burócrata franquista que subió ufano a recoger la Palma, por lo que la única victoria se transformó en esperpento nacional. Pero eso es otra historia.

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