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¿Cómo es la mejor película de 2013, según Tarantino?

La israelí ‘Big bad wolves’ esconde bajo su apariencia de ‘thriller’ una apabullante crítica contra la violencia del Gobierno de su país

Gregorio Belinchón
Fotograma de 'Big bad wolves'.
Fotograma de 'Big bad wolves'.

“No solo es la mejor película que se pueda ver aquí, en el festival de Busan [en Corea del Sur], es que es la mejor película del año”. Tarantino abrió la boca el pasado mes de octubre, dijo esa frase —por la que pagaría millones cualquier publicitario de una distribuidora— y el mundo del cine se detuvo. ¿De qué película hablaba? De Big bad wolves, la segunda película de los israelíes Aharon Keshales y Navot Papushado, que ya habían llamado la atención con Rabies (2010), la primera película de terror de Israel. Pero Big bad wolves es otra cosa, más grande, merecedora del premio a la mejor dirección en Sitges, un thriller violento con grandes dosis de comedia acerca de dos temas serios: la pedofilia y la venganza. Con algo de la secuencia de Michael Madsen en Reservoir dogs y los interrogatorios de Malditos bastardos, era lógico que le gustara a Tarantino. En realidad Big bad wolves es muy, muy parecida a Prisioneros, de Denis Villeneuve: alguien que ha perdido a su hija tortura hasta la extenuación a un sospechoso de haberla violado y secuestrado, sin estar seguro de que sea realmente el culpable. La israelí se estrenó antes, en abril de 2013, que la hollywoodiense, que se vio por primera vez en septiembre en el mercado de Toronto, pero por los diferentes ritmos de la distribución, la estadounidense se ha estrenado antes en casi todos los mercados mundiales, incluido España. Ante eso, uno de los directores, Navot Papushado, tiene una respuesta soberbia: “Es el remake más rápido que se ha hecho en Hollywood de una película israelí”. Y estalla en carcajadas.

Keshales y Papushado se conocieron en la escuela de cine de la Universidad de Tel Aviv. El primero, cuatro años mayor, era asistente de profesor y conocido crítico de cine. El segundo, nacido en 1980, uno de sus alumnos. “Reconozco”, cuenta por teléfono Papushado, “que el alumno nunca será tan listo como el profesor. A Aharon le atrae cualquier tipo de cine, lo ve todo. Desde el ‘indie’ hasta el asiático. Y como crítico es único. A mí solo me va el mainstream, el cine pensado para el gran público”. Y remata entre risas: “No doy para más”. Papushado estaba entre el público cuando Tarantino soltó su frase: “Lo primero que pensé es: ‘Ya me puedo retirar’. En serio, fue increíble. Es como si te cruzaras con Elvis Presley y él alabara tu forma de cantar. Por supuesto, es uno de mis cineastas preferidos, y de mis mayores influencias. Aún me siento sobrepasado cuando oigo ese halago”.

La película llega más lejos que Rabies: “Sin tener mucho dinero, nuestro presupuesto era mayor. Pero sobre todo, teníamos más ambición cinematográfica, mejor guion, más ideas de qué hacer con la cámara. Nunca llegamos a entender por qué Rabies tuvo tanto éxito internacional, lo que sí es cierto es que sentíamos la presión de filmar un trabajo mejor… y que si fracasábamos los fans nos matarían”.

En Big bad wolves —su título original en hebreo es ¿Quién teme al lobo feroz?, parafraseando a la canción— hay una incisiva crítica social antigubernamental y antipolicial. “La violencia nunca arregla los problemas. Moralmente ese era nuestro motor. Vivimos en un país muy violento, y creíamos que algo debíamos de contar. Con nuestro thriller sé que jugamos con el público, porque duda si el torturado es culpable o no. Creo que el final provocará aún más debate. Hemos ido demasiado lejos con la violencia en Israel. Es tiempo de que paremos y nos preguntemos hacia dónde vamos, hacia dónde nos lleva esa violencia. Sí, Big bad wolves esconde unos enormes condicionantes políticos. No nos gusta la policía israelí, por ejemplo, que se ha convertida en una gran broma. Nuestros padres pusieron toda la confianza en el Gobierno, décadas después no queda nada de esa esperanza. En la película todos los personajes tienen un pasado policial o militar —como ocurre en realidad en Israel— para acentuar ese acerbo. El filme es una gran metáfora sobre la pérdida de confianza de la gente en las clases dirigentes”.

Sobre Prisioneros Papushado, tras bromear sobre si versiona a su trabajo, reconoce que le interesó como filme. “Es excelente, es un buen ejemplo de una gran película de Hollywood que aúna bastantes buenos mimbres como la dirección o los actores. En cualquier caso me gusta ver cómo se diferencian nuestras dos aproximaciones a un mismo tema”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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