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Hacia una revolución de la lectura

Roger Chartier, prestigioso experto en historiografía, reclama un profundo cambio de estrategias en el mundo del libro para afrontar la nueva era analógico-digital

Nave de la distribuidora Machado Libros, en Madrid
Nave de la distribuidora Machado Libros, en MadridCarlos Rosillo (EL PAÍS)

Una certeza: ni apocalípticos, ni románticos del libro y la lectura. ¡Bienvenidos al reino de la incertidumbre! Un territorio sin horizonte claro que desmiente cada día a los gurús, porque “lo único cierto es la inevitable convivencia de lo analógico y lo digital donde no se sabe cuál de los dos soportes dominará”. Es la constatación de la realidad, por si había dudas, que hace Roger Chartier (Lyon, 1945), uno de los más prestigiosos expertos en historiografía y director de la Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Sociales (EHESS), de París. Jubilación o salida de un mundo y llegada de otro donde, afirma Chartier, en su reordenación, la escuela y los medios de comunicación deben jugar un papel fundamental para preservar, conservar y reforzar valores centenarios que contribuyen a la mejor formación del individuo.

Aunque no se trata de una nueva era de un mundo recién hecho, a lo Macondo, donde las cosas son tan nuevas que no tienen nombre y deben ser señaladas con el dedo, sí deben ser renombradas, redefinidas, redescritas, reinterpretadas, recalificadas…

Una realidad vacilante que obliga, asegura Chartier, a varios cambios, empezando por la propia historiografía. “Todo debe ser más exigente, debido a los riesgos indomables de la Red, porque el lector fiscaliza el trabajo. Y a su vez hay que orientarlo y enseñarle a valorar y a moverse en el océano de Internet. Y esa es una carencia hoy”.

Todo debe ser más exigente, debido a los riesgos indomables de la Red, porque el lector fiscaliza el trabajo. Y a su vez hay que orientarlo y enseñarle a valorar y a moverse en el océano de Internet. Y esa es una carencia hoy

Palabras que sirven de epígrafe a Chartier, en un paréntesis de su curso Creación, edición y lectura: presente y pasado, en la Casa del Lector, de Madrid. Si el panorama descrito y analizado verbalmente, en estos cincuenta minutos de entrevista, se plasmara en una nube digital de términos, al estilo de un blog, las palabras más prominentes, por el número de veces usadas o el énfasis puesto en ellas, serían: maravilloso, riesgo, orden, cambio, inquietante, democratización, autoridad, confianza, prescripción, reforzar, coexistencia, transformación, yuxtaposición, identidad, amenaza, medios de comunicación, lector. Palabras y conceptos mentados, aquí y allá, por el autor de obras tales como El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación, en varios aspectos con un espíritu claro:

Una exigencia: Los historiadores tienen mejores herramientas de trabajo gracias al mundo virtual, lo que también es un riesgo porque “les obliga a una mayor exigencia en la comprobación de datos, escritura o citas, por ejemplo, porque el lector fiscalizará todo lo que diga y si se equivoca… La gente tiene la posibilidad de participar en tres aspectos: investigación, escritura y publicación en formato digital”.

Una duda: Es un mundo “maravilloso e inquietante” en el cual todos pueden aportar. La gran democratización de la creación y la divulgación. “Es una especie del sueño del pasado, como en la Ilustración, porque cada uno puede participar en la construcción del presente. Pero eso implica la desaparición del orden y del discurso instaurado desde Gutenberg donde hay un pacto de confianza sobre la profesionalización de lo publicado y ahora ese crédito científico es dudoso y aumentan los riesgos de la falsificación y las trampas”.

Una advertencia: Librerías, bibliotecas y medios de comunicación son los puntos más frágiles en el ecosistema del libro y la divulgación de la cultura. Por eso “este mundo dual requiere medidas urgentes. El fomento y la promoción de la lectura deben cambiar, reforzarse y adaptarse a los nuevos tiempos”.

Una petición: La revolución en la manera de crear, adquirir y divulgar conocimiento y cultura, además, de la posibilidad de la yuxtaposición de la información en la pantalla pide cautela. “No debemos quedarnos solo en la promoción de la lectura. Hay que ir más allá: trascender a los temas de siempre, a aspectos relacionados con el resto de la vida que hoy se complementan y desarrollan fuertemente en la Red, como la amistad, el amor y la socialización en general. La identidad electrónica es más manipulable que la tradicional. El Yo cambia. Hay que prestar más atención a esa dimensión filosófica del ser humano en el mundo analógico y digital que propicia un Yo diseminado”.

Una crítica: Se debe promocionar la crítica como modelo de formación de buenos lectores. “La crítica debe ser un juicio de presentación que dé conocimiento de lo que está en la obra. Más que adjetivar y coger el camino fácil, o decir que algo es malo o bueno, con juicios rotundos que pueden resultar más divertidos, se trata de dar elementos de juicio al lector y bases para que comprenda la obra y aprenda a valorarla por sí mismo. Es la manera útil de prescribir. También, hacer visible lo que no es tan visible, por ejemplo libros en otros idiomas o de otros países. Es una contradicción del mundo global donde se tiende dar más voz a lo que ya lo tiene y se descuida lo que no lo tiene, cuando esto puede abrir nuevas vías de conocimiento”.

Una alianza: En un mundo con sobreinformación gracias a Internet, y ante la democratización a ultranza de creación y difusión que puede hacer cualquiera en la Red, se requiere de unos medios de comunicación y de una escuela que contribuyan, sobre todo a las nuevas generaciones, “a la enseñanza de aprender a discernir toda esa información, saber qué merece la pena, además de señalarles lo que es destacable. El prescriptor está en riesgo y no debe ser así. Debe cambiar sus estrategias. A lo mejor, una manera de atraer lectores es con la provocación y para llamar la atención desde la rebeldía, por ejemplo con una campaña que diga: ‘Leer es malo para la salud’. Y Roger Chartier ríe mientras improvisa más eslóganes en esa línea.

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