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Familias disfuncionales de clase alta

El cineasta rumano Calin Peter Netzer narra en 'Madre e hijo', Oso de Oro en Berlín 2013, una relación patológica edípica

Gregorio Belinchón
Fotograma de 'Madre e hijo', del director rumano Calin Peter Nezter.
Fotograma de 'Madre e hijo', del director rumano Calin Peter Nezter.

De la mente del guionista rumano Razvan Radulescu no salen comedias. Salen dramas, mejor aún dramones. Y a su veta creativa se han arrimado los mejores directores de su país: en su filmografía están Cuatro meses, tres semanas, dos días, Martes, después de Navidad, La muerte del señor Lazarescu, Ante todo Felicia y —ahora se estrena en España— Madre e hijo, de Calin Peter Netzer, Oso de Oro en Berlín 2013. Nezter se sentó con él a escribir esta historia brutal de dependencia maternofilial, que puede servir de trasunto de la vieja Rumania y de la nueva. “La película es más bien la descripción de una relación patológica, y nunca tuvimos como primera intención ahondar en lo social”, cuenta Netzer. “No era el objetivo, aunque claro, sí es muy importante que fuera de clase social alta. Esa relación patológica edípica, por estadística, sé que se da más en ese estrato”.

En Madre e hijo, Netzer disfruta mostrando que las familias disfuncionales no son “solo las pobres”: “Eso sí, no creo que sea más culpable la madre que el hijo, sino que las cosas han degenerado así. Las consecuencias de un matrimonio que fracasó han recaído en el hijo. A partir de ahí…”. Netzer reconoce que es cierto que los países del Este y los latinos son caldo de cultivo para estas relaciones. “Estudié el bachillerato en Alemania antes de volver a la Universidad a Rumania en 1994: sé de lo que hablo. ¿Cómo fue mi vuelta? Compleja. Yo lo deseaba, porque nunca me integré en Alemania, pero mis padres me reprocharon que no entendiera lo difícil que había sido para ellos, el sacrificio que hicieron por sus hijos al salir de Rumania. Ahora ya se han acostumbrado y como se acercan a la edad de jubilación se plantean también retornar”.

Durante el rodaje, Netzer intentó que los actores se olvidaran un poco de ese guion. “Necesito tiempo para explicarme. Yo soy muy controlador. Esta vez quise que el equipo se involucrara más. No significa que cada uno fuera a su bola, pero sí que me ayudara más, que no todo fuera yo y solo yo”. Lo cual no quita que se estuviese dos meses y medio encerrado con el montador. “Bueno, hable mucho con él. O con los actores, con los que charlé y charlé, ensayé mucho y así al llegar al rodaje lo habían absorbido, salía de ellos, el guion podíamos dejarlo de lado. El presupuesto era pequeño, nos obligaba al cinéma vérité, a la cámara pegada al actor”. Así el espectador completa el triángulo madre-hijo: es el tercero en discordia. “Esa era la idea”.

¿Por qué esta explosión del cine rumano en los festivales? “Existe esa ola, es cierto. Hemos aumentado la producción y no los presupuestos, lo que nos empuja a ser realistas, a mostrar trocitos de vida con mínimos medios. Por eso nos centramos en temas que conocemos bien. La honestidad en el cine es fundamental”. ¿Es la raíz latina común la que hace que el público español aprecie el cine rumano? “Puede que piense en festivales internacionales, pero en la gente. Me sorprende, lo reconozco”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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