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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El ojo

El ojo de Esther Quintana está cegado para siempre. El nuestro va camino de quedar igual de cegado, pero sin la crueldad física

David Trueba

Uno de los problemas habituales de los medios de comunicación para llegar a morder la verdad es la urgencia del proceso informativo. A la velocidad con la que transcurre la vida pública, no es fácil volver atrás, revisar la página, resituar al espectador en el pasado para ofrecerle la versión final de cualquier polémico suceso. Por eso la mentira es utilizada tanto en nuestra explanada política. Los que recurren a la falsedad lo hacen porque saben que cuando la verdad se abra camino será de manera tan tardía que estará caducada, que tendrá el sabor de una bebida gaseosa destapada desde hace meses. En el caso de Esther Quintana las cosas no han funcionado de manera distinta.

Esta mujer perdió el ojo durante la huelga general del 14 de noviembre de 2012 en Barcelona. Los jueces han tardado un año y medio en desmontar las versiones oficiales, que negaban el uso de las pelotas de goma, y han ratificado que la causa de la lesión no es otra que el impacto de ese material antidisturbios sobre el rostro de una mujer que no se encontraba en ninguna escaramuza violenta, sino a punto de regresar a casa tras participar en la manifestación. Quedan probadas la imprudencia y la desproporción y se desmonta una serie encadenada de mentiras, versiones manipuladas desde la autoridad para conceder que la única persona que dijo la verdad desde el primer momento fue la víctima.

El ojo de Esther Quintana está cegado para siempre. El nuestro va camino de quedar igual de cegado, pero sin la crueldad física. Quien debió dar explicaciones del suceso, aclararlo, reparar a la víctima, ha quedado muy atrás en la hemeroteca. El máximo responsable político seguramente ya disfruta de otra cartera de poder más discreta y confortable, y si repara en la sentencia será en un recorte de prensa que le prepara su gabinete junto al cruasán y el café de por la mañana, mientras la desproporción y la imprudencia siguen siendo su mejor estrategia profesional. Y la verdad se ha quedado en la cuneta, como una lata vieja y oxidada que miras al pasar a toda velocidad por la carretera y te hace pensar en quién tirará esas cosas por ahí que tanto afean el paisaje.

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