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Declive de Atom Egoyan y espesura verbal de Ceylan

Carlos Boyero

Creo que fue en el Festival de Cannes a finales de los ochenta y principio de los noventa cuando vi las primeras películas del director Atom Egoyan. Y me impresionó. Su temática era turbia y poderoso su lenguaje. Le obsesionaban las relaciones entre padres e hijos, las conductas patológicas de gente aparentemente cotidiana, el mal en sus muy variadas formas. Me turbó El liquidador, protagonizada por alguien de una compañía de seguros cuyo trabajo consiste en ofrecer ayuda y refugio a gente cuyas casas han ardido. Me emocionó El dulce porvenir, que describía los efectos devastadores y la pena inconsolable en las familias cuyos niños han sufrido un accidente en el autobús escolar. Exótica era una sórdida y emotiva historia ambientada en los bares de striptease. El viaje de Felicia mostraba el anverso y el reverso de un asesino en serie de mujeres jóvenes.

Y después se fue apagando el pulso expresivo de director tan complejo. Que su cine fuera minoritario y nunca alcanzara un verdadero éxito cada vez hacía más reducido el presupuesto de sus películas, los intérpretes eran anodinos o mediocres, todavía quedaban en sus guiones sus ancestrales fijaciones pero el talento morboso y lírico de Egoyan parece haberse esfumado hace demasiado tiempo.

Tanto la insustancial Devil’s knot, que se proyectó en el último Festival de San Sebastián, como The captive, que acaba de exhibir Cannes, parecen una lamentable caricatura de su viejo cine. Y es triste. The captive narra el secuestro de una niña por una pareja de sofisticados psicópatas, la tortura de los padres y su sentimiento de culpa por no haberlo evitado y la investigación de la policía a lo largo de ocho años, con una mujer negra particularmente afectada en el caso ya que ella también fue raptada cuando era una cría. Esta siniestra temática, que recientemente ha gozado de crónicas escalofriantes en la serie de televisión True detective y en la película Prisioneros aquí está desarrollada de forma tan torpe como poco creíble. Los personajes resultan falsos, el pretendido suspense genera aburrimiento, los actores y actrices están penosos, los diálogos y las situaciones son inverosímiles, todo desprende el olor y la factura de un telefilme convencional. La perturbación que antes lograba este director ha desparecido. Que Cannes haya seleccionado su última película parece un acto de piedad hacia su antiguo niño mimado. Pero en el fondo no le hacen ningún favor.

‘Winter Sleep’ dedica 200 minutos a contar algo que me parece vacío

Creo haberme interesado por alguna película del director turco Nuri Bilge Ceylan, concretamente Lejos, aunque haciendo memoria me cuesta recordar su argumento. O sea, que tampoco debió de impresionarme excesivamente. Pero sí tengo sensación de padecimiento con casi toda su filmografía, ya que los festivales se disputan su cine y casi toda la crítica le considera un maestro. Ante semejante popularidad y los múltiples galardones que recibe, me afano por encontrar la profundidad y la hermosura de este cine, pero en vano. No hay forma de que me desaparezca el bostezo ante sus presuntamente trascendentes historias. Y además, el metraje de sus películas cada vez es más largo. La anterior, Érase una vez en Anatolia, me resultó interminable, pero en Winter sleep, que acaba de proyectar la Sección Oficial, Nuri Bilge Ceylan se ha superado a sí mismo.

Dedica 200 minutos a contar algo que me resulta tan discursivo como vacuo, aunque imagino que se me escapa el arte y la trascendencia de su mensaje. Un actor, escritor e intelectual que ha huido de su viejo mundo para regentar un hotel en un pueblo perdido de Anatolia mantiene conversaciones inacabables sobre todo lo divino y lo humano, en agotadores plano y contraplano, con su joven y nada enamorada esposa, con una hermana amargada que le desmonta sus argumentos y le dice lo que no quiere oír, con un amigo en posesión de un nivel cultural similar al suyo y que ha enviudado, con la gente que trabaja para él, con los huéspedes que se alojan en el hotel, con el primero que pasa. En definitiva, que no para de largar. Pero la locuacidad de los personajes y las metáforas que seguramente acompañan a su existencia no tienen ningún poder hipnótico para este adormilado y embrutecido espectador. La culpa es mía, que no me entero de nada. Seguro que Winter sleep figurará en los premios del palmarés. Lo que es más arduo es que la distribución se la disputen ferozmente para estrenarla en los cines comerciales. Tres horas y cuarto sin que ocurra nada apasionante es demasiado tiempo.

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