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crítica | un castillo en italia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fines de raza

Sirve como testimonio del desarmante carisma y del refinado talento como guionista y directora de Valeria Bruni Tedeschi

Valeria Bruni Tedeschi, directora y protagonista de 'Un castillo en Italia', en una imagen de la película.
Valeria Bruni Tedeschi, directora y protagonista de 'Un castillo en Italia', en una imagen de la película.

En una de las primeras secuencias de Es más fácil para un camello (2003), el debut en la dirección de Valeria Bruni Tedeschi, Federica, trasunto de la propia cineasta, se sentaba ante su confesor y, tras subrayar que no estaba segura de si lo suyo era un pecado o una condición, confiaba al sacerdote: “Soy rica. Soy muy rica. Tremendo. Como un pozo sin fondo”. Pensará el lector, con toda la razón del mundo, que no está el patio como para que cualquiera tenga ánimo de escuchar los desvelos de una pobre niña rica y mucho menos de simpatizar con un sentimiento de culpa expresado en clave de autoficción cómica. Sirva, pues, como testimonio no solo del desarmante carisma, sino del cada vez más refinado talento como guionista y directora de Valeria Bruni Tedeschi el hecho de que su impudicia lograba entonces y logra ahora, en su tercer trabajo como incuestionable autora —Un castillo en Italia—, imponerse a la violencia de clase que podrían espolear sus propuestas.

Tras la inédita en España Actrices (2007), Un castillo en Italia retoma las claves de saga familiar de Es más fácil para un camello en tonos mucho más crepusculares. Sin patriarca, pero con hermano agónico; sin ese álter ego de Carla Bruni que en la ópera prima encarnaba Chiara Mastroianni, pero con Louis Garrel haciendo casi de sí mismo (es decir, de hijo de cineasta legendario); sin ataúd difícil de cargar en vuelo, pero con castillo insostenible y un brueghel subastado, la película habla de la deriva vital de una mujer fin de raza a quien el reloj biológico no concederá más prórrogas. Junto al mayor control en el manejo de tonos dispares y una visible elegancia expresiva, la película encuentra su fuerza en el juego de espejos entre la actriz y directora y su expareja, Louis Garrel: ambos asumen su condición de peculiares disonancias en sus respectivas líneas dinásticas. Su compartido desafío es el de articularse una identidad propia bajo el peso de las contrastadas tradiciones familiares que les han tocado en suerte.

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