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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Café irlandés

Me han seducido sus diálogos vivaces, con ritmo de serie negra; su doble recreación de un episodio histórico y una investigación periodística; su debate ideológico

Marcos Ordóñez

Café irlandés, que he leído estos días, parece una obra inglesa (un poco a la manera de Frost/Nixon) pero es argentina: la ha escrito y dirigido Eva Halac y se estrenó el pasado febrero en el San Martín de Buenos Aires. Me han seducido sus diálogos vivaces, con ritmo de serie negra; su doble recreación de un episodio histórico y una investigación periodística; su debate ideológico. Café irlandés parte de un relato magistral: las seis fulminantes páginas de Esa mujer, de Rodolfo Walsh, en torno a la oscura historia del cadáver de Eva Perón, embalsamado, robado y oculto.

Los protagonistas de la obra son Walsh (Guillermo Pfening) y Tomás Eloy Martínez (Michel Noher). La acción transcurre en 1961, seis años después de que el coronel Carlos De Moori (Guillermo Aragonés), jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército, secuestrara, por orden del dictador Aramburu, el cuerpo de Evita, expuesto en la sede de la Confederación del Trabajo. Cuando comienza la obra, Walsh ya ha escrito Operación Masacre, la piedra miliar del nuevo periodismo; ha vuelto de Cuba, enardecido por la reciente revolución, y ha fundado la agencia Prensa Latina, con Masetti y García Márquez, pero malvive de trabajos alimenticios. Tomás Eloy Martínez ha perdido su puesto de crítico de cine, muy popular, en La Nación: una reseña negativa provocó que Paramount retirase la publicidad.

Los dos van tras la pista de De Moori, de quien se dice que enloqueció por Evita y que sus superiores tuvieron que arrancarle el cadáver, desaparecido desde entonces: ahí, piensan, puede haber un excelente reportaje, muy bien pagado, para Paris Match o Life. El problema, claro, es conseguir que el coronel cuente su historia.

En una sucesión de cafés nocturnos, los jóvenes periodistas planean su estrategia. Walsh, hosco, apasionado, es un apóstol del reportaje: cree que las novelas “sacralizan la denuncia” y le restan efectividad. El dandy Martínez, irónico, cínico a ratos, defiende que la ficción es más amplia, más poderosa y da más dinero. Conoceremos al coronel, alcohólico, paranoico, atrincherado en su casa, donde acaba de estallar una bomba, y a su mujer (María Ucedo), el personaje más enigmático de la función, a la que obliga a vestirse como Evita, y de la que no llegamos a saber si es una víctima o es más manipuladora de lo que parece.

No destripo nada al decir que el texto de Eva Halac narra la crónica de un fracaso, de un reportaje que no llegó a existir, perdido en una niebla de datos contradictorios. Eso es historia conocida, tanto como la fascinante inversión de tornas que siguió, pues Walsh optó por la ficción y compuso su mejor relato, y Martínez, 10 años después, abrazó el testimonio con La pasión según Trelew. Quizás, para el espectador español, convendría ir un poco más allá y añadir al final algunos rótulos informativos. Decir, por ejemplo, que durante la dictadura Rodolfo Walsh pasa a la clandestinidad con los Montoneros, y en 1977, tras concluir su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, cae en un tiroteo con los militares. Y que Tomás Eloy Martínez, jefe de redacción de Primera Plana, el mítico semanario de Jacobo Timerman, ha de exiliarse por amenazas de muerte, y a su retorno escribe, quizás en homenaje a su amigo de juventud, la celebradísima Santa Evita, fusión de crónica y ficción a partir de los lejanos hechos narrados en Café irlandés.

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