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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Entre copas

Conocemos la dimensión narcótica que ejerce sobre la sociedad, convertido el fútbol en el opiáceo favorito para los tiempos de precariedad y desamparo

David Trueba

En el mismo instante en que Cristiano Ronaldo marcaba un precioso gol de espuela que no solo incendiaba el final de Liga, sino que igualaba el partido en el tiempo límite, el programa de Jordi Évole enunciaba alguno de los vicios financieros que se ocultan detrás del fútbol. Íbamos así de lo extremadamente bello a lo extremadamente sucio en un mismo gesto. Ocurría horas después de que, en Roma, la final de la Copa sirviera para documentar la irracionalidad y la violencia que rodea a este espectáculo. Sabemos de su maravillosa capacidad para generar emociones y resoluciones de una brillantez asombrosa, pero también conocemos la dimensión narcótica que ejerce sobre la sociedad, convertido el fútbol en el opiáceo favorito para los tiempos de precariedad y desamparo.

En Brasil, donde la celebración del Mundial ha despertado más recelos que pasiones, no es difícil observar el denodado esfuerzo de las autoridades por tapar la violencia y la pobreza en las estampas publicitarias del campeonato. Nao vai ter Copa se ha convertido en un grito de protesta y rechazo, que niega los fastos y los dispendios organizativos frente a las carencias sociales. Es un conflicto de prioridades que amenaza con poner en solfa uno de los Gobiernos más estables y reconocidos del continente americano. Así que podría ser que el fútbol causara por una vez no la dormidera nacional, sino su despertar indignado.

Algo así no sucedería jamás en nuestro país, donde el fútbol sigue siendo la marca nacional y, de manera muy gráfica, cuando el Gobierno habla de la importancia de la marca España, ya son muchos, incluida la propia empresa periodística en sus anuncios, los que bromean con la certeza de que es al diario Marca lo que señala su subconsciente, con la cabeza metida en la burbuja futbolística para aislarse de los problemas sociales. Empresas pantalla, paraísos fiscales, lavado de dinero negro rondan la desmesura de un negocio que tiene la suerte de colocar en su vertiente más visible la habilidad, el esplendor y las emociones mejor teatralizadas. El Eibar y el Rayo han protagonizado este año las hazañas más calladas y ejemplares, pero nada evita la sensación de que el aplauso y el asombro corren un velo cegador sobre el teatro de títeres.

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