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En París, el tatuaje es todo un arte

El Museo de las Civilizaciones del Quai Branly propone un fascinante viaje por el universo de las pinturas corporales y su simbología cultural, social y religiosa

Isabel Muñoz retrató así, en 2006, el violento mundo de las maras centroamericanas. Obra incluida en la exposición.
Isabel Muñoz retrató así, en 2006, el violento mundo de las maras centroamericanas. Obra incluida en la exposición.

No hay una época histórica ni una zona geográfica en la que el ser humano no se haya tatuado la piel. Es la tesis de la vasta exposición que, bajo el título Tatoueurs, Tatoués (Tatuadores, Tatuados) abre hoy sus puertas en el parisiense museo de las civilizaciones del Quai Branly. Aunque el origen de la palabra se remonta al siglo XVIII, cuando la tripulación del capitán Cook observó por primera vez los tatau de Polinesia y marcó el inicio de una fascinación mundial, el descubrimiento de los restos del hombre del hielo Ötzi en 1991 con más de 50 pinturas en su cuerpo fue la prueba de que el tatuaje existía ya hace más de 5.000 años.

De las épocas ancestrales a sus reproducciones contemporáneas, el fascinante viaje del tatuaje tiene un sinfín de simbolismos y de evoluciones que dan prueba de su riquísima historia. Entre influencias cruzadas y la incesante evolución de la técnica, la práctica artesanal ha dejado lugar a una reivindicación artística con sus propias corrientes y maestros. Un arte definitivamente vivo, a semejanza de su lienzo, la piel, consagra la muestra, que reúne más de 300 piezas.

300 piezas, desde fotografías, agujas o vídeos, dan cuentan de esta práctica

“Queremos demostrar la estructura del tatuaje de hoy en día, aunque para ello pongamos en perspectiva las diferentes influencias”, explica Stéphane Martin, director del museo, además de gran aficionado y experto en la materia (aunque nunca muestra sus propias marcas en público). “Es a la vez un arte, algunos dirán que menor, pero con sus grandes maestros, y un fenómeno increíble de diálogo entre culturas”, apunta Martin, quien va más allá en lo referente a esta práctica milenaria: “Es una suerte de maqueta de la mundialización: recupera microfenómenos que luego se reapropian... y nosotros exploramos luego cómo circulan esos motivos”.

“El tatuaje es un tesoro común a toda la humanidad”, resalta sin rodeos el comisario Julien (cuyo apellido nunca revela). De su simbólica ritual ancestral en tribus del mundo entero hasta su erradicación durante la colonización, su uso como estigma de castigo, como los esclavos romanos o el código negro que en Francia marcaba a las prostitutas, hasta su sorprendente uso terapéutico contra la artrosis durante la época Calcolítica (3.500-3.100 antes de Cristo), Julien explora toda la paleta histórica y geográfica al respecto.

Pinchazos básicos

Tatuadores, Tatuados analiza en el Museo del Quai Branly hasta el 18 de octubre de 2015 los orígenes de este arte desde las sociedades primitivas hasta el mundo globalizado.
El recorrido incluye unas 300 piezas que muestran todas las épocas.
La propuesta está comisariada por Anne & Julien, especialistas en contracultura y editores de la revista Hey! Modern Art & Pop Culture. Para ello han contado como consejero con Tin-Tin, gurú del tatuaje francés.

Desde el siglo XIII y los viajes de Marco Polo, el tatuaje viaja al grado de las expediciones. Durante el siglo XIX, los hombres tatuados se convierten en objeto de curiosidad en Europa y en Estados Unidos. En Japón, inicialmente seña de castigo militar, llega a su apogeo en el siglo XVIII gracias a la traducción de la novela china Al borde del agua, que relata la historia de los 108 bandidos tatuados, y a principios del XIX nace el traje corporal, tatuaje tradicional que cubre todo el cuerpo del cuello a las muñecas y los tobillos. En Estados Unidos, aunque presentes ya entre las tribus amerindias, el tatuaje se inspira primero en las referencias de la pintura europea antes de definir sus propios códigos, colores y trazos a principios del XX.

Si la práctica es milenaria y ha sido profundamente documentada —y la exposición participa también de ello—, su autodefinición como obra artística es reciente. A finales del XVIII aparece la noción de tatoo artist, pero el movimiento reivindicativo no llega hasta la segunda mitad del siglo XX. En este son claves artistas estadounidense como Sailor Jerry (1911-1973) y Ed Harly (nacido en 1954), que en los años sesenta viajan a Japón, donde redescubren el tatuaje ancestral y lo adaptan a las posibilidades modernas que brindan las nuevas tecnologías. Las grandes ferias de tatuaje en Estados Unidos en los setenta dan en paralelo el punto de partida a su reconocimiento mundial. A partir de los ochenta, el tatuaje se abre paso en galerías y museos.

El tatuaje es un tesoro común a toda la humanidad”,
afirma el comisario

Parte de la dificultad de consagrar como arte esta particular expresión se debe a su propia naturaleza: si un tatuaje es para toda la vida, también desaparece cuando lo hace el tatuado. Para sortear esta condición, los comisarios, Anne y Julien, especialistas de la contracultura y editores de la revista Hey! modern art & pop culture, han ideado una serie de 13 volúmenes: son reproducciones de diferentes partes del cuerpo cubierto por un tejido que imita el de la piel y que han sido trabajados para la ocasión por los grandes nombres actuales del tatuaje, desde el gran gurú francés Tin-Tin, conocido como el tatuador de Jean-Paul Gaultier y consultante artístico de la muestra, hasta el japonés Horioshi III o el estadounidense Jack Rudy.

Queremos mostrar la estructura de esta expresión”,
dice el director del centro

La selección muestra las nuevas tendencias con la entrada del tercer milenio, entre las corrientes de reinterpretación de los géneros históricos y los que buscan romper esquemas y se vinculan a las artes gráficas y tipológicas. Las piezas realizadas especialmente para la muestra como expresión de la vitalidad actual de la práctica dialogan a través de las salas con más de 300 piezas históricas, desde fotografías, carteles, agujas de tatuadores —incluido un sorprendente aparato artesanal fabricado en una cárcel estadounidense con dos bolis bic y un pequeño motor—, dibujos, vídeos e incluso trozos de pieles tatuadas conservadas en ocasiones en formol.

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