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“Argentina está presa”

El poeta Arnaldo Calveyra participa en la Feria del libro de Buenos Aires con una nueva edición de su 'Poesía reunida'

Juan Cruz
Arnaldo Calveyra en un retrato de marzo de 2014.
Arnaldo Calveyra en un retrato de marzo de 2014.Ulf Andersen/Getty Images

Arnaldo Calveyra es uno de los más importantes poetas latinoamericanos vivo. Tiene 85 años, es de la provincia argentina de Entre Ríos y vive desde los veinte años en París. Ahora la editorial Adriana Hidalgo presenta en la Feria del Libro de Buenos Aires una nueva edición aumentada de su Poesía reunida y su narración Novela. Es también dramaturgo y ensayista. En su libro Si Argentina es una novela escribe: “Sobre nuestro país se podría escribir un cuento, una de esas féeries a las que tan aficionados somos. Su protagonista: un gigante sin nombre que mantuviera presa a la doncella…”.Sobre Argentina, la madre, la memoria y la poesía tuvimos esta conversación ayer en Buenos Aires.

Pregunta. Imagine que este periodista es un extraterrestre y lee esa definición suya de Argentina. ¿Cómo explicaría este país?

Respuesta. No sé. Ahora lo veo tan grande… Antes yo sabía mucho de la provincia, de las afueras, pero de pronto quisieron que todos viviéramos aquí, en Buenos Aires, y es tan grande el país… Millones de kilómetros, y había que venir: acá estaban las bibliotecas. Tantos kilómetros de país, ¿cómo no iban a salir cinco o seis poetas? Me fui de Entre Ríos gracias a mi madre; era pobre, inventaba la plata, mandaba el cheque, los huevos de gallina en cajas de madera. Ella vivía en el campo, mi padre era campesino, ella era maestra. Una maestra en el campo, ¿imagina esa experiencia? Éramos doce, murieron dos, quedamos siete chicos y dos chicas.

P. ¿Y esa definición, el gigante y la doncella?

R. Ah, sí. Es que este país está preso. Preso por la gente mediocre. La gente mediocre ha tomado el poder. Un país mediocre que tiene cinco o seis poetas. Eso, querido, es así. Es un misterio por qué ha sido poseído por la mediocridad. La gente es simpática, viene a la feria, va a escuchar poesía, necesita una valencia, están enfermos de carencia… Pero de pronto tienen en la cabeza como una revelación perversa y entienden que no se puede gobernar sin robar… Preso, un país preso por eso.

P. ¿Qué le produce a usted esa evidencia?

R. No se puede entender. No se puede entender que esa misma gente simpática que busca poesía tenga un punto en su conciencia en que les da lo mismo esta señora Cristina que aquel hombre llamado Alfonsín, que no se sabe que robara…

P. Usted mismo se hace esta pregunta: “Pregunta mirando al oeste: ¿hay un reposo de ser argentino?” ¿Su respuesta?

R. No, no hay reposo. Aquí están los amigos de la vida, aquí están los muertos de uno. Están enterrados acá, no son muchos, pero cuando alguien querido está enterrado en un sitio, ahí estás tú también de alguna manera buscando la forma de estar con ellos… Y no, no hay reposo de ser argentino. Estás lejos y estás acá, eso es así, querido.

P. Dice usted también: “Entonces, pastor de un país llamado Argentina, desembarcado en una ciudad (Buenos Aires) donde el espectáculo del despellejamiento colectivo era tan evidente como el día sucede a la noche…” Un panorama.

R. Lo escribí en 1958, siempre soy yo mirando; era un muchacho, pero ese muchacho mira lo mismo… Pero yo amo mi país, lo amo, es mi país… Aquí quería vivir para siempre, y entonces me fui, así pasan las cosas, amas y aún así te vas. Iba a dejar para siempre a mi madre. Eso es un dolor. Un dolor terrible irse y tu madre atrás.

P. Dijo de usted la escritora italiana Cristina Campo: “Mete miedo: transforma en alegría todo lo que toca”. Así es su libro sobre su madre, Cartas para que la alegría. ¿Cómo mantiene esa alegría?

R. Está adentro, y me acompaña, siempre. He estado en Nueva Delhi con mi hijo Beltrán, tan lejos. Y soy como ellos, como en España, tan simpáticos, esas ganas de estar. No tengo una explicación teórica para la alegría, está ahí, estoy contentísimo, ahora mismo lo estoy, me iría a vivir contigo…

P. La académica francesa Florence Delay se preguntaba si usted era “exclusivamente humano…”

R. Creo que no, fíjate. Me consustancio con un árbol, también me iría con él, o con los animales. Esa quizá sea la fuente de la alegría. El campo es el origen de todo, mi madre, las gallinas… Ahora voy a Mansilla, mi pueblo, quizá sea la última vez que vaya y entonces, mirá, van a tirar la casa por la ventana…

P. La última vez… ¿Le inquieta el tiempo, lo que queda por venir?

R. No, ¡noooooo! Pero está bien, está muy bien, querido. Está perfecto.

P. Aconseja el sustantivo, quitar adjetivos de la poesía y de la vida. ¿Cuál sería un sustantivo para su vida?

R. El otro día escuché a alguien en la calle decirle a otro: “Con su voz modesta”. Me quedé con esa frase, tendré que elaborarla. Pero no está mal la palabra “modesta”.

P. Dice que a Argentina viene a “desovar”, como las langostas. ¿Cómo ve este gran continente desde su isla de París?

R. Grande. ¡Pero no me saquen ni una coma de este continente! ¡Ni una coma!

P. Tuvo un gran amigo, Cortázar.

R. Y qué amigo. Me piden que haga un análisis intelectual de aquel hombre. No puedo. Era un verdadero amigo, jamás hubo una cosa fuera de lugar. Todo perfecto. Un amigo: más que eso y nada menos que eso…

P. ¿Cómo dejan ausencias así?

R. De pronto te haces el chancho rengo [el distraído], como si eso no pasara por ti. Pero vaya si pasa, y el vacío lo llenás como puedes… La muerte es fatal, fatal, quién la mandará.

P. El dolor, dice usted sobre su madre, es lo que te impide cantar…

R. “¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara”… Ah, es lo que anuncia el dolor: que ya no se puede más si estás triste.

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