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“A los autores jóvenes no les va el realismo... pero ven ‘Los Soprano”

El escritor Ignacio Martínez de Pisón publica su nueva novela, 'La reputación', relato de una familia de judíos sefardíes desde 1950 hasta el final del protectorado español de Marruecos

Carles Geli
Ignacio Martínez de Pisón, fotografiado en una barbería de Barcelona.
Ignacio Martínez de Pisón, fotografiado en una barbería de Barcelona.GIANLUCA BATTISTA

“No todas las novelas han de ser autoreferenciales y metaliterarias como parece ahora; en EEUU no se ha roto nunca la línea realista: ahí está Philip Roth, que me gusta mucho; desdeñamos el realismo español y apreciamos el de fuera, olvidándonos de Galdós, y yo quería tirar atrás, vincularme a una novela con estructura y desarrollo y personajes clásicos de la gran tradición realista”. Acude valiente Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) a esos referentes para enmarcar La buena reputación (Seix Barral), su nueva novela, tres años después de El día de mañana, por la que obtuvo el premio de la Crítica y el Ciudad de Barcelona.

No es gratuita la contextualización porque la obra es un novelón en todos los sentidos: 650 páginas de las inquietudes y mistificaciones de una familia de judíos sefardíes instalados en la Melilla de los años 50 del siglo pasado, a tocar del final del protectorado español de Marruecos. La buena reputación abrazará tres generaciones de esa familia, vista a través de cinco miembros, lo que le permite llegar hasta la España de la Transición… “Se trata de contar con la historia de un hombre, la de todos los hombres y con la de una familia, la de todas las familias”, prosigue decimonónico, consciente que empieza a construir con sus últimos libros (desde El tiempo de las mujeres a El día de mañana, pasando por Dientes de leche y el ensayo Enterrar a los muertos) un friso muy concreto de la vida de España. “No son los Episodios Nacionales pero sí quiero contar una época, la de la Transición; quizá construir la gran novela de un pequeño mundo desde diferentes ciudades y puntos de vista”. Parece madurar la idea ahora mismo. “No preveo, no relleno huecos históricos, pero quizá mis novelas sí empiezan a dialogar entre sí; me gustaría hacer, con diferentes personajes, la gran comedia humana de esa España”.

La buena reputación es su primer libro en tres años

Una ambición así igual reclama ese realismo que, admite, “no tiene ni pizca de prestigio entre los escritores jóvenes y me sorprende porque el cine y la televisión que consumen es realista: Mad men o Los Soprano hablan de una cultura popular como Balzac o Dickens lo hacían del XIX; si entras en las novelas y todas pasan a través de ti pierdes todo lo demás; la mía es una novela del nosotros, no del yo; indagar en los demás también es hacerlo de algún modo en ti; si sólo te interesa lo tuyo como escritor estas confundido: no debes escribir sino irte al psicólogo”.

Marca de la casa, la novela está sembrada de pinceladas –“Nabokov decía que la literatura está en el detalle, en lo que describe la historia”— que permite reseguir el desarrollismo español, la eclosión de la construcción y hasta la evolución musical, con un disco, Downtown, que el autor no duda en calificar de “la banda sonora de la novela: da idea de lo chapucero que era el país porque era una canción moderna de letra mal adaptada”.

A ese marco le añade el autor de Carreteras secundarias lo poco sabido (otro sello de identidad en su obra), en este caso el papel de los judíos sefardíes del Norte de África, que, a tenor de la narración, ayudaron a Franco en el alzamiento de 1936 a pasar tropas sublevadas a la península. “Había una gran banca judía en esa zona con gran influencia internacional y Franco, de cuando estuvo ahí, tenía amigos judíos poderosos que, con ese no querer queriendo, financiaron ese transporte”. La del dictador fue una actitud que en eso rozó la esquizofrenia: “Fue muy ambiguo: tenía ese punto de que los sefardíes formaban parte de la Hispanidad y por otro mantuvo la retórica antisemita hasta el último día, aunque permitió, sin reconocer el estado de Israel, que los servicios secretos israelíes, el Mosad, sacaran a 25.000 judíos del norte de África cuando acabó el protectorado. Se llamó Operación Yazhin”.

Es un relato del nosotros. Indagar en los demás es hacerlo en ti”

A esa labor se dedica Samuel, patriarca de la familia, que tras enriquecerse vilmente por ser confidente franquista, inicia una redención que nunca acaba hasta convertirse en una especie de Moisés de su pueblo. Por la técnica del narrador omnisciente del XIX, que sobrevuela los puntos de vista de cada personaje, el lector verá cómo todos regresan, en sus peores momentos, a sus raíces físicas o espirituales, experimentan una necesidad de atarse a una identidad, a un lugar, a una comunidad religiosa. “Ese retorno va ligado a la incertidumbre, el miedo al futuro ayuda a ello y eso favorece el regreso a lo tribal, lo que empobrece y reduce los sentimientos; muchos de mis personajes buscan un victimismo que les absuelva”. Ese planteamiento parece de una vigencia, con las relaciones Cataluña-España, total. “Estoy preocupado por el brote nacionalista e igual esa inquietud ha impregnado esta novela; mis personajes, ante el miedo al futuro por lo que significa el fin del protectorado, buscan el claustro protector; yo siento cierta incertidumbre también con todo este proceso, pero lo tengo claro: si Cataluña se independiza, yo me iré; no quiero ser extranjero en mi tierra”, asegura quien vive en Barcelona desde 1982.

Sorprende también en La buena reputación precisamente eso, que los protagonistas luchen por ella y por mantener cierta dignidad, lo que leído con los ojos de la España de hoy es, por lo menos, chocante. “Creo que se ha perdido más el valor de la intimidad porque la imagen, con las nuevas tecnologías, ya no es nuestra; la reputación, la dignidad, ciertamente, tenían más valor antes que ahora… Quizá por eso mis novelas acaban antes, en la Transición; los nuevos conceptos y la escala de valores de hoy requieren otro tipo de novelas”. Y remacha: “Tenemos nostalgia de la rectitud y la decencia; son los políticos quienes han perdidos esos valores y no nosotros, la sociedad; si no tuviéramos aun esos ideales, no estaríamos tan cabreados con ellos”.

Esos conflictos morales de los personajes hacen compañía a otra figura inseparable en la obra de Martínez de Pisón, la familia, laboratorio defectuoso que marca la existencia hasta el final. “Todos mis personajes son felices de pequeños; quizá porque yo fui un niño feliz; es lo único autobiográfico que se me ha escapado; los conflictos arrancan con la adolescencia y el salto generacional; pero siempre en algún momento comienza a estropearse todo; una familia es eso: empieza a fallar un engranaje pequeño que provoca una avería en las otras piezas y…”. También asoma en el ámbito doméstico la traición, otro leit motiv de su obra: “Sólo se puede traicionar a los tuyos, a aquella gente a la que estás unido por un vínculo de fidelidad; forma parte del repertorio de historias clásicas y digamos shakespearianas sobre la familia”.

La buena reputación destila madurez literaria. “Llevo ya 30 años publicando y creo haber logrado cierto oficio, que puedo contar bien cualquier historia pero desde hace un tiempo hay unas que me importan más, he acotado ya un territorio”. ¿Qué limita con? “España, años 60-70 y familias de clase media que suelen haber perdido un miembro… Me gusta retratar esa clase media; Galdós fue el último escritor de esa clase social; yo, a diferencia de él, tiendo a exculparles”. Y no le da miedo esa acotación: “Me gustan los novelistas que se repiten a sí mismo, que se reconozca a un autor detrás; sí, mis personajes podrían salir y entrar de una novela a otra; qué parte de la vida has de contar también es saber escribir”.

Camino, para hacer las fotos, en una vieja peluquería como la que rige uno de los personajes, Martínez de Pisón comenta la leyenda judía de los Tzadikim Nistarim, la existencia de los 36 hombres justos que salvarán el mundo. “Para tiempos aciagos y en descomposición es un mito bellísimo; que un grupo reducido de personas, secretas, tengan esa misión; esa idea de responsabilidad, por la que además no serás recompensado es bonita… Salvar el mundo, ¿algo muy decente, no?” ¿Se encontrarían hoy en Cataluña o en España? “Siempre hay 36”. Quizá entre ellos, un escritor.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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