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'IN MEMORIAM'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Alfonso Sáinz, el rockero que quiso volar

Diego A. Manrique
Alfonso Sáinz, sentado en el centro, con Los Pekenikes
Alfonso Sáinz, sentado en el centro, con Los PekenikesTONY LUZ

Conviene saberlo: en los círculos internacionales de coleccionistas de rock instrumental, Los Pekenikes están muy valorados y el nombre de Alfonso Sáinz se menciona con enorme respeto. No obstante, el grupo plantea problemas a los puristas: a lo largo de la docena de epés (discos de cuatro canciones) que grabaron para Hispavox entre 1961 y 1965, habían alternado entre los números instrumentales y los cantados.

Hay que concederles que tenían buen oído para los vocalistas. Contaron con Eddy Guzmán, Junior, Juan Pardo, Pepe Barranco. Con Pardo, lograron en 1964 uno de los pináculos del primer rock español: la chulesca versión de El soldado de levita.

Los Pekenikes encarnaron el dilema eterno que marcará al rock español desde su inicio hasta hoy: el deseo instintivo de reproducir fielmente los hallazgos anglosajones y el impulso de buscar una personalidad original tras explorar las formas autóctonas. Dejarse arrastrar por las tendencias de moda era sencillo, para músicos tan flexibles como ellos. Para 1964, aplicaban las lecciones de los Beatles en un tema de Alfonso Sáinz, Es mejor olvidar; al año siguiente, probaban a versionar a Dylan.

Pero la cabeza de Sáinz estaba en ebullición. De principio, su saxo diferenciaba el sonido de Pekenikes entre la marabunta de grupos marcados por las guitarras limpias derivadas de The Shadows. Alfonso decidió apostar por el folclor español: su primer gran éxito fue la adaptación de Los cuatro muleros, cuando todavía no era de rigor mencionar la aportación de Federico García Lorca. Siguieron, con menor impacto, El vito, El turururú o La gitana, simpática composición de Sáinz claramente inspirada por Flamenco, de Los Brincos.

Se luchaba duro por la emancipación artística. Las discográficas no vigilaban tanto a los conjuntos –entes autosuficientes, al fin y al cabo- como a los solistas, donde los directivos gustaban de ejercer su “creatividad”. Para los grupos, la consigna era grabar éxitos foráneos: “si ha funcionado fuera, tendrá que funcionar aquí”. El eclecticismo de Los Pekenikes les fue ganando margen de libertad; brotaron los sueños de crecer.

La eclosión definitiva llegó en 1966. Con un mercado discográfico en expansión, Hispavox adecuó su estrategia comercial: los grupos grababan elepés con doce cortes, de los que extraían en singles los temas más accesibles. El productor Rafael Trabucchelli dirigió hábilmente la etapa madura de Los Pekenikes, con Alfonso confirmado como compositor principal.

Un salto sideral. Facturaban grabaciones de alto nivel: se multiplicaban metales y teclados, flauta y trompeta adquirieron protagonismo, entraron instrumentos acústicos, las voces quedaban reducidas a pinceladas, a veces sumaban orquestaciones. Musicalmente, habían roto los corsés: se trata de luminosa música pop, a veces con ecos de partituras clásicas, una música generalmente cálida y melódica. Lo testimonian éxitos como Hilo de seda, Lady Pepa, Cerca de las estrellas, Frente a palacio o Arena Caliente.

Sí, se puede afirmar que la segunda mitad de los sesenta fue una vertiginosa edad de oro para Los Pekenikes. Y también el momento en que Alfonso Sáinz se planteó decisiones vitales: hombre sensato, no encajaba en el modelo de músico bohemio. En 1968, se apuntaba a aprender a pilotar avionetas en el aeródromo de Cuatro Vientos. ¡Y siguió estudiando medicina! Pudo labrarse una carrera como compositor y productor pero, ya casado con una estadounidense, prefirió la seguridad de especializarse en ginecología, ejerciendo en Florida.

Sin duda, el Sueño Americano se hizo realidad en su persona. No renunció, sin embargo, a la vocación musical: en los años setenta y ochenta, de forma intermitente, editó discos en diversos sellos, a veces como Dr. Alfonso Sáinz, generalmente con canciones románticas. Nada que borre el recuerdo de la extraordinaria primera década de Los Pekenikes.

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