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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hombres difíciles

Lanzmann desprecia los dramas recreados del Holocausto y practica la rememoración en tiempo real, diciéndole al espectador aquí se fraguó la matanza planificada del pueblo judío en Europa

David Trueba
Fotograma de 'El último de los injustos'
Fotograma de 'El último de los injustos'

Claude Lanzmann es un hombre difícil. Basta con leer la reciente biografía de Marcel Ophuls, otro de los directores que trató en formato documental alguna de las atrocidades nazis, y que recibió el oscar por Hotel Terminus, para entender que discrepar con él es abrir la caja de los truenos. Pero su labor contra el olvido de los crímenes nazis merece el desafío. Lanzmann es casi un anticineasta porque defiende un cine de la memoria enfrentado a la reconstrucción. Desprecia los dramas recreados del Holocausto y practica la rememoración en tiempo real, sobre los escenarios actuales, retando al espectador, diciéndole aquí, en estas calles, estaciones, parajes apacibles se fraguó la matanza planificada del pueblo judío en Europa.

Ha llegado a la televisión su película El último de los injustos, centrada en el funcionamiento del campo de Terezín, una ciudad del miedo y el dolor concebida para el exterminio judío en pleno corazón de Bohemia, diseñada por un maestro de la sádica impostura, Adolf Eichmann. A través de una larga entrevista filmada por Lanzmann junto al cámara Willy Lubtchansky hace 40 años, el presidente del consejo judío, llegado desde su sinagoga en Viena para ser la autoridad entre los propios reclusos, rememora episodios que son emocionantes e ilustrativos de la indignidad humana, pero también de su capacidad de adaptación.

Había que ser indispensable para sobrevivir, declara Benjamin Murmelstein para describir la paradoja de colaborar para no perecer. Se autodefine como un Sancho Panza que entre ideales solo contempla comer, vivir un día más, liberar de enfermedades y mantener organizados a los prisioneros. Uno entiende que este material devorara la conciencia de Lanzmann desde que lo dejara fuera en tiempos de su obra imprescindible Shoah. Y más cuando Lanzmann, ese hombre difícil, se presenta claramente seducido y convencido por la inteligencia viva de Murmelstein. La película, o lo que sea, porque Lanzmann acaba recreando con folios en la mano episodios destacados, a medio camino entre el teatro y la conferencia, es otro regalo demoledor para aquellos que aun no quieren cerrar los ojos a la verdad sobre el ser humano, para ver más allá de la banalidad de la obediencia y tener presentes las consecuencias de alimentar la espita del odio racial y el resentimiento nacional.

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