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OBITUARIO

José Chafik, artífice de bravura

El alquimista del encaste Santa Coloma y descubridor de toreros fallece a los 75 años

Un alquimista del encaste Santa Coloma y un descubridor de toreros, José Chafik Hamdan Amad ha muerto en México DF a los 76 años. Nació en Líbano, en 1937, emigró cuando era niño, de pelo ensortijado, plateado al poco de pasar los 40, ojos de un azul eléctrico y una nariz que le definía. “No puedo ocultar mi origen, pero me siento mexicano”, bromeaba.

De su camino a pie para ir al colegio nació la afición a los toros. “Pasaba junto a una ganadería, no sabía para qué servían aquellos animales, pero me fui enterando y despertó mi curiosidad”, relataba. Quiso ser novillero pero el dolor de las volteretas pudo más que las ganas de torear. Estudió administración de empresas y trabajó en grandes almacenes. “Me aburrí”, se justificaba.

Junto a su socio, Marcelino Miaja, que murió el 28 de marzo de 2012, nieto del republicano Coronel Miaja español y reconocido empresario, creó en 1986 la ganadería de sangre Santa Coloma que sería madre de la mayor parte de la cabaña brava mexicana. Sus toros eran garantía de éxito para los matadores y emoción para el público. La combinación perfecta después de un minucioso estudio de las reatas.

Inicialmente adquirieron la vacada de Juan Aguirre. Miaja estaba del lado de los números, Chafik a cargo de la bravura. Tras conseguirlo todo en su tierra, y conseguir lo imposible, que Victorino Martín accediese a cederle sangre brava para completar sus experimentos en México en 1996, quiso demostrar su valía con una ganadería también en la cuna del toreo. Compró reses a Paco Camino, Pérez de la Concha y en cualquier lugar donde quedase algún resto de sangre Saltillo hasta convertir su hierro en una reserva genética. Los libros de genealogía de la bravura se guardaban bajo su cama, ya fuera en México o en España. Lidió, con notable éxito, en Logroño, Las Ventas o Bilbao.

No se conformó con la que conocía, el encaste Santa Coloma. Quiso triunfar con lo que estaba de moda en la península ibérica, Domecq. Se fue a Daniel Ruiz, entonces lo más demandado por las figuras con la chequera lista y mucha tenacidad: “Voy a quedarme unos días a vivir aquí, me temo, porque no me da lo que yo quiero. Se cansará de la vista y me dará lo que necesito”. Cuando quería algo, no había impedimentos.

Hasta se atrevió a recrear los orígenes del encaste Vega-Villar, con sus características patas blancas, cruzando de nuevo Santa Coloma con Veragua, esta vez vía Domecq. Un tanto sui generis, pero rompedor en tiempos de embestidas tan previsibles parecen teledirigidas. Una visita a su finca era comparable a Parque Jurásico, con fieras del pasado divididas según el tipo y porcentaje de sangre.

Antes había ganado su fama como descubrir de toreros, al apoderar a la última gran figura del toreo azteca, Manolo Martínez, el ‘mandón’ le llamaban los partidarios por su dominio. Es todavía el diestro que más paseíllos ha hecho en la Monumental de Insurgentes, 91 tardes con un palmarés insultante: 10 rabos y 81 orejas. Lo cuidó, mimó, promocionó y motivó para que diese lo mejor de sí, en sus tardes afortunadas y también cuando el hígado comenzaba a dar señales de un fin próximo y se alejó de los ruedos. Cuando se relajaba en los entrenamientos, daba un toque de atención: “Mis toros son nobles, pero no pendejos, Manolo”.

En Azuaga, hizo su cuartel general en España. “Me vine a tierra de conquistadores, ‘mija’, para descansar y porque esta tierra escarpada y caliente, recuerda mucho a mi rancho allá”. Y después volvía a reírse de sí mismo: “Confieso que como no tuve mucho tiempo para elegir, la compré por vídeo. Mandé a los hermanos Lozano a verla y me fié de la filmación”. Allí pasaba las horas con sus botines, pantalones grises y poncho sobre la camisa, casi siempre una guayabera, repasando las notas de vacas y sementales.

Ferviente católico, Chafik hacía apostolado en cada momento, con sus sentencias, citas y acciones, pero también con el nombre que puso a sus hierros: La Gloria, El Olivo y San Martín. Regalaba estampas con vírgenes y santos. Al volante no era especialmente cauto, quizá por su ritual de protección divina. Cada adelantamiento se convertía en un malabarismo que repetía de manera mecánica: santiguarse, pasar al coche que estaba delante y besar la medalla que colgaba del retrovisor. Se ganó una fama de santo o iluminado que le ayudó a espantar a los que no quería cerca.

Abría su casa a todo aquel que le merecía confianza y buena plática, como solía decir. El último en ganarse un lugar especial en su finca fue un chaval de Galapagar, enviado por su amigo Victorino Martín y acompañado por Antonio Corbacho, banderillero encargado de cuidar de la promesa. Ahí comenzó la leyenda de José Tomás, hospedado y moldeado en la ganadería del sabio libanés.

Gran conversador y atípico taurino solía hospedarse durante todo San Isidro en hoteles cerca del Retiro, NH Alcalá, muy próximo al Wellington, centro de toda actividad para cerrar contratos, ventas y carteles de la temporada. Le gustaba hablar de cine, ir al teatro por la tarde y la comida sencilla pero sabrosa. Descubría pequeñas tascas, pero tenía una debilidad por los VIPS. “Me critican por ir a una cafetería”, se reía. Vivía sin complejos, pero con diversas manías. Como pedir siempre una cañita para beber de los vasos. Solo tenía uno en México y otro en España en los que posaba sus labios. “Cosas de soltero viejo”, soltaba para quitarle importancia.

Durante 10 años vivió seis meses en España, de marzo a octubre, la temporada taurina, y seis en México, cuando allí se celebran los festejos importantes. Su pasado en el mundo de los negocios le hicieron un revolucionario también en la forma de explotar las fincas. “Busca gente en la que puedas confiar, da responsabilidad, que piensen y estén bien pagados. Para mi, son la familia”, sostenía. No perdonaba una traición, porque eran parte del clan. A diferencia de lo habitual, oficios de campo que pasan de padres a hijos, atados al lugar donde nacieron casi con una disciplina feudal, Chafik contrató a un ingeniero agrónomo para ser su representante legal y administrador. Y su palabra valía tanto como la suya. No daba lugar a malentendidos.

En 2005, cansado de la escasa apertura de los taurinos españoles, pero con el cariño de la afición y gran expectación por sus experimentos, vendió finca y ganado para volver a México. Los empresarios del ladrillo tenían dinero para compras rápidas y ganas de ver sus nombre en los carteles.

Hace tres años sufrió una caída, cuya recuperación nunca fue total, tuvo que someterse a varias operaciones y fue perdiendo la memoria. Tras el accidente dejó de venir a España.

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