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Muere el actor argentino Alfredo Alcón

El intérprete tenía 84 años Estaba considerado como uno de los mejores de su generación

Francisco Peregil
El actor argentino Alfredo Alcón en una imagen de 2008.
El actor argentino Alfredo Alcón en una imagen de 2008. GORKA LEJARCEGI

Alfredo Alcón, uno de los actores más prodigiosos en un país de excelentes actores, murió el miércoles de Buenos Aires a los 84 años. Se encontraba convaleciente en su casa tras pasar tres meses internado en un hospital a causa de una infección de intestinos. Solo se precisaba verlo un segundo en escena para darse cuenta de lo que significaba Alfredo Alcón en su país. Nada más aparecer el público comenzaba a aplaudir. No murió sobre un escenario pero apuró hasta el año pasado. En sus dos últimas obras actuó siempre sentado.

Hace dos años representó en la porteña calle Corrientes Filosofía de vida, del mexicano Juan Villoro. Y el año pasado, en la acera de enfrente de la misma calle, protagonizó y dirigió Final de partida, de Samuel Beckett. En este caso, él sentado en el centro de un escenario en penumbras iba viendo llegar a todos los espectadores. Hasta que se apagaban todas las luces, se iluminaba de forma tenue el escenario y decía aquello de: “Ahora me toca a mí (…). ¿Puede existir miseria más grande que la mía? En otras épocas… ¿Pero hoy? (…). Más crecemos más satisfechos estamos. Y más vacíos”.

Alcón comentaba, en una entrevista con La Nación, que estaba enamorado de esa obra que había representado 23 años antes: “Comienzo a leer las primeras palabras: 'Ahora me toca a mí' y no puedo dejar de seguirla, me mete en unos laberintos que no sé a dónde me llevan, remueve mi interior, me saca de la butaca en la que estoy sentado, me hace creer que el teatro tiene el poder de despertar conciencia”.

La profundidad que sabía imprimir a cada palabra lo convirtió en uno de los mejores intérpretes de William Shakespeare. Representó dos veces El rey Lear, obra por la que también se sentía fascinado. “Las grandes obras no tienen límites”, afirmaba en una entrevista de hace tres años en El Intransigente, “están más vivas que nosotros. Dentro de 500 años nadie se va a acordar ni de vos, ni de mí. En cambio Rey Lear va a seguir siendo interpretada”. Ahí le preguntan:

-En un momento de la obra, uno de los personajes le dice al rey: 'No deberías haber envejecido antes de ser sabio', ¿qué le parece esa afirmación?

Y Alcón contesta:

-(…) No te creas los cuentos que dicen que viviendo se alcanza la sabiduría. Uno conoce gente que tiene 40, 50 o 60 años, se pregunta para qué vivió, si cada vez está más encerrado en sus cuatro ideas, si no pudo ver que se puede vivir de otra manera, o pensar de otra forma. Yo he conocido viejos muy tontos y gente joven con una lucidez increíble. Además, decir "el viejo es sabio", "los negros son pasionales", son estupideces. La generalización es el lenguaje de los tontos, es una facilidad que nos hace creer que sabemos algo. Cuidémonos de las frases hechas y las tarjetas postales. Uno no siempre termina su vida alcanzando la sabiduría, yendo al cielo y encontrándose con su madre. Esas son cosas a lo sumo muy bonitas pero son cursilerías en las que yo no puedo creer. Por suerte la vida escapa a las recetas, por eso es tan impresionante el hecho de darte cuenta de que estás vivo.

Nació en Buenos Aires en 1930, como hijo único de una madre que se quedó muy pronto viuda. “Yo envidio a la gente que ha tenido hermanos”, confesaba en una entrevista al diario Clarín. “Quien los tiene sabe que una persona lo puede querer y querer a otro con la misma intensidad y que lo que hay se reparte. Al hijo único le cuesta entender eso porque está formado en el privilegio. Ya la palabra único es jodida”.

Su abuela paterna era andaluza de Cádiz y la materna era de Castilla. De ellas heredó el acento que le permitió representar en España Eduardo II, Don Álvaro o la fuerza del sino o El Público y Yerma, de Lorca. Intervino en más de 40 obras de teatro y unas 50 películas, además de varias telenovelas. Entre sus películas destacan Un guapo del 900, Martín Fierro, El santo de la espada, Los siete locos –Oso de Plata en la Berlinale de 1973-, Boquitas pintadas y El pibe Cabeza.

Durante la dictadura (1976-1983) su nombre estuvo en la listas negras de los militares, sólo por representar La muerte de un viajante, de Arthur Miller. Aquello le valió para que le acusaran de difundir ideas judeo-marxistas.

En una entrevista concedida a este periódico hace cinco años, mientras representaba precisamente El rey Lear, en Madrid, en versión de Juan Mayorga, decía que el tiempo estropea a un actor. “La experiencia sirve para muy poco. Vales lo que haces ahora. Y en teatro más. ¿qué sabes tú cómo te va a salir la función de hoy, aunque la de ayer haya sido espectacular?”.

Tuvo la suerte de vivir en un país donde se mima a los actores. “En Argentina”, confesaba a este diario, “ya seas el malo o el bueno, no te cobran los taxis, muchas veces te invitan en los restaurantes. Me lo dijo un actor español: ‘Sois mejores actores porque la gente os mira con afecto, y el afecto hace crecer”. Vivió rodeado de afecto.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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