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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Regates

Es muy posible que España necesite renovaciones ilusionantes a lo Mateo Renzi o a lo Manuel Valls, pero Rajoy no quiere ilusionar porque sabe que las ilusiones caducan

David Trueba

El presidente Rajoy atesora dos virtudes extremas, la previsibilidad y la discreción. Ambas chocan contra la impaciencia y el deseo de novedad y chirrido de los medios. Es un sujeto antitelevisivo, pero ha convertido esa cualidad en virtud. Entre la calle y él hay una distancia amazónica, pero no usa la tele para arrimarse sino para alejarse más. Plasmático y flemático, ha logrado vencer en casi todos los combates que se ha propuesto, incluido el de unas urnas que le fueron esquivas en sus dos primeros intentos. Su margen de acierto le permite seguir practicando el juego que mejor le va. Los rivales políticos no acaban de encontrarle el hígado y los compañeros de partido, muchos de ellos creyéndose mejores y más lucidos, terminan por cavarse su propia fosa o protagonizar haraquiris públicos.

Es muy posible que España necesite renovaciones ilusionantes a lo Mateo Renzi o a lo Manuel Valls, pero Rajoy no quiere ilusionar porque sabe que las ilusiones caducan, pero la apatía, no. Él gobierna y desgobierna sin ensoñaciones ni lirismos, sin sorpresa, como la crónica del partido ya jugado leída en Marca. La última gran carcajada de Rajoy ha llegado con su nombramiento de Arias Cañete para liderar las elecciones europeas. La designación de este perro viejo del partido resultó ser la mayor sorpresa mundial desde que Ricky Martin anunció su salida del armario.

Pero, finalmente, la escenificación fue un éxito. Primero, porque los medios se mordían las uñas deshojando una margarita inane y, en lugar de recordarles a los españoles que Arias Cañete es el ministro que ha aprobado una Ley de Costas que es dañina e imprudente, eran un juguete de la templanza de Rajoy. Y, segundo, porque el presidente que casi nada novedoso anuncia en las Cortes, que es romo y plomizo hasta en la trascendente oratoria que se le demandaba para enfrentar a la consulta catalana, va y convierte el pleno parlamentario en un escaparate para Cañete con aplausos y sonrisas, que capitalizaron los informativos convirtiendo la renovación de un jugador de la casa, veterano y bregado, en algo así como el fichaje de una promesa galáctica. Rajoy puede que sea antimediático, pero desnuda en cada regate la inconsistencia frívola y superficial de los medios.

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