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Una (ópera) de espías en Budapest

El estreno de ‘Mata Hari’ en el Festival de Primavera de la capital húngara muestra el interés del este arte por llegar a otros públicos con nuevas temáticas

Un momento del estreno de 'Mata Hari' en el Festival de primavera de Budapest.
Un momento del estreno de 'Mata Hari' en el Festival de primavera de Budapest.

El Festival de Primavera de Budapest se plantea nuevos retos cercanos a las inquietudes de los tiempos que vivimos y a la búsqueda de públicos jóvenes. Como la ciudad misma, con su red de bares en ruinas, o de estética de deshechos, que hace las delicias del público joven y no tan joven. Desde el Szimpla Kert, en pleno barrio judío, al Csendes, funcionan hasta 27 locales con una ética afín a la creatividad informal.

No es que el Festival renuncie a poder escuchar a la Filarmónica de Viena, o asistir a una representación de Tosca, o a un concierto en la maravillosa sala de la Academia de Música Ferenc Liszt, pero en lo que marca las diferencias es en sus apuestas de riesgo, como, por ejemplo, en el estreno mundial de Mata Hari, una ópera de espías cercana al teatro musical, compuesta por Mátyás Várkonyi, patriarca en su día de la ópera rock y participante a comienzos de la década de los setenta del primer grupo de rock en Hungría después de la caída del comunismo.

En la sala Béla Bartok, del Palacio de Bellas Artes, a las afueras de la ciudad y al lado del espectacular Teatro Nacional, la spy opera atrajo a públicos de todas las edades. En la plantilla orquestal la percusión es determinante, con el grupo Talamba de protagonista destacado, al lado de instrumentistas tradicionales.

En la escena, bailarines y cantantes con micrófono dan vida a un libreto de corte operístico, con personajes como Hemingway y con encarnación de dioses hindúes como Brahma, Siva, y Visnu, que acompañan el recorrido entre la realidad y el deseo de la diva Mata Hari.

La sombra de Greta Garbo está en el aire en la búsqueda de un nuevo espectáculo de fusión entre artes próximas. Es curioso. En paralelo, en otro rincón de la ciudad, se presenta en Budapest —a mediados de este mes lo hará en Londres— un espectáculo de danza sobre Rodin a cargo del Eifman Ballet de San Petersburgo, estrenado allí a finales de 2011, en gira desde entonces por París, Nueva York o el Bolshói de Moscú, y que consiste, por encima de otras consideraciones, en una aproximación entre la escultura y la danza desde la estética del cuerpo.

El teatro musical busca intercambios, en Budapest o donde sea. Es un signo de enriquecimiento.

En Linz el año pasado, una comedia musical compartió los honores de inauguración del nuevo teatro de ópera con El caballero de la rosa, de Strauss, o una versión de Carlos Padrissa, de La Fura dels Baus, al aire libre sobre Parsifal, de Wagner. En Broadway existe cierto furor por incorporar temas cinematográficos procedentes de Hollywood.

La convivencia entre géneros es una de las tendencias en alza hoy en día. Como la búsqueda de nuevos espacios para el teatro o la música. En Budapest exploran a tope las dos posibilidades. Con ello el Festival se incorpora a la vida cotidiana de la ciudad y la ciudad hace suyo el Festival. Es un signo de inteligencia esta llamada múltiple a la convivencia creativa.

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