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EL LIBRO DE LA SEMANA

La fuerza de la risa

Sally Mara narra su iniciación en la Irlanda ultracatólica con ironía y humor

Comienzo de la insurrección irlandesa del lunes de Pascua de 1916.
Comienzo de la insurrección irlandesa del lunes de Pascua de 1916.Bentley Archive / Getty

Raymond Queneau es la exacta imagen del escritor que hace del lenguaje su territorio vital. Graduado por la Sorbona en Filosofía y Psicología, apasionado de la Matemática y de la Literatura, se inició en la escritura dentro del movimiento surrealista, pero lo abandonó pronto, desinteresado de las posibilidades de la escritura automática en favor de un uso consciente de la razón bien alejado del azar y del automatismo que regaban la obra de los surrealistas. Esa acepción de la razón estaba directamente ligada a la convicción de la importancia que para él tenían el pleno dominio y conciencia de la creación artística. Cuando decide escribir sus famosos Ejercicios de estilo (Cátedra, 1991) es cuando cristaliza su idea de la escritura; el libro se basa en el Arte de la fuga de Bach y es un conjunto de 99 variaciones sobre un tema elemental por medio de las cuales plantea, con un dominio extraordinario del lenguaje, lo que será el eje de su obra: la utilización de todos los registros y significados posibles de un lenguaje liberado que se mueve entre el francés escrito y el francés hablado. Su obra, según esta actitud, no será una obra sobre la que vuelva siempre, al estilo de los escritores tradicionales, sino muchas obras escritas con designios y estilos bien distintos y realizados con una combinación de rigor y audacia que le otorgan un lugar singular en la literatura moderna. Su maravillosa novela Zazie en el metro (Alfaguara, 1978) le concedió, además, un éxito de público inesperado (a la que Juan García Hortelano rindió un precioso homenaje con su Gramática parda). No ocurrió lo mismo con otras piezas extraordinarias como Mi amigo Pierrot (Anagrama, 1993), La alegría de vivir (Alfaguara, 1984) o Un duro invierno (Destino, 1989), cosa natural en un raro genial como fue él. Perteneció a la Academia Goncourt a la vez que contribuyó a fundar el Seminario de Literatura Experimental del que saldría el trascendental movimiento OuLiPo.

Sally Mara es el nombre de una jovencita irlandesa a la que atribuye tres novelas (las que aquí reúne la editorial Blackie Books): Diario íntimo, Siempre somos demasiado buenos con las mujeres y un conjunto de aforismos, Sally íntima. En el primero, Sally, una chica que mide 1,68, pesa 66 kilos y lleva el pelo corto, la falda corta, slip y zapatos planos, quiere aprender gaélico para escribir una novela irlandesa mientras cuenta su iniciación a la vida en una Irlanda ultracatólica. Un crítico la ha descrito acertadamente como una joven con los pies en la tierra y la cabeza en las nubes.

Con una ironía notable y un humor gamberro, Queneau nos cuenta por voz de Sally cómo pierde a su profesor de francés, se pone en manos de un profesor de gaélico que, como el resto de los hombres que pasan por su vida, incluido el padre que abandonó el hogar para ir a comprar cerillas, están obsesionados con levantar las faldas de las chicas, bajarles el slip y darles una buena azotaina, y cómo es su vida de familia, con un hermano borracho perdido, una hermana que acaba disfrutando con las azotainas y, naturalmente, una madre alocada. Con encantadora inocencia, al ir a tomar de la mano a su pretendiente en la oscuridad del cine agarra otra cosa firme y recta que la desazona; y así va por la vida: descubriéndola y sorteando toda clase de asechanzas eróticas.

Evidentemente, la novela está cargada de humor y un descaro que, so pretexto de retratar una Irlanda hipócrita, alcoholizada y machista, realiza una divertidísima exposición de las relaciones hombre-mujer desde el subterfugio de la pudibundez y la represión. Todos fingen y miran para otro lado, pero al mismo tiempo dejar ver sus fijaciones, como la obsesión por las azotainas, a las que se apuntan todos los varones de cualquier edad, o esos enigmáticos (para Sally) atributos con que adorna sus figurillas desnudas de Napoleón y otros próceres la esposa de su profesor de gaélico. En fin, una delirante y desternillante historia.

Siempre somos demasiado buenos con las mujeres (título que está en la línea del Escupiré sobre vuestras tumbas de su amigo Boris Vian) cuenta la insurrección irlandesa del lunes de Pascua de 1916, también desde una perspectiva desopilante: un grupo del IRA ataca y toma una estafeta de correos en Dublín. En ella se encuentra una funcionaria, Gertie, que se queda encerrada en el baño de señoras en medio del tiroteo. Los patriotas (un grupo de zopencos) están a la espera de la llegada de las tropas inglesas comandadas por un comodoro inglés que sube en su barco por el río Liffey y que es el novio de Gertie. Y de nuevo el irracionalismo nacionalista, el colonialismo y las obsesiones sexuales se apoderan del escenario para delicia y felicidad del lector.

“Pensar en Queneau”, dice Vila-Matas en su miniprólogo, “es hacerlo con la fuerza incendiaria de la risa”. No seré yo quien le desmienta. Leer a Queneau es volver a la casi perdida alegría literaria de la risa.

Obras completas de Sally Mara. Raymond Queneau.Prólogo de Enrique Vila-Matas.Traducción de Mauricio Wacquez, José Escué y Manuel Serrat Crespo.Blackie Books. Barcelona, 2014. 408 páginas. 23 euros

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