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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Repetición

El éxito del 22-M y las razones que llevaron a la protesta han perdido la batalla mediática

David Trueba

Diez días después de los sucesos posteriores a la Marcha por la Dignidad, las televisiones siguen emitiendo de manera repetitiva el acoso salvaje a una brigada de antidisturbios. El éxito de la convocatoria y las razones que llevaron a la protesta han perdido la batalla mediática. Pero esta frustración en la que lo visible se hace invisible es ya habitual. Las televisiones repiten estas imágenes una y otra vez, como una moviola futbolística para agitar tertulias, y renuncian así al trabajo de individualizar lo magmático. El reto consistiría en hacer ver más adentro, incluso en encontrar al policía/persona dentro de la policía/institución.

La violencia extrema debe emitirse y darse a conocer. Pero el abuso provoca familiaridad y vacía el contenido. En realidad contribuye a la causa que origina esa misma violencia: la deshumanización. Algo acentuado cuando el suceso se convierte en una especie de videojuego, en violencia-espectáculo, hermana de la violencia impostada de tanto cine y series de tele. Nos olvidamos de que se rozó la tragedia. De haberse consumado, con la muerte de alguien al que identificaríamos en su humanidad rota, nadie fomentaría el abuso de su reproducción televisiva. Sin embargo somos incapaces de anticiparnos.

El germen de los grupos violentos reside en el convencimiento de que la violencia es más efectiva y resonante que los discursos y las marchas. Esto nace de la impotencia de ver cómo se ignoran las peticiones populares y el grito de alarma social. Pero es una perversión enfermiza, que fabrica un rival a medida de tus necesidades. Habría otra frustración más llamativa y es la incapacidad para ofrecer alternativas creíbles. Los profesionales de la policía denuncian la mala organización y gestión de sus acciones, pero se les ignora también, porque el antidisturbio es un parapeto, y, quien dice defenderlos, en realidad solo persigue seguir usándolos. Cuando los protegen hasta en sus excesos se apropian de ellos, los convierten en ejército fiel y los entregan a un enfrentamiento irreal con la ciudadanía. La repetición televisada de estos sucesos provoca un error de apreciación por el cual el descontento social tiene su antagonista en la represión policial. Una idea falsa, pero útil para ambos extremos, los que viven de ordeñar las frustraciones.

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