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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fatalista

Los españoles ya saben que cuando alguien les endilga la palabra sostenible es que les quieren meter un gol

David Trueba

Los españoles llevan un fatalista dentro. Lo sacan de paseo de tanto en tanto para recabar nuevos datos. Pero va muy entrenado por la realidad. Un amigo íntimo me contaba que ya desde niño, cuando en su familia lo pasaban bien o reían a carcajadas en la mesa, la madre les advertía: “Sí, sí, reíd, que ya lo pagaréis”. El fatalista español lleva años con una habitación alquilada en el hotel de El Algarrobico. Ha pedido una con ventanas a la playa. Pese a los más de 10 años de juicios y disputas sobre la legalidad de ese hotel levantado en la ladera montañosa, sabe que algún día le darán la llave de su cuarto y le desearán las buenas noches. Para convencer a ese fatalista español de que el hotel será derribado y ese lugar privilegiado de costa recuperará su virginidad harían falta toneladas de argumentos. Y aun así sabe que en España ni el mejor argumento racional se resiste ante un ladrillo.

El Gobierno aprobó en esta legislatura una nueva Ley de Costas que es epifánica. Porque trasiega con un concepto que no es que sea peligroso, es que es tumoral. Habla del “uso sostenible”. Los españoles ya saben que cuando alguien les endilga la palabra sostenible es que les quieren meter un gol. Porque sostenible acaba por ser lo que no se sostiene de manera natural y como no se sostiene, pues viene un plan político a hacerlo sostenible. La amnistía fiscal fue un chiste frente a la amnistía litoral, que eterniza los dislates urbanísticos. Más que nada por satisfacer al fatalista español, ese que sabe que lo más práctico para hacer frente a una urbanización ilegal es comprarse uno de los pisos. El uso sostenible de nuestra costa se traduce como enladrillamiento masivo. Lo terrible de nuestra crisis no es lo profunda y estructural que es, sino que la única propuesta para superarla pase por volver a cometer todos los errores que nos hicieron creen que éramos ricos durante un cuarto de hora de la historia. El fatalista español sabe que en los asuntos de lo contencioso-administrativo siempre hay un tribunal superior, tan superior que al final lo contencioso-administrativo y la santísima trinidad se confunden.

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