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EL LIBRO DE LA SEMANA

Orlando viaja en moto

'Los lanzallamas' de Rachel Kushner se lee como un interesante y divertido alarde novelístico

Kushner dibuja con maestría el mundo del arte neoyorquino y la Factory de Andy Warhol.
Kushner dibuja con maestría el mundo del arte neoyorquino y la Factory de Andy Warhol.PHILIPPE HALSMAN/MAGNUM PHOTOS/CONTACTO

En su primera novela, Télex desde Cuba, Rachel Kushner ya había mostrado su talento para aunar invención e historia sin que cupiera perderse en las costuras, trazando un pachtwork de la Cuba de Batista y la colonia americana antes de la revolución que denotaba una aguda sensibilidad para describir desde variados puntos de vista un mundo colonial que se desvanecía. Ahora, con Los lanzallamas, además de entretejer personajes y ambientes en el devenir histórico, la escritora de Oregón ofrece un interesante y divertido alarde novelístico en beneficio del lector. La protagonista de esta novela, Reno, nos recuerda de lejos al fantástico personaje de Orlando, pues también viaja de alguna manera en el tiempo con su rápida moto italiana. Mujer polifacética pero no heroica, en realidad se deja llevar por el ímpetu de su creadora, que la ha construido con el fin de que asista a la puesta en escena de un mundo inflamable. Así, cabalgando sobre la inercia, va de lo masculino a lo femenino; es adicta a la velocidad y una enamorada del cine, así como observadora privilegiada del arte neoyorquino de vanguardia, novia del inasible y elegante Sandro Valera, amiga de la genial Giddle y sombra final del fotógrafo Ronni, cuyo sueño es fotografiar a todas las personas del mundo, además de contar todos los cuentos del mundo.

En Los lanzallamas Kushner vuelve a entretejer personajes y ambientes en el devenir histórico

Reno tiene una curiosidad omnívora y una gran capacidad para vivir y absorber lo vivido, así como para ver lo que hay detrás de la apariencia. Es ingenua, claro, apenas tiene veintidós años, pero lo suficientemente despierta como para dejarse llevar por el destino, lo que llegue. Y volar con su moto, dejando su natal Reno, para ir a Utah para participar en una competición de velocidad. En Nueva York se encuentra con Sandro y el mundo del arte de los años dorados, con sus galeristas sofisticados y la Factory de Andy Warhol, dibujados con perfecta maestría por Kushner, que sabe de lo que escribe, es evidente. Esta parte, con buenos diálogos (“los actos más cobardes de un hombre son mostrar ambición, hacerse famoso o suicidarse”, dice Giddle, que trabaja de camarera), resulta la más lograda de la novela, en tono y atmósfera.

Kushner suele mezclar escenarios y dar a su narrativa un aire cosmopolita. Así hizo en la novela anterior con la Cuba de los cincuenta y en este caso es Italia, pues Reno estudió un año en Florencia y luego la vemos en la mansión de los Valera con Sandro. En ambos casos, la novelista crea una verosímil empresa, la United Fruit Company, en el primero, y la compañía Valera en el que nos ocupa. Aquí vemos cómo el fundador luchó en la Gran Guerra, luego estuvo relacionado con los futuristas de Marinetti, se afilió al partido fascista y finalmente se dedicó a explotar el caucho para neumáticos en Brasil. Todo ello muy bien descrito, aunque a veces nos preguntamos por qué tanta inventada exactitud y qué tiene que ver con Reno. La cuestión es que la protagonista vive la revuelta en Roma, y la vemos correr con la multitud, alejándose de los gases y los palos de los carabinieri. La prosa nos envuelve, y nos encontramos con imágenes como la de los “fiat chatos” que “relucían bajo la lluvia como los impermeables de plástico de los niños”.

En el fondo, Kushner sigue la tradición de la gran novela americana, desde Henry James a Scott Fitzgerald, jugando con una protagonista ingenua pero resistente que vive el romance, la violencia y pertenece a la Historia, formando parte de ella con pasiva determinación. Como a toda novela, le encontramos defectos, pero aquí lo son en su mayor parte por excesos o perversiones de sus mismos logros. Es decir, Kushner llega a poner tanta levadura que la masa, una vez alcanzada su mayor efervescencia, se desinfla por algún lado. Por ejemplo, la obsesión final por encontrar justificación al título con anécdotas infantiles de Sandro y Reno. Y la implicación algo forzada de la protagonista en las juventudes romanas a través del activista Gianni. En realidad, lanzallamas quieren ser todos los personajes de esta novela salpicada de hallazgos. Sandro y Reno desean unir “el paisaje con la velocidad y el movimiento”, y además incendiar el realismo burgués. Algo muy propio de los futuristas, y luego, dentro de un orden comercial, de los artistas radicales de Nueva York; como también del terrorismo de las Brigadas Rojas, que secuestran al hermano de Sandro, y de los jóvenes airados de Roma. Novela, por tanto, inflamable, de personajes que quieren llamar la atención con sus llamas, que se arriesgan, no como los “que se tiraron por la casa de papá y mamá en Park Avenue, pero no me digas que eso no lo puede hacer cualquiera”.

Los lanzallamas. Rachel Kushner. Traducción de Amelia Pérez Villar. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2014. 415 páginas. 15 euros 

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