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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Superior?

Sentí perpleja curiosidad cuando Butragueño, trabajando años después en el organigrama ejecutivo del Real Madrid y bajo la presidencia de Florentino Pérez, definió a su jefe como un ser superior

Carlos Boyero

Durante varios e inolvidables años (no muchos, tuvieron su lógica finitud, la magia decayó, los rivales aprendieron a frenar a un genio de la improvisación, de alguien que realizaba con belleza cosas que parecían imposibles) estuvo compensado ir a cualquier estadio en el que jugara Butragueño. Constatando su autoridad con la pelota, también deseabas que sus juicios sobre las personas y las cosas poseyeran la sabiduría que había demostrado jugando al fútbol. Por ello, sentí perpleja curiosidad cuando Butragueño, trabajando años después en el organigrama ejecutivo del Real Madrid y bajo la presidencia de Florentino Pérez, definió a su jefe como un ser superior. No aclaró si esa categoría sublime se basaba en la nietzschzeana teoría del superhombre o era una concepción exclusivamente suya sobre esos seres superiores que cambian la historia de la humanidad. En cualquier caso, debe ser reconfortante encontrar semejante grandeza moral en la persona que paga tu nómina y no guardarte para ti mismo esa certidumbre, sino también proclamarlo al mundo.

Por ello, me preparo en estado de trance para ver si percibo ese aura sublime en la entrevista que le hace Jordi Évole a Pérez, imagino que seguida con especial atención por Antonio García Ferreras, director de La Sexta. Pero no le pillo el punto a su expresividad en público. Hay mucho de actuación escénica en estos espectáculos, de intentar seducir y convencer al que escucha, de que lo sale de tu boca parezca no solo atractivo, sino también verosímil. Pero el ser superior no parece estar dotado para la interpretación. Probablemente tampoco necesite de cosa tan frívola e intrascendente siendo tan poderoso y rico. Basta con el desdén, la suficiencia, el discurso hueco, la incapacidad para comunicar con el receptor.

Jordi Évole le pregunta mucho y bien. No parece una entrevista pactada. Las respuestas son previsibles, tópicas, aburridas o etéreas. La imagen de Pérez no sale reforzada. Ni crees lo que cuenta, ni engancha su narrativa. Los convencidos de que existe algo siniestro en la personalidad de este prócer no cambiaran de opinión. Ni con esa declaración tan presuntamente humanista, lírica y conmovedora de que le sigue obsesionando la mirada de un desamparado niño colombiano que una vez se agarró a su pierna suplicando refugio.

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