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‘Alceste’: discutible homenaje a Gluck

El Real presenta una versión de 'Alceste', de Gluck, en la que Lady Di se 'mete' en la historia

Angela Denoke, como Alceste, en la escena del suicidio.
Angela Denoke, como Alceste, en la escena del suicidio.javier del real

A finales del pasado noviembre Kirill Petrenko, triunfador este verano como director de El Anillo del Nibelungo en el Festival de Bayreuth, se presentaba como nuevo titular musical de la Bayerische Staatsoper de Múnich con la ópera La mujer sin sombra, de Richard Strauss. Para la escena contaba con uno de los directores más solicitados de la escena mundial en estos momentos, el polaco Warlikowski. En la conservadora Múnich el éxito fue incuestionable. Warlikowski es, por otra parte, uno de los directores de cabecera en los últimos tiempos de Gerard Mortier, ahora curiosamente etiquetado como “consejero artístico” del teatro Real. Król Roger y Poppea e Nerone ya se habían visto en el coliseo de la plaza de Oriente, antes de la versión francesa de Alceste, de Gluck. No era, pues, una apuesta estética que pillara excesivamente por sorpresa.

ALCESTE

De Christoph Willibald Gluck. Versión francesa de 1776. Director musical: Ivor Bolton. Director de escena: Krzysztof Warlikowski. Escenografía: Malgorzata Szczesniak. Con Angela Denoke, Paul Groves y Willard White. Sinfoníca de Madrid, Coro Intermezzo. Teatro Real, 26 de febrero.

La “originalidad” de entrada consistía en una entrevista filmada con una supuesta Lady Di, a la que se relacionaba más o menos sutilmente con el personaje de Alceste. El juego escénico que se planteaba era, pues, la combinación dialéctica del drama trágico de Eurípides, con la versión francesa de François-Louis Gand Le Blanc du Roullet sobre el libreto original de Ranieri de Calzabigi para la ópera de Gluck, y una actualización con diálogos añadidos que en cierto modo ponía en una mentalidad de nuestro tiempo la eterna reflexión teatral y musical sobre la vida, el amor y la muerte de la que se partía. La inquietante estética de espacios abiertos con mesas enormes, micrófonos, luces entre la modernidad y la irrealidad, cristales en el límite de la ensoñación, y un inevitable lavabo, no obstaculizaba, cuando era necesario, que se recurriera a una pintura clásica de Patinir y su viaje por la laguna Estigia, donde Caronte aguarda. En el sanatorio, o tanatorio, se percibe un clima de pesadilla, locura o desesperación. Estamos en el umbral de la vida y la muerte. El drama clásico se viste con una estética futurista. Gélida, más que fría, en ocasiones, pero de un irresistible magnetismo. Que una bailaora de flamenco detenga la música de Gluck en una comida y se acompañe de unas palmas fúnebres -por la sosería- me parece una trivialidad innecesaria por lo que supone de interrupción de la tensión musical. Que luego baile en silencio, o haga lo que le de la gana en un rincón de la escena, refuerza incluso la atmósfera de irracionalidad.

Sobre ese fondo plástico hiperrealista, por llamarlo de una manera familiar, los cantantes despliegan su capacidad teatral. Angela Denoke, Paul Groves y Willard White son mortieristas militantes y, por tanto, se encuentran a gusto en esta visión escénica de la estética y de la ética. Personalmente, eché de menos a la en principio anunciada Anna Caterina Antonacci, extraordinaria en este repertorio, pero Denoke es una gran artista y mantiene el tipo con un poderío escénico fuera de lo común. Otra cuestión es el estilo, en esta ocasión bastante discutible. Groves y White también responden con soltura al desafío, aunque sin brillantez. El coro se mantiene a sus niveles habituales de corrección, pero no a la altura del protagonismo que la obra demanda.

En el foso un director tan impulsivo como Ivor Bolton dejó algunas pistas sobre lo que puede ser su papel como director musical del Real a partir de la temporada 2015/16. Infundió energía y entusiasmo, pero a nivel global el resultado musical está aun lejos de lo que conseguía, pongamos por caso, en la Bayerische Staatsoper de Múnich con títulos como Rodelinda, Alcina o Ariodante, de Haendel, o La Calisto, de Cavalli. En el libro-programa de esta última en la capital bávara, hace casi una década, había un texto de Álvaro Torrente, flamante nuevo director del ICCMU, que ahora firma un más que interesante artículo en el programilla de mano del Real. En 2014 se cumplen 300 años del nacimiento de Gluck. No sé si estas representaciones de Alceste suponen el mejor homenaje posible, pero algo es algo.

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