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PURO TEATRO

Seguir de pobres

'El viaje a ninguna parte', de Fernán Gómez, un poderoso 'western' crepuscular La versión de Ignacio del Moral y Carol López cuenta con un excelente reparto

Marcos Ordóñez
Amparo Fernández, entre Olivia Molina, a la izquierda,y Camila Viyuela, en una escena de 'El viaje a ninguna parte'.
Amparo Fernández, entre Olivia Molina, a la izquierda,y Camila Viyuela, en una escena de 'El viaje a ninguna parte'.David Ruano

Era tarea arriesgada llevar al teatro El viaje a ninguna parte.Por su esencia netamente cinematográfica, aunque el tema, claro está, más teatral no pueda ser, y por el peso, hermoso peso, de quienes la interpretaron en la pantalla. En el Valle-Inclán se han conjugado tres factores que permiten hablar de un feliz logro: muy buena adaptación de Ignacio del Moral, un excelente reparto que rezuma química y talento, y una dirección de Carol López imaginativa y fluida, con algunos pasajes en los que me pareció que se empantanaba un poco el ritmo, cosa que sin duda se habrá ajustado cuando aparezcan estas líneas.

La versión, que dura unas dos horas, arranca con la llegada de Carlitos (Tamar Novas), el hijo gallego y secreto de Carlos Galván (Antonio Gil), y acaba con la disolución de la compañía; queda fuera (y es muy comprensible) la peripecia de los cómicos malviviendo en Madrid. La historia se cuenta, al igual que la película, desde la agujereada memoria de Carlos Galván, internado en un hospital, y hay una estupenda idea escenográfica de Max Glaenzel: la cabeza de Galván es un desierto por el que avanzan los personajes en un presente continuo, sin cambios por oscuro que nos indiquen los saltos temporales. Un desierto manchego, con luz polvorienta (firmada por Gómez-Cornejo) y matojos secos, que le confiere al relato una poderosa cualidad de western crepuscular: aparece una cama repentina y piensas en Cable Hogue; se alza un medio telón para representar un vodevil famélico o un entremés tronado y es difícil no evocar el Teatro Natural de Oklahoma. Así fui dejando de pensar en la soberbia película de Fernán-Gómez, sin que su voz dejara de estar presentísima, y me encontré pensando en Ignacio Aldecoa, que nunca, diría, escribió sobre actores; pensé en un western escrito por Aldecoa porque a través de los cómicos vagabundos de Fernán-Gómez resonaba, en mi imaginación, el eco de los segadores que van de campo en campo en Seguir de pobres, uno de sus mejores relatos.

Andan lentos, cansados y voluntariosos los cómicos, sin que parezcan moverse del mismo sitio mientras suena el bolero Caminemos a guisa de himno, y entra luego la partitura de Luis Miguel Cobo, que bebe en las aguas del Nino Rota de La Strada y Ocho y medio pero suena, españolísima, como la que compuso Asins Arbó para Plácido. Es el final de una época, de un teatro humilde e itinerante, cercado por el cine y la televisión. Una vida intensa y agotadora, que los cómicos adoran y detestan (la frase “¡El teatro tiene veneno!” adquiere un pleno doble sentido), mientras luchan por sobrevivir. Hay que decir de este reparto que todos son creíbles y parecen, ciertamente, miembros de una familia.

Pese a la dureza del trasfondo, la obra nunca pierde el humor, un humor siempre mojado por la melancolía

Antonio Gil, impresionante en el Agosto de Vera y el Hamlet de Will Keen, sirve la perfecta mezcla de soñador, pícaro y rebelde de Carlos Galván, el rol que consagró a Sacristán. Miguel Rellán, estratosférico en Luces de bohemia y Los hijos se han dormido, es el patriarca don Arturo, y ahí es nada pisar en las huellas de Fernán Gómez sin que el pie se achique: he escrito varias veces que tener a Rellán en un reparto es garantía de humanidad y autoridad instantáneas, y hoy vuelvo a escribirlo. Amparo Fernández, “descubrimiento” de Carol López como la fantástica madre de Hermanas, es Julia Iniesta, esa primera actriz fatigada y lúcida que de repente ha de aceptar que solo le esperan papeles de característica. Como homenaje a un género y a la tierra de Amparo Fernández, la directora y Luis Miguel Cobo le regalan el Cuplé de la tela, que parece salido de una revista valenciana de preguerra y que ella borda, secundada por Olivia Molina y Camila Viyuela. Olivia Molina, a la que no veía desde su hondo trabajo en De repente el último verano, en el mismo Valle-Inclán, saca adelante el áspero personaje de Juanita Plaza, “dama joven” y ya sin ilusiones, de futuro todavía más sombrío que el de Julia Iniesta. No había visto, en cambio, a Camila Viyuela, y me pareció estar ante un dichoso combinado de sus padres, los eminentes Pepe Viyuela y Elena González: es una cómica vivísima, luminosa, rebosante de frescura en el rol de Rosa del Valle. Tamar Novas, también desconocido para mí, interpreta de modo impecable a Carlitos Galván, trampolín cinematográfico de Gabino Diego, y Andrés Herrera, un todoterreno de altos vuelos, está formidable en el doble papel del báquico Maldonado, gerente de la compañía, y el tramposo Solís, que roba público a los cómicos con un cine de sábana con remiendo, igualmente llamado a desaparecer. Completa el reparto José Ángel Navarro, que interpreta con brío diversos roles episódicos.

Pese a la dureza del trasfondo, El viaje a ninguna parte nunca pierde el humor, un humor siempre mojado por la melancolía como una lluvia invisible. Seguimos las peripecias agridulces de los Galván-Iniesta función tras función (de las que se muestran los finales, a la manera de Una vida en el teatro, de Mamet), hasta que, cada vez más menguados, han de representar, como dice don Arturo, “Los claves de Margarita sin Margarita”. Mis momentos favoritos del montaje son el famoso discurso de Carlos Galván reclamando (y consiguiendo) los derechos de los cómicos; la humillación del abuelo en el rodaje (y esa imagen de Rellán alejándose, solo); la despedida de Juanita y la escena de Maldonado, Carlos y Carlitos bajo el cielo estrellado, como cowboys en torno al fuego. La emoción crece y crece en el último tercio, hasta ese sencillo y hermosísimo final, con el lento descenso de un telón “de lujo”, como el que nunca tuvieron. Pequeñas pegas: me sobra la filmación rememorativa de la fiesta en blanco y negro. Es, como siempre, un muy buen trabajo de Álvaro Luna, pero funcionan mucho mejor sus fondos atmosféricos: para representar el pasado basta con las evocadoras palabras del personaje central. Y una pega de detalle, en un espectáculo tan bien cuidado: no es lo mismo Chinchón que Anís del Mono. La noche en que ví la función el público lanzó bravos puesto en pie. Me sumé y vuelvo a sumarme.

El viaje a ninguna parte. De Fernando Fernán-Gómez. Versión de Ignacio del Corral. Dirección: Carol López. Intérpretes: Amparo Fernández, Antonio Gil, Andrés Herrera, Olivia Molina, José Ángel Navarro, Tamar Novas, Miguel Rellán, Camila Viyuela. Teatro Valle-Inclán. Madrid. Hasta el 6 de abril.

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