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PURO TEATRO

Vagabundas y vagabundos

Las T de Teatre triunfan en el Romea con 'Dones com jo', una comedia amarga de Pau Miró En el Lliure, Xicu Masó dirige 'L’encarregat',una estupenda puesta de 'El portero', de Pinter

Marcos Ordóñez
De izquierda a derecha, Mamen Duch, Marta Pérez, Carme Pla y Ágata Roca en 'Dones com jo'
De izquierda a derecha, Mamen Duch, Marta Pérez, Carme Pla y Ágata Roca en 'Dones com jo'David Ruano

1. Decía el otro día que una de las cosas que más admiro de las T de Teatre es su voluntad de no repetir lo andado y “pedir funciones”, como las actrices de antes, a los autores que más les atraen. La lista es larga, pero los senderos inesperados comenzaron en 2007 con Com pot ser que t’estimi tant (Cómo puedo amarte tanto), de Javier Daulte, un sorprendente thriller que parecía una pieza de Jardiel contada por Brian de Palma, y siguieron con dos felices zambullidas en el mundo de Alfredo Sanzol: Delicadas (2010), aquel maravilloso álbum de fotos en blanco y negro que cobraban vida y color, y Aventura (2012), extraña y espléndida pieza sobre el “estado de crisis”, con personajes “que acaban haciendo cosas que no harían nunca”. Ahora le han encargado una comedia a Pau Miró, con la que el dramaturgo cierra una trilogía: tras abordar la deriva adolescente en Un refugi indie y el páramo vital de un grupo de sesentones en Els jugadors, ambas de 2012, Dones com jo (mujeres como yo), que Pau Miró dirige (formidablemente) en el Romea, retrata a un cuarteto de amigas que frisan la cincuentena o acaban de caer, literalmente, en ella. El camino es nuevo y arriesgado porque, aunque la función comparte temas y tonos con Aventura (la crisis sigue mandando), arroja un balance más claustrofóbico y amargo; retoma también uno de los ejes de Els jugadors(la adicción al riesgo, el ponerse en peligro para escapar de vidas asfixiadas), pero la melancolía acaba siendo su nota dominante.

Las protagonistas de Dones com jo (2014), escritas a la medida de sus intérpretes y, por tanto, muy bien diferenciadas, son cuatro mujeres sin nombre, al borde de la invisibilidad: la Arquitecta, la Arqueóloga, la Profesora, la Bióloga. Ni siquiera esos apelativos designan ya nada, pues las cuatro han perdido sus trabajos, sus antiguas identidades. “No volveré a encontrar un trabajo que valga la pena”, dice la Arqueóloga. “Nunca lo tuve fácil, pero jamás imaginé que las cosas se complicarían tanto”. La Arquitecta (Àgata Roca) pasó a trabajar en una tienda de ropa. La Arqueóloga (Marta Pérez) limpia ahora escuelas y domicilios. La Bióloga (Mamen Duch) se gana la vida en un peaje de autopista. Y a la Profesora (Carme Pla) acaban de despedirla “porque sobran maestros”.

La Arquitecta es un personaje que parece escapado de las páginas de Desconocidas, de Modiano. Casada y con hijos, una noche hace algo que no puede contar. Abandona luego su casa y se esconde en el despacho de un abogado muerto, en un barrio “donde las farolas parecen dar menos luz”. Sus amigas acuden al rescate, pero ella no quiere ser rescatada. Solo quiere “borrarse del mundo”, beber bourbon, comer pizzas de madrugada, mientras ve por televisión antiguas victorias futbolísticas, y durante el día trata de rastrear una posible historia de amor entre los papeles de la madre del abogado hallados en una vieja maleta. La Bióloga quiere saltar al coche rojo de un ucranio que paró en su peaje y volar lejos y juntos, pero tiene miedo. La Profesora, la más furiosa de las cuatro, no soporta su vida, odia a sus alumnos adolescentes, pero sabe que les echará de menos, y acaba de descubrir el bourbon y otros lenitivos. La Arqueóloga está harta de sufrir constantes humillaciones en sus entrevistas de trabajo y harta de fregar pisos de ricos, y cada mañana practica yudo “porque es gratis y desarrolla la flexibilidad y la tolerancia al dolor”.

Pau Miró atrapa muy bien esa ferocidad, ese glorioso salvajismo femenino, desatado por un pastel mágico

Mujeres solas, a la deriva, pero que siguen estando juntas, siguen apoyándose, aferrándose a esperanzas mínimas, mientras poco a poco, entre frases sardónicas y confesiones en penumbra, van surgiendo las compulsiones secretas y se abre paso el anhelo de volver a hacer lo que hicieron una vez, al final de una escapada, cuando eran jóvenes y locas y salvajes. Pensé en Modiano y luego en Marguerite Duras cuando clamaba “que le monde aille à sa perte”, porque Miró atrapa muy bien esa ferocidad, ese glorioso salvajismo femenino, desatado, como en los mejores cuentos, por un pastel mágico, y no cuento más. Hay otra idea, aparentemente lateral, que también me parece muy sugestiva: la narración incompleta de las cartas y diarios de la madre del abogado muerto. Faltan páginas para que adquiera sentido el relato que la Arquitecta quiere atrapar (y que la Profesora cree vislumbrar oníricamente), y con esa ausencia Miró parece querer decirnos que no solo el futuro se ha adelgazado bárbaramente, sino también el pasado y sus mitos, que parecían mullidos como una almohada donde seguir soñando. Queda el presente, con todas sus aristas y con su poca luz; ese presente, como cantaba Miossec (hoy está visto que tengo el día francés) donde “tout luit, tout brille, mais rien ne brûle”, y si no son posibles ya los incendios, quizás puedan calentarse con la pequeña fogata de un concurso de baile en un centro de barrio, con mallas robadas, coreografías de juventud y una canción de entonces.

Quizás Dones com jo no sea tan redonda como Els jugadors, pero a mí me ha parecido igualmente poderosa y verdadera. Y las cuatro actrices de T de Teatre siguen estando estupendas, como siempre.

2. Nunca me ha vuelto loco El portero (The Caretaker, 1959), la obra que lanzó a Pinter (de esa época prefiero The Birthday Party, The Dumb Waiter y la brutal e inestrenada aquí The Hothouse), pero siempre vuelvo a verla para escuchar de nuevo su fraseo arácnido, y porque el personaje de Aston, el hermano mayor, me parece uno de los más conmovedores de su teatro. Y porque es un festín para los actores, claro. Xicu Masó la ha dirigido soberbiamente en el Lliure, en óptima versión catalana (L’encarregat) de Ernest Riera, y montaje fidelísimo, que cambia tan solo las localizaciones y los nombres de los personajes. Los tres actores me parecieron formidables. Albert Pérez defiende con uñas y dientes el incómodo rol de Daunis (antes Davies), el vagabundo pelmazo e insidioso, y Marc Rodríguez clava el inquietante perfil de Miki (antes Mick), que usa las palabras como el calamar su tinta, pero quien se lleva el gato al agua es Carles Martínez como Anton (antes Aston), en un trabajo superlativo con la dulzura desolada del mejor Antonio Casal, y que te parte el alma con el famoso monólogo de la confesión: he visto muchas veces El portero, pero nunca mejor servido que por este actor. ¿Para cuándo The Hothouse?

Dones com jo. De Pau Miró. Intérpretes: Mamen Duch, Marta Pérez, Carme Pla, Àgata Roca. Teatre Romea. Barcelona. Hasta el 16 de marzo.

L’encarregat. De Harold Pinter. Dirección: Xicu Masó. Intérpretes: Carles Martínez, Albert Pérez, Marc Rodríguez. Teatre Lliure. Barcelona. Hasta el 16 de marzo. 

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