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CRÍTICA | Robocop
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El futuro de la seguridad

No son pocas las utopías negativas que el cine ha creado recientemente, así que no es extraño que se haya vuelto la vista hacia una de las más clarividentes del cine moderno

Javier Ocaña
Fotograma de 'Robocop', de José Padilha (2014).
Fotograma de 'Robocop', de José Padilha (2014).

Corren excelentes malos tiempos para las distopías, para el desarrollo ficticio de sociedades futuras alejadas del ideal en las que, sin embargo, subyazcan elementos con suficiente credibilidad como para poder entreverse que nos vamos directamente a pique. No son pocas las utopías negativas que el cine (y la televisión: Black mirror nos acecha) ha creado recientemente, así que no es extraño que se haya vuelto la vista hacia una de las más clarividentes del cine moderno: aquella Robocop (Paul Verhoeven, 1987) que elucubraba sobre asuntos que se fueron confirmando con prontitud, con la privatización de la seguridad como esencia. Sólo hay que pensar en empresas como Blackwater, fundada en 1997, y en medidas como las cercanísimas tentativas para que los guardias jurados puedan detener e interrogar a gente por la calle, para echarse a temblar. Y aquí tenemos esta nueva Robocop, versión 2014, en la que una escena de los primeros minutos, con Teherán absolutamente pacificado por un ejército de robots, provoca la suficiente estupefacción como para entreverla como posibilidad no tan remota.

Con continuos guiños a la cultura de cierta élite (los cuadros de Francis Bacon en el despacho del gerifalte, el hecho de que la ley clave se llame Dreyfuss, recordando el mítico caso sobre las libertades civiles, el Concierto de Aranjuez...), pero también a la cultura popular (del Hombre de hojalata de El mago de Oz a la canción de Frank Sinatra), el guión de este remake tiene el suficiente atractivo como para no desdeñar la reincidencia temática. Así, en la potencia de los dos primeros tercios de la película colaboran tanto una escritura de buen nivel como el exquisito tratamiento de las elipsis (magnífico el paso de la bomba contra el oficial de policía a tenerlo como robot), así como la imponente presencia del buen mad doctor que interpreta Gary Oldman.

Eso sí, donde se echa de menos algo más de arrojo es en la puesta en escena, sobre todo de las escenas de acción, compuestas con rutinaria apatía expresiva por el brasileño José Padilha, reclutado por Hollywood tras el éxito de las dos entregas de Tropa de élite. Sin embargo, frente al bajón del último tercio, más convencional, al final se impone la credibilidad de sus planteamientos en materia militar, de seguridad, de justicia e incluso de comunicación y marketing, y lo que sobrevuela al acabar la película es una metáfora que hiere: la explicación del científico de la ilusión del libre albedrío en el seno del robot-hombre, que cree tener libertad de actuación aunque en realidad no la posea, lo que nos puede llevar a replantearnos algunos aspectos de las democracias actuales, en las que al pueblo también se le otorga esa ilusión de poder en la toma de decisiones.

Robocop

Dirección: José Padilha.

Intérpretes: Joel Kinnaman, Gary Oldman, Michael Keaton, Abbie Cornish, Samuel L. Jackson.

Género: ciencia-ficción. EE UU, 2014.

Duración: 118 minutos.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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