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El último ciudadano de la RDA regresa a Berlín

El pintor chileno Roberto Yáñez visita Alemania para exhibir su obra y recordar su origen en la antigua capital alemana dividida

Roberto Yáñez, frente a dos de sus cuadros en exhibición en Berlín, en 2013.
Roberto Yáñez, frente a dos de sus cuadros en exhibición en Berlín, en 2013. BERND VON JUTRCZENKA (Cordon Press)

Si una gitana dejara a un lado su milenaria habilidad de descubrir, en la palma de las manos de sus clientes, el destino que les depara la vida y se dedicara a investigar el estado de salud del alma del ser humano, tan solo con estudiar las huellas que deja la vida en el rostro humano, llegaría rápidamente a la conclusión de que Roberto Yañez, un pintor, músico y poeta, nacido hace 38 años en Berlín Este y que se hizo adulto en Chile, el país donde nació su padre, arrastra un pesado lastre que estuvo a punto de convertirlo en una escoria humana.

Roberto Yañez, es cierto, es dueño de un rostro que nunca parece expresar satisfacción, alegría o tranquilidad. Su cara es el espejo de una vida cargada de tormentos y que, posiblemente, se iniciaron cuando sus padres se vieron obligados, en un lejano mes de marzo de 1990, a abandonar el paraíso socialista, que supuestamente era la República Democrática alemana para volar a Santiago, capital de Chile.

Roberto Yañez tenía 15 años cuando su mundo feliz se derrumbó. El 9 de noviembre de 1989, el infame Muro de Berlín fue derribado por una revuelta popular y esa noche, sus abuelos, Margot y Erich Honecker se fueron a la cama creyendo que la RDA aun podía seguir existiendo. Al día siguiente, Margot y Erich, se despertaron convertidos en criminales.

Después de vivir 23 años en Santiago, primero con su madre Sonja, la hija predilecta de Erich Honecker y más tarde en la casa de su famosa abuela en el barrio de La Reina en Santiago, Roberto Yañez regresó hace unos meses a Berlín para presentar una exposición de sus cuadros, leer poemas de su último libro y participar en el rodaje final de un documental de la cadena regional de televisión MDR, emitido el 10 de noviembre pasado.

La presencia del nieto de Honecker en Berlín, como era de esperar, despertó la curiosidad de la prensa, que ofreció una amplia información sobre la vida y milagros del “ultimo nieto de la RDA” como fue bautizado con un cierto dejó de ironía, pero también la cobertura periodística sirvió para que le exposición, que se inauguró en una conocida galería de Berlín, culminara con un éxito de ventas.

Bajo un título apropiado a la vida del pintor Metamorfosis, la galería vendió 13 cuadros en la primera noche, un raro éxito comercial en un mundo caracterizado por la agonía de los pintores desconocidos que desean conquistar el mundo con sus obras de arte. Roberto Yañez, a pesar de su biografía, era un perfecto desconocido en Berlín, pero la cobertura periodística lo convirtió en una efímera estrella mediática, un artista que nació y creció rodeado de los lujos de la nomenclatura comunista y que encontró su propio infierno en Chile.

Gracias a la cobertura periodística, los lectores pudieron descubrir que el famoso nieto de Honecker había sucumbido en Chile al peso del apellido, pero también a los desafíos que impone la vida a un joven, que vivió los primeros 15 años de su vida, rodeado de lujos, privilegios y amparado por la seguridad que rodeaba al abuelo y que le impidió conocer la otra cara del socialismo real.

Después de terminar la enseñanza media en Santiago, el joven buscó su rumbo en el mundo hippie y no tardó en sucumbir al encanto de las drogas. Una sobredosis de LDS lo llevó al hospital donde permaneció tres meses y marcó el comienzo de una larga terapia que duro más de diez años. Los privilegios del apellido materno le ayudaron a viajar a Cuba, donde descubrió que el arte, como decía Antonin Artaud, le podría ayudar a salir del infierno. Fue entonces cuando se dedicó a pintar.

Los cuadros de Roberto Yañez, donde abundan las figuras cósmicas, tienen una clara inspiración surrealista y están marcados por las técnicas del cubismo y tienen alguna reminiscencia de Dalí y Marx Ernst. Pero en todos, el pintor intenta buscar un camino para aplastar los demonios que marcaron su juventud en Chile y su lenta travesía para escapar del infierno de las drogas.

“La inauguración fue un gran éxito para Roberto. Mucha gente vino atraída por lo que habían leído en la prensa, pero quedaron sorprendidos por la calidad de su pintura”, dijo Hannah Linder, una ejecutiva de la Galeria Kornfeld, al comentar el estreno en sociedad del nieto de Eich Honecker. “Él ha traído a Berlín una forma nueva de pintura típicamente sudamericana y que sorprende por su calidad. El éxito no es gratuito y tampoco tiene que ver con su apellido”.

Roberto Yañez regresó a Santiago. Durante su breve estancia en Berlín, visitó los lugares donde fue feliz. La casa de Wandlitz, por ejemplo, donde vivían sus abuelos. Todos los fines de semana, un coche oficial recogía a la familia y la llevaba al complejo donde vivían los jerarcas del régimen. En Wanbdlitz, el niño logró acabar con la apatía emocional del viejo dictador para convertirlo en un anciano humano y cariñoso, pero él mismo se convirtió en un niño malcriado y caprichoso, como reveló Lothar Herzoz, ex mayordomo del dictador, en un libro reciente.

Aunque la visita de Yañez en Berlín estuvo marcada en gran parte por el arte, el pintor no pudo escapar a la saga política de sus famosos abuelos. “Es bueno que ya no exista el Muro y que la gente se pueda mover libremente”, dijo, al ser interrogado por una periodista de la agencia DPA. “Él tuvo su vida y yo soy otra persona”, añadió al referirse a su famoso abuelo.

El pintor cuando está en Santiago vive en casa de su abuela con quien ya dejo de hablar de política. Aun así, el pintor mantiene una estrecha relación con ella y procura mantener una vida familiar normal. Pero el pasado sigue presente en su vida, una herencia que le ha convertido, como el mismo confesó ante las cámaras de la cadena regional MDR, en el “último ciudadano de la RDA”.

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