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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tétrico

González alertó sobre la seriedad del conflicto y reconoció que teme el despertar del nacionalismo español más agresivo y cerril

David Trueba

Hubo dos momentos tétricos en la conversación que mantuvieron Artur Mas y Felipe González para el programa de Évole en torno a Cataluña. Este diálogo, que se antoja imposible con algún representante del Gobierno, contó con González en calidad de único expresidente español capaz de someterse a una conversación no tutelada, fuera de los monólogos nostálgicos y las memorias para partidarios. El primer momento fue cuando González alertó sobre la seriedad del conflicto y reconoció que teme el despertar del nacionalismo español más agresivo y cerril. Lo conoce bien porque acertó a desactivarlo cuando llegó al poder y aún funcionaba como un engranaje amenazador y de tutela sobre la democracia naciente con una autoconcedida legitimidad insostenible.

El segundo momento fue cuando Mas señaló hacia los nuevos países surgidos tras la guerra de los Balcanes y la desmembración de la antigua Yugoslavia. He ahí un ejemplo de aceptación de un nuevo mapa por la Unión Europea. Y sí, pero como bien apuntó González, el coste humano no puede contabilizarse entre los daños colaterales sin importancia de la eclosión nacionalista. Lo tétrico tiene relación con lo grave, lo triste y lo sombrío. Asomaron por ahí esas sombras entre la luz de un diálogo que es fundamental y que por desgracia nos está siendo hurtado ante los ramalazos de razón, entusiasmo y cálculo electoral.

Solo la legalidad nos puede guiar en un conflicto así, donde es necesario que se respeten los lindes del camino porque lo demás es desmonte y acantilado. Lo más aparatoso es haber desvirtuado la sentencia del Constitucional por la propia utilización del tribunal, que atendió un recurso del PP cuando estaba en la oposición, que solo perseguía desactivar a los catalanistas ignorando la copia exacta en otras comunidades y cuyo oportunismo rentable solo quería hacer descarrilar el zapaterismo. Lo que en países como Alemania, Inglaterra o Estados Unidos se resolvería por la sumisión a esa alta autoridad, aquí se ha transformado en un charco sobre el que chapoteamos. En el rescate de las instituciones está nuestro destino. Al margen de ellas, todo es una tétrica propuesta que pretende apoyarse sobre la fe, la paleontología o la fuerza. Los españoles y los catalanes están llamados a ese diálogo, por ahora no quieren acudir.

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