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La hija de Woody Allen rompe su silencio y acusa a su padre de abusos sexuales

Dylan Farrow relata, en una carta dentro de un blog de 'The New York Times', el abuso sufrido cuando tenía siete años El director considera el texto como deshonesto y falso

El director Woody Allen, el pasado agosto en París.
El director Woody Allen, el pasado agosto en París.THOMAS SAMSON (AFP)

La carta comienza y acaba con una pregunta: “¿Cuál es su película favorita de Woody Allen?”. Dylan Farrow, hija adoptiva del director de cine y de la actriz Mia Farrow, ha roto su silencio. Con una carta en el diario The New York Times, dentro del blog del periodista Nicholas Kristof, la hija de Allen acusa a su padre de haber abusado de ella sexualmente cuando era una niña.

“Cuando tenía siete años, Woody Allen me tomó de la mano y me llevó a un oscuro desván en la segunda planta de nuestra casa. Me dijo que me tumbara boca abajo y que jugara con el tren eléctrico de mi hermano. Entonces abusó de mí sexualmente. Él me hablaba mientras lo hacía, susurrándome que era una buena chica, que ese era nuestro secreto y me prometía que iríamos a París y me convertiría en una estrella de cine”, relata Farrow.

El director neoyorquino ha rechazado este domingo las acusaciones y las ha calificado de “falsas y lamentables”. “El señor Allen ha leído el artículo y lo considera deshonesto y falso”, ha declarado su agente, Leslee Dart, a través de un comunicado al día siguiente de la acusación hecha por Dylan Farrow. 

Siempre pensé que eso era lo que los padres hacían a sus hijas. Hasta el incidente del ático con el tren

Sin rastro de morbo, con un estilo directo, sencillo pero muy impactante para el lector, la hija de la Allen, que hoy tiene 28 años, expone su caso (el año pasado ya lo hizo en Vanity Fair), después de que su hermano Ronan Allen (único hijo biológico de la pareja Allen-Farrow, aunque esta última ha insinuado a veces que podría ser hijo de Frank Sinatra y no del director de cine; su propio vástago se ha reído de la ocurrencia) criticara la concesión de un galardón al artista durante la pasada edición de los Globos de Oro.

Dylan Farrow pregunta ahora a la actriz Cate Blanchett o al actor Alec Baldwin –protagonistas del último filme del director neoyorquino- qué pasaría si el abusado hubiera sido uno de sus hijos. “¿Y si hubieses sido tú, Emma Stone? ¿O tú, Scarlett Johansson?”, cuestiona a otras estrellas que han trabajado con el director. “Diane Keaton, tú me conociste cuando yo era una niña. ¿Me has olvidado?”.

El episodio del desván con el tren –cuando Farrow contaba siete años- supuso un punto de ruptura para la entonces niña, que decidió dejar de guardar silencio. “No recuerdo cuántas veces me llevaba lejos de mi madre –que de haberlo sabido lo hubiera parado inmediatamente-, hermanos y amigos para estar sola con él”, prosigue en su carta Farrow. “No me gustaba cuando metía su dedo pulgar en mi boca. No me gustaba tener que ir a la cama con él bajo las sábanas cuando estaba en ropa interior. No me gustaba que pusiera su cabeza sobre mi regazo desnudo e inhalara y exhalara”, confiesa la joven, que dice que se encerraba en el baño para evitar estas situaciones pero que el cineasta siempre la encontraba.

“A día de hoy me resulta muy difícil contemplar un tren de juguete”, comparte Farrow, hoy casada y con su vida rehecha, a pesar de que reconoce que vivió etapas muy duras, sufriendo desórdenes alimenticios y llegando a dañarse físicamente haciéndose cortes. Los supuestos abusos sexuales estuvieron en el centro de la tormentosa separación de Allen y Farrow en 1993, que ocupó portadas de periódicos y tabloides, aunque la actriz nunca llegó a presentar cargos contra el cineasta a pesar de que, como explica Dylan Farrow en su misiva, un juez de Connecticut creyó que había elementos suficientes para perseguir el caso. Woody Allen siempre ha negado los hechos. Ni la investigación policial ni la médica encontraron base para sustentar las acusaciones, como apunta Robert B. Weide, director del documental para la PBS Woody Allen: a documentary, que en un artículo en The Daily Beast desmonta paso a paso las acusaciones.

La carta abierta de Farrow se ha publicado en la edición digital del diario The New York Times dentro del blog de Kristof, un periodista comprometido con la causa contra los abusos sexuales a menores y la trata de personas. Kristof explica las razones que le han llevado a dar voz a Dylan Farrow pero matiza que Allen tiene derecho a la presunción de inocencia y que ninguna instancia judicial le ha encausado nunca.

En este sentido, la joven Farrow reprocha a Hollywood que siempre “le fuera más sencillo aceptar la ambigüedad” sobre lo que había pasado, cuestionar su verdad e incluso acusar a su madre de fabricar toda la historia para dañar a su exmarido. En opinion de Farrow, todo el mundo miró hacia otro lado mientras ella no podía ocultar su pánico cada vez que veía la cara de Allen, ya fuera “en un póster, en una camiseta o en la television”.

“Entonces tenía que encontrar un sitio para estar sola y me derrumbaba”. La sociedad sucumbió al poder de una persona famosa, dice. “Había expertos dispuestos a atacar mi credibilidad. Había médicos dispuestos a hacer enloquecer con engaños a una niña maltratada”, lamenta la joven, que teme que su silencio pudo haber hecho que Allen pudiera haber abusado de otras niñas.

La última película del director de Manhattan, Blue Jasmine, está nominada a tres oscars, incluido el de mejor guion original, obra de Allen. “Woody Allen es la prueba viviente de la manera en la que nuestra sociedad falla a los supervivientes de abusos y asaltos sexuales”, finaliza Farrow.

Carta de Dylan Farrow

¿Qué película de Woody Allen es su favorita? Antes de responder, les contaré algo que deben saber: cuando yo tenía siete años, Woody Allen me cogió de la mano y me llevó a un ático sombrío, casi un armario, que había en la segunda planta de nuestra casa. Me dijo que me tumbara boca abajo y jugara con el tren eléctrico de mi hermano. Y entonces me agredió sexualmente. No dejó de hablar mientras tanto, de susurrar que era una buena niña y que aquello era un secreto entre los dos, de prometer que íbamos a ir a París y yo iba a ser una estrella en sus películas. Recuerdo mirar fijamente el tren, no perderlo de vista mientras daba vueltas por el ático. Todavía hoy, me resulta difícil contemplar trenes de juguete.

Desde que tengo memoria, mi padre siempre me había hecho cosas que no me gustaban. No me gustaba con cuánta frecuencia me apartaba de mi madre, mis hermanos y mis amigos para estar los dos a solas. No me gustaba que me metiera su dedo pulgar en la boca. No me gustaba tener que meterme en la cama con él, bajo las sábanas, cuando él estaba en calzoncillos. No me gustaba cuando colocaba la cabeza en mi regazo desnudo y respiraba hondo. Me escondía bajo las camas o me encerraba en el cuarto de baño para evitar esas situaciones, pero él siempre me encontraba. Ocurría tantas veces, como si tal cosa, ocultándoselo con tanta habilidad a una madre que me habría protegido si se hubiera enterado, que yo creía que era lo normal. Creía que así era como los padres mimaban a sus hijas. Sin embargo, lo que me hizo en el ático me pareció distinto. Ya no pude seguir guardando el secreto.

Cuando le pregunté a mi madre si su padre le había hecho a ella lo que me hacía Woody Allen a mí, no tenía sinceramente ni idea de cuál iba a ser la respuesta. Ni tampoco sabía la tormenta que iba a desencadenar. No sabía que mi padre iba a a utilizar su relación sexual con mi hermana para encubrir los abusos a los que me tenía sometida. No sabía que iba a acusar a mi madre de meterme la idea en la cabeza ni que iba a llamarla mentirosa por defenderme. No sabía que me iban a pedir que contara mi historia una y otra vez, a un médico detrás de otro, para presionarme y comprobar si reconocía que estaba mintiendo, dentro de una batalla legal que yo no podía entender de ninguna manera. En un momento dado, mi madre se sentó conmigo para decirme que que no me pasaría nada si estaba mintiendo, que podía retractarme de todo lo que había dicho. Pero no podía hacerlo, porque era todo verdad. Sin embargo, a una persona poderosa le es muy fácil entorpecer una acusación de abusos sexuales. Enseguida aparecieron expertos que impugnaron mi credibilidad. Médicos dispuestos a usar sus armas psicológicas contra una niña que había sufrido esos abusos.

Después de una vista para decidir la custodia en la que a mi padre se le negó el derecho de visita, mi madre decidió no presentar una demanda penal, pese a que el Estado de Connecticut había llegado a la conclusión de que había “causa probable”. Lo hizo, en palabras del fiscal, por la fragilidad de “la niña víctima”. Woody Allen no fue nunca condenado por ningún delito. El hecho de que hubiera salido indemne me atormentó durante mi infancia y adolescencia. Me sentía terriblemente culpable de pudiera seguir relacionándose con otras niñas. Me aterrorizaba que me tocaran otros hombres. Adquirí un trastorno alimentario. Empecé a cortarme con cuchillas. Y la tortura se agravó aún más por culpa de Hollywood. Todo el mundo, salvo unos pocos (que son mis héroes), hizo la vista gorda. A la mayoría de ellos les resultaba más fácil aceptar la ambigüedad, decir “quién sabe qué sucedió”, fingir que no había pasado nada. Los actores le elogiaban en las ceremonias de premios. Las cadenas de televisión le llevaban a sus programas. Los críticos hablaban de él en las revistas. Cada vez que veía el rostro de quien había abusado de mí --en un cartel, una camiseta, un televisor--, no podía más que disimular mi pánico hasta que encontraba un rincón en que estar a solas para desmoronarme.

Hace unos días, Woody Allen recibió una nueva nominación a un Oscar. Y esta vez, decidí no desmoronarme. Durante mucho tiempo, la aceptación de la que ha disfrutado me ha mantenido en silencio. Me parecía un reproche personal, como si los premios y los aplausos fueran una manera de decirme que me callara y me fuera. Pero varios supervivientes de abusos sexuales que se han puesto en contacto conmigo, para mostrarme su apoyo y compartir sus temores a dar la cara, a que les llamaran mentirosos, a que les dijeran que sus recuerdos no eran reales, me han dado un motivo para romper el silencio, aunque solo sea para que otros sepan que no tienen que permanecer callados.

Hoy me considero afortunada. Estoy felizmente casada. Cuento con el respaldo de mis maravillosos hermanos y hermanas. Tengo una madre que supo encontrar en su interior la fortaleza necesaria para salvarnos del caos que había introducido un depredador en nuestro hogar.

Sin embargo, sigue habiendo otras personas asustadas, vulnerables, que se esfuerzan para encontrar el valor que les permita decir la verdad. Y el mensaje que les transmite Hollywood es importante.

¿Y si hubiera sido tu hija, Cate Blanchett? ¿Louis CK? ¿Alec Baldwin? ¿Y si hubieras sido tú, Emma Stone? ¿O tú, Scarlett Johansson? Diane Keaton, tú me conociste cuando era niña. ¿Te has olvidado de mí?

Woody Allen es una prueba viviente de que nuestra sociedad no se porta bien con los supervivientes de abusos y agresiones sexuales.

Por eso, imagínense a su hija de siete años, imagínense que Woody Allen se la lleva al ático. Imagínense que, durante el resto de su vida, a esa niña le dan náuseas cada vez que oye el nombre de él. Imagínense un mundo que aplaude a su atormentador.

¿Se lo imaginan? Y ahora, ¿qué película de Woody Allen es su favorita?

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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