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Columna
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La fascinación por los náufragos

La literatura, el arte y el cine retratan al hombre enfrentado a la soledad y la naturaleza, sin más recursos que la memoria, la conciencia y el valor

Probablemente fue Jonás el primer náufrago de la historia. Y probablemente no solo eso. Como escribió con humor Gabriel García Márquez en este diario hace unos 15 años –cito de memoria- Jonás también inventó la literatura cuando justificó su tardanza a su mujer contándole que se lo había tragado una ballena. Gabo también escribió esa maravilla y esa lección de periodismo que es Relato de un náufrago a partir de la humilde nota de un suceso despreciada en el barullo diario de las redacciones.

Otro relato de un náufrago fascinante es la aventura del español Alvar Núñez de Vaca, el primer europeo que recorrió el sur de los actuales Estados Unidos hasta su llegada a México. Su peripecia recogida en Naufragios, publicado en 1542, cuenta su deriva durante ocho años desde las costas de Florida hasta la desembocadura del Mississipí y el golfo de California, ejerciendo de curandero entre los indios, superando peligros e inmensas soledades. Casi 200 años antes de que Daniel Defoe creara a Robinson Crusoe e impartiera su lección de economía. Atención por cierto a la fidelísima versión del libro que hizo Luis Buñuel en su última película americana en 1952.

En tiempos recientes, Robert Zemeckis y Tom Hanks, recuperaron el drama del hombre en la isla desierta, un hombre contemporáneo, suerte de anti Robinson Crusoe, que no construye granjas ni domina la naturaleza. Se limita a sobrevivir, siempre tentado por el suicidio, acompañado por un mudo balón de fútbol en el papel de Viernes. En unas semanas se estrenará en las pantallas de todo el mundo Cuando todo está perdido (All is Lost) en la que el navegante solitario Robert Redford lucha contra las tormentas e inclemencias del océano Índico sin artilugios electrónicos de ninguna clase. El veterano actor sostiene una película en la que de nuevo un hombre blanco y experto es puesto a prueba contra la mayor adversidad. Un desafío de ficción. Hay que recurrir al cine documental y a la prensa para conocer la tristísima tragedia de los cientos de emigrantes muy reales que naufragan cada pocas semanas en las costas de Europa.

Reciente también vimos el naufragio de Pi, acompañado de un tigre, en la fábula de Ang Lee. Pero no se puede olvidar al maestro Alfred Hitchcock y su extraordinaria Náufragos (Lifeboat), película de 1944, en plena II Guerra mundial, pesimista visión de la naturaleza humana en la que plantea en el mínimo escenario de una barca la tensión entre la cobardía del grupo y la determinación del individuo.

Hay más ejemplos, que ahora olvido, en la literatura, en el arte, en el cine, de nuestra fascinación por el hombre enfrentado a la soledad y la naturaleza sin más recursos que la memoria, la conciencia y la valentía. Como los hay de esos náufragos de tierra firme que son los soldados japoneses que de tanto en tanto surgen de la verde oscuridad de la jungla para enterarse de que por fin la guerra ha terminado. Una noticia que inevitablemente leemos con cierta decepción en la rutinaria y tecnológica deriva de nuestros días.

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