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Amos Gitai: Herencia y resistencia

Héroe de guerra que aborrece la épica, el cineasta israelí trabaja desde sus recuerdos familiares Una exposición en el Reina Sofía refleja la tensión entre historia y memoria

Elsa Fernández-Santos
La familia de Amos Gitai entre 1968 y 1969. El cineasta es el joven del centro; sus padres, la pareja de la derecha.
La familia de Amos Gitai entre 1968 y 1969. El cineasta es el joven del centro; sus padres, la pareja de la derecha.

La memoria que heredamos de nuestros padres es como ese tótem africano que representa a un hombre cargando a hombros a otro hombre y así sucesivamente hasta construir una escalera infinita de huesos, carne y relatos. Una imagen figurada que le sirve al cineasta israelí Amos Gitai para explicar la tensión que mantiene con su pasado y la tarea que ha emprendido para reencontrarse con la historia de sus padres, el arquitecto judío polaco Munio Weinraub Gitai y la judía de Tel Aviv Efratia Munschick Margalit.

El extenso material de su archivo (cartas, fotografías, dibujos, viejas películas de Super 8, maquetas, planos…) se dispone ahora en un viaje que circula desde las ramas de su árbol genealógico a las raíces de su pueblo, capas de historia y de microhistoria superpuestas sistemáticamente en su ya larga y muy reconocida filmografía (40 películas entre cortos, documentales y ficciones, la mayoría arraigadas en el conflicto árabe y palestino) y que ahora, de manera más excepcional, se extiende a una singular exposición, Las biografías de Amos Gitai, que se inaugura el próximo miércoles en el Reina Sofía de Madrid y que viene a ilustrar con su presencia otra exposición del museo, Formas biográficas. Construcción y mitología individual. Así, la vida y la obra de Gitai se convierten en un ejemplo práctico sobre cómo la identidad personal se revela en fértil material artístico en permanente reconstrucción.

Fotografía de Munio Weinraub tomada en sus años en la Bauhaus.
Fotografía de Munio Weinraub tomada en sus años en la Bauhaus.

Amos Gitai nació en Haifa en 1950. Su padre murió en 1970, cuando Amos tenía 20 años, y su madre, en 2004, cuando él ya era un hombre maduro. “Vivió hasta los 95 años, era una mujer de una enorme vitalidad”, cuenta él mostrando las fotos de una mujer de frente despejada y pelo negro y rizado. Munio y Efratia se conocieron en un cine —“ya ve, todo estaba escrito”— de Haifa. Él acababa de llegar a Israel desde Alemania, de donde huyó de los nazis en 1933, año en el que Hitler cierra la Bauhaus de Dessau y procesan a un grupo de los alumnos de arquitectura de Mies van der Rohe y de Hannes Meyer por traición al pueblo alemán. Uno de ellos era Munio, un judío polaco que llega a mediados de los años treinta a Israel. “Mi padre se paseaba con sombrero y traje por un país donde la gente iba en sandalias. Siempre fue diferente”, recuerda su hijo. Eterno extranjero pese a que se convirtió en uno de los arquitectos más relevantes de Israel. Su huella pervive hoy en algunas de las más importantes construcciones públicas y privadas del país.

La herencia recibida de padre y madre transcurre de manera paralela, sin apenas tocarse. “Mi padre jamás me habló de la Bauhaus. Pero cuando supo que iba a morir me llevó a la construcción por primera vez con él para enseñarme cómo trabajaba con los artesanos, cómo los implicaba en las tareas hasta que sintieran pasión por su trabajo. Poseía una dimensión social de la arquitectura que hoy se ha perdido. Mi padre era un hombre que no encajaba en su entorno mientras que mi madre, que había nacido en Israel, fue una verdadera adelantada a su tiempo, una mujer muy moderna e inquieta, de fuertes convicciones izquierdistas”. En los años treinta, siendo joven, la madre viaja a Viena para estudiar psicoanálisis. Tiene tres hijos, pero el mayor muere a los dos años. En los años sesenta, decide irse a Londres para seguir su formación. Amos, el más pequeño, es enviado a un kibutz mientras su madre viaja a Europa. “Yo nací cuando ella tenía 43 años, algo excepcional entonces”.

Las dos últimas películas de Gitai, Carmel (2009) y Lullabuy to my father (2011), están dedicadas respectivamente a su madre y a su padre. Para hablar del padre echa mano de la amplia documentación que existe de sus años en la Bauhaus y de su propia obra arquitectónica en Israel, mientras que para la madre acude a una única fuente, un excepcional legado: los centenares de cartas que ella escribió sin interrupción a su marido, a sus dos hijos y a su padre, y que recorren casi un siglo de historia personal y de Israel. Gitai no solo utilizó las cartas como material de su filme, sino que también las ha editado en un libro (Gallimard) que recoge una selección redactadas entre 1929 y 1994. La madre escribe y escribe mientras el hijo mantiene vivo el relato. Él la sigue escuchando. “A diferencia de mi padre, ella tuvo toda su vida para construir su narrativa”.

Munio Weinraub, padre de Amos Gitai, en 1930, durante sus años en la Bauhaus.
Munio Weinraub, padre de Amos Gitai, en 1930, durante sus años en la Bauhaus.

Un año después de la muerte de su padre por leucemia, Gitai ingresa en la Facultad de Arquitectura. Pero dos accidentes truncarán esa primera vocación: su madre le regala una cámara de Super 8 y un año después, en 1973, se alista en una unidad de rescate de la guerra de Yom Kipur. Un misil sirio derriba su helicóptero, mueren varias personas y el joven aspirante a arquitecto, convertido en héroe nacional, filma su primera película: su traje militar raído y ensangrentado dando saltos como un tentetieso.

La pieza de Super 8 forma parte de la exposición del Reina Sofía. El traje parece bailar solo en una de las nueve salas dedicadas al cineasta. En la primera, familia e infancia resumidas en una alfombra diseñada por su padre en la Bauhaus y que hacía de tapiz en la casa familiar de Haifa. También hay un móvil hecho con materiales de hierro por el propio cineasta y fotos de los padres. Gitai se doctoró en arquitectura en Berkeley, pero su vocación ya había cambiado de rumbo y en 1980 rueda su primera película, el mediometraje La casa.

El filme ilustra eso que el director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, llama “la tensión humana entre herencia y resistencia”. También ilustra la ruptura del cineasta con su país. Narra el conflicto a través de una casa del Jerusalén occidental que, abandonada durante la guerra de 1948 por su dueño, un médico palestino, pasa a manos del Gobierno israelí. Gitai entrevista a los nuevos propietarios y a los obreros (palestinos) que trabajan en la casa. Prohibieron el documental y su madre le retiró el saludo por la ofensa. Después de 18 años el cineasta volvió a la misma casa para rodar Una casa en Jerusalén y conocer a los nuevos habitantes del inmueble, judíos de clase media que ya no sabían nada de quien había vivido allí antes. La casa, explica Gitai, fue su manera de hablar de un conflicto evitando “esas generalizaciones que no conducen a ningún lugar”. “Yo vengo de un lugar muy expuesto mediáticamente, del que casi todo el mundo cree saber algo, por eso yo debía posicionarme de otra manera, y esa manera fue buscar un microcosmo capaz de contar algo muy concreto. El plano secuencia, muy habitual en mi cine, también fue otra manera de posicionarme en ese relato. En un mundo marcado por la fragmentación, de la que hacen uso y abuso los medios de comunicación, yo quería utilizar un arma cinematográfica capaz de captar todas las contradicciones, porque solo desde las contradicciones se puede llegar a una verdadera comprensión del problema”.

La casa, explica Gitai, fue su manera de hablar de un conflicto evitando “esas generalizaciones que no conducen a ningún lugar”.

Gitai cree que un cineasta debe ser un extranjero en su propio país para tomar la debida distancia. A él, después de la censura a La casa, no le quedó más remedio. Mientras se cerraban las puertas de Haifa se abrían las de París. Hoy, vive entre las dos ciudades. “La situación en la actualidad está enquistada. No hay malos ni buenos, ni ángeles ni demonios, y eso bloquea cualquier salida”. El cineasta habla mientras el equipo del museo empieza a dispersar por los casi novecientos metros expositivos el material (500 piezas entre las que se encuentra toda la documentación del proceso de los nazis contra su padre o los proyectos de Munio de edificación en los territorios ocupados) seleccionado por él mismo y por el comisario, Jean-François Chevrier: "El relato subjetivo de un relato subjetivo", dice sonriente. En las paredes hay recortes de periódico que reflejan la polémica de La casa, fotos suyas, y las proyecciones —de entre cinco y diez minutos— de cada película seleccionada. Desde una sala dedicada al mito de Esther a ráfagas de todo su cine. No vemos toda la dimensión de sus películas, solo paseamos sobre una panorámica de breves diálogos y largos planos.

Amos Gitai en la exposición que el Reina Sofía dedica su obra.
Amos Gitai en la exposición que el Reina Sofía dedica su obra.claudio álvarez

“Hay muchas biografías de Amos Gitai”, dice Jean-François Chevrier. “La del hombre y la del artista, que no son la misma. Y la de sus padres, que no es la suya aunque él sea un producto de ambos”. Para Chevrier lo excepcional del cineasta es su negación del relato oficial de la historia nacional a través de relatos de vida. “Las ideas de arquitectura de Gitai no son las de su padre, ni las políticas son las de su madre, que era una mujer más sionista que él. De alguna manera él representa a la aristocracia de Israel, pero en su trabajo buscó la voz de la gente más sencilla. Y esa es una de las funciones más importantes del intelectual político: buscar y apoyar las palabras de los que no tienen voz, sin hablar en su nombre pero reflejando su silencio. A la historia oficial le gustan los héroes. Amos fue uno de ellos en la guerra de Yom Kipur, pero ese papel fue precisamente el que le hizo romper con todo al negarse a estar en la tradición de la épica”.

En una carta enviada desde Londres, Efratia le escribe a su hijo de 10 años que se mantenga fuerte en el kibutz, le pide que se construya una coraza para que nadie sepa qué siente. Pero nada está más lejos de esa coraza que toda la obra posterior del hijo: “Me pone muy triste saber que me echas tanto de menos. Querido, nosotros somos shutzniks [se refiere al movimiento de izquierdas Hashomer Hatzair], demasiado apasionados y dependientes del amor. Es hermoso, pero tenemos que luchar contra esta dependencia. Es natural que una madre quiera y añore a su hijo, pero un hijo debe querer menos que una madre. Tiene que ser inmune, un hombre fuerte. No debe pensar mucho en su madre, debe trabajar, estudiar, y no estar pendiente de los demás para no depender nunca de sus reacciones. Que digan lo que quieran, que hagan su vida mientras tú haces la tuya. A la gente le gusta hacer daño a los que no protegen su corazón y sus emociones. Es así de triste, querido mío. Y no quiero que te hagan daño. Así que no muestres a nadie que me echas tanto de menos. Sé fuerte y heroico, como tu padre. ¿De acuerdo, Amos?”.

Las biografías de Amos Gitai. Museo Reina Sofía. Madrid. Del 5 de febrero al 19 de mayo. Incluye el ciclo de cine Biografía, historia, territorios. Nueve películas de Amos Gitai. Entre el 6 y el 26 de febrero.

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Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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