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La aventura cubista de Mondrian

El Gemeentemuseum de La Haya ilustra la influencia de pintores como Picasso y Braque en la obra del fundador del neoplasticismo

Isabel Ferrer

¿Un artista que evite las líneas curvas? ¿Un pintor en busca de la esencia de las cosas hasta desembocar en un orden geométrico vertical y horizontal? Mondrian, el holandés Piet Mondrian (1872-1944). Sustentada por una concepción analítica de la pintura, su obra pasa del naturalismo y el impresionismo a la abstracción extrema. Una invención estilística que denominó neoplasticismo y le sirvió para reducir la realidad a una estructura de recuadros de distintos tamaños y colores. Fue el resultado de años de reflexión espiritual, profundos análisis estéticos y un momento estelar: su descubrimiento del cubismo, en Holanda, y en el París de 1911, donde Picasso y Georges Braque gestaban un nuevo lenguaje pictórico. En el setenta aniversario de la muerte del holandés, el Gemeentemuseum de La Haya, guardián de la mayor colección de su obra, le dedica hasta el próximo 11 de mayo Mondriaan y el cubismo, París 1912-1914, una muestra seminal.

El juego de vocales del apellido es inevitable. El verdadero tiene dos aes y así lo escriben en su país, pero él mismo se quitó una para firmar su obra. Una decisión radical, como la tomada tras la época parisina (1912-1914), que le transformó. Pasó de ser un maestro de escuela primaria y notable paisajista en sus horas libres, a exprimir las posibilidades expresivas del lenguaje plástico para llegar a lo absoluto. A lo que denominaba “la estructura esencial del universo”.

El primer paso de ese viaje lo dio en el museo Stedelijk, de Ámsterdam, en 1911. Una exposición sobre el cubismo le convenció de que su obra solo avanzaría si viajaba a la capital francesa. Allí conoció las telas de Picasso y Georges Braque, que jugaban con el factor temporal para fragmentar las figuras hasta dejarlas casi irreconocibles.

También estudió los cuadros de Robert Delaunay, Fernad Léger o Henri Le Fauconnier, dispuestos a darle un baño geométrico, por así decirlo, a temas clásicos. El ambiente de compañerismo y rivalidad le sirvió de acicate, y de vuelta en casa, expuso los 16 cuadros pintados en Francia en la galería Walrecht, de La Haya. En lugar de organizar una antológica al uso, el Gemeentemuseum ha reunido ahora esas piezas, tituladas Composiciones, y las ha colgado junto a las de sus contemporáneos. Desde los holandeses Lodewijk Schelfhout, Leo Gestel, Jacoba van Heemskerk o Jan Sluijters, influidos también por el cubismo, a figuras mundiales como Delaunay, el italiano Gino Severini o el checho Frantisek Kupka.

“Visto desde hoy, el caso de Mondrian resulta lógico. Su abstracción analítica posterior tenía que pasar por el cubismo. Marcado por una fuerte espiritualidad, busca la esencia del arte y acaba usando solo líneas verticales y horizontales y tres colores primarios, como el rojo, azul y amarillo. También blanco y negro, que son la ausencia y resumen de todos los colores”, dice Franz Kaiser, director de exposiciones del museo. La evolución del artista estremece. Acuarelas bucólicas de granjas con estanques de patos, o bien un ramo de rododendros violeta sobre papel marrón, dan paso a unos árboles de ramas convertidas en rectángulos. El retrato clásico de una dama, acaba esquematizado hasta el límite con finos trazos verticales. Y aquí llega la sorpresa de la muestra.

Según Hans Janssen, conservador de arte moderno de la sala holandesa, las Composiciones no pueden verse solo desde un punto de vista geométrico. Mondrian acabaría en una abstracción considerada por algunos críticos de la época como un ejercicio de estilo ajeno a la vida real. Su producción parisina, sin embargo, “se inspira en una treintena de dibujos figurativos con paisajes, desnudos, árboles y flores incluidos en un cuaderno anterior a 1912”, asegura el experto. “Lo que pasa es que en sus cuadros no daba una pincelada sin más. Si el recuadro pintado de negro es rectangular, así va el pincel que lo rellena de color. Si hay un trazo doble o difuminado, tampoco es por azar”, añade.

Al volver de París, la simplicidad en que derivan sus obras es progresiva. Los objetos van desapareciendo y lleva al límite su afán reduccionista. Como cuando abandona la revista De Stijl, fundada en 1917 junto a Theo van Doesburg, por algo que parece absurdo. A su colega se le ocurrió hacer una línea curva y Mondrian se marchó. Pero si hubiera cambiado de rumbo, tal vez no habría influido en la arquitectura, el diseño y la moda posterior, encabezada por el vestido Mondrian, de Yves Saint Laurent.

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