El principio del fin

El libro de relatos Europa de Luis López Carrasco, de inminente publicación, se abre con una cita del tema Time travel, del trío de Portland Blouse: “I was in the future yesterday/ But now I’m in the past”. En Todos los finales posibles, una de sus narraciones –todas ellas enmarcadas en el género de la ciencia-ficción, todas ellas con preguntas inquietantes sobre nuestro presente-, dos físicos de partículas aislados en los Alpes en pleno fin del mundo tienen la posibilidad de viajar en el tiempo. Tras barajar diversas posibilidades, uno de ellos, de origen español, se decide por un destino concreto: “Quiero ver a mis padres, a mis familiares, de jóvenes, en el clima de energía e ilusión que acaeció al final de la dictadura franquista, el inicio torpe de una democracia. Volvemos a la ilusión, me dirás. Quizá sí, o quizá no. Porque esa efervescencia duró muy poco, el sistema se integró a plena velocidad en los rigores del contexto internacional. Se mistificó, se conjuró y eliminó en un periodo muy corto”. Algo más adelante, el mismo personaje dice: “A partir de ahora poseeré el color ocre y amarillento de los formatos de vídeo primitivos”. Primer largo en solitario de López Carrasco, El futuro podría ser la “película encontrada” entre las grabaciones, no en vídeo sino en 16mm. que hubiese hecho ese hipotético viajero.

Tráiler de 'El futuro', primera película en solitario del cineasta Luis López Carrasco.

Miembro del colectivo Los Hijos, formación caracterizada por mantener insidiosos diálogos con el cine de sus supuestos padres cinematográficos (de Erice a Almodóvar, pasando por Guerín) a través de discursos fronterizos entre el documental y el cine ensayístico –su gran carta de presentación fue Los materiales (2010); Árboles (2013), su último trabajo, relaciona pasado colonialista con un presente de urbanismo disciplinario y filo-penal-, López Carrasco ofrece en El futuro un objeto ciertamente extraño: la supuesta grabación de una fiesta celebrada en 1982 en un piso madrileño, poco antes o poco después de la victoria electoral del PSOE. Suena una sabia selección de temas de la época, se atisban jirones de conversaciones –sobre cargas policiales, drogas, relaciones-, se evoca la cercanía del franquismo y, finalmente, se sugiere, en esa supuesta antesala cargada de esperanza, el germen de la desolación presente. Agujeros negros y fantasmagorías infectan las últimas imágenes de este reverso lúcido y fatalista de L’Orgia (1977) de Francesc Bellmunt. El resultado es una película compleja, nada discursiva, que, como No de Pablo Larraín o Redemption de Miguel Gomes pero con otras armas, propone inéditas formas para un nuevo cine verdaderamente político. Un viaje envenenado al punto cero de una catástrofe colectiva