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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Shin Bet

Los giros de la trama de 'Homeland' han rozado ese grado de indignación que aún se dispara cuando te sientes manipulado de una manera demasiado elemental.

David Trueba

Con la tercera temporada de Homeland nos ha sucedido a muchos lo que contaban de aquel aficionado que un día le gritó a Curro Romero en La Maestranza, harto de una mala faena, eso del próximo día te van a venir a ver tu madre... y yo. Los giros de la trama han rozado ese grado de indignación que aún se dispara cuando te sientes manipulado de una manera demasiado elemental. Cuando los episodios transcurrían fuera de Langley, tanto los escenarios de Caracas como las montañas de Afganistán y el infiltrado Gobierno iraní invitaban a la burla más que a la credibilidad. Pero eran los grados de manipulación y sorpresa sobre el espectador, conseguidos por medio de prestidigitación narrativa, las que más te hacían sospechar de la posible crisis del producto.

Esto ha coincidido con la muerte de Syd Field, que dedicó su esfuerzo a tratar de contener en libros de guion la esencia de la narración. A partir de ejemplos exitosos, estableció una fórmula esencial. Aunque sus conclusiones fueran algo primarias, sus libros de escritura cinematográfica fueron muy leídos, porque reducían la narración a puntos de giro en momentos precisos y resoluciones casi matemáticas. La manipulación que toda obra pone en funcionamiento para contar algo corre el peligro de convertirse o en previsible o en inverosímil cuando al espectador se le disparan las alarmas de fraude, ya sea porque sospecha que lo tratan como un estúpido o le someten a una fórmula manida.

Las series apelan a una fidelidad casi taurina, por lo que los espectadores luchan contra su propia intuición, y si han decidido seguir a un matador no lo cambian por varias tardes nefastas. Pero, argumentalmente, un documental reciente llamado The gatekeepers ofrecía una perspectiva que se retroalimentaba con las tramas de Homeland. Miembros del Shin Bet israelí contaban sus acciones y la política de infiltración y espionaje y al escucharlos experimentabas el asombro y la credibilidad. Nada respondía a fórmulas de enganche, sino que la exposición se complementaba con el esfuerzo por comprender, por aceptar que las cosas suceden con una complejidad tan rica que cualquier reducción a fórmula suena a insulto. Homeland ha dejado el terreno limpio para sembrar un decente futuro. Veremos.

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