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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mataderos

Carlos Boyero
El cineasta francés Georges Franju en 1961.
El cineasta francés Georges Franju en 1961.Georges Pierre (Sygma/Corbis)

Se aplica con generosidad en el cine la calificación de poético cuando provoca sensaciones muy íntimas en el receptor. Y no hay patrones ni racionalización para explicar por qué algo te resulta lírico. A lo peor, se esfuma la poesía en el intento de definirla o etiquetarla. Que la sensibilidad o el capricho de cada uno decida lo que es prosaico o lírico.

Por ejemplo, hay un director francés llamado Georges Franju cuyas imágenes, la atmósfera y el aroma que crea, hacen que lo relacione con las turbadoras, luminosas o sombrías sensaciones que asocio con determinados poemas. Volví a ver hace poco Los ojos sin rostro (esa inquietante y perversa película que Almodóvar intentó plagiar en vano en la grotesca La piel que habito) y su poder de conmoción se mantenía intacto. También he revisado con renovado horror su documental La sangre de las bestias. Lo rodó en 1949 en un matadero de los suburbios de París. No hay ficción, filma el sacrificio cotidiano de las bestias. Y durante unos días me abstengo irracionalmente de comer carne. También me hace recordar el miedo y la grima que sentía en la infancia cada vez que pasaba al lado de un matadero cercano a mi casa, lo que imaginaba que ocurría en ese templo del espanto. En fin..., el psicoanálisis, el silencio de los corderos, esas intrascendentes cosas.

Y por primera vez coincido en algo con el ministro del Interior respecto al escalofrío que le provoca algo tan inocuo y literario como que los etarras beneficiados por la suspensión de la doctrina Parot decidan juntarse para una comida solidaria y presumo que entrañable en un antiguo matadero. Dudo que los que administraron con tanto celo la muerte ajena, fríamente, sin motivos personales, sientan alguna vibración relacionada con lo macabro en el escenario de su festín. Y seguro que ya no volverán a ser matarifes en serie para salvar a la patria, que buscarán soluciones para que salgan cuanto antes sus entrullados colegas y para que purguen lo mínimo los cuatro indocumentados que siguen sueltos.

Me enteré de la matanza de Hipercor al encender la radio en el aparcamiento de esos grandes almacenes en Madrid. La muerte me concedía su suerte. Repito, no había razones personales en la barbarie. Y los coros vocean: “¡Los nuestros a casa, los vuestros al hoyo!”.

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