El otro como ‘macguffin’

Celebrada cada cuatro años, la Vendée Globe es una regata que propone el desafío de dar la vuelta al mundo en una embarcación de vela en solitario, sin escalas, ni asistencia externa. Su reglamento es lo que parece haber utilizado como guía el equipo de guionistas formado por el director debutante Christophe Offenstein y Jean Cottin para ir jalonando de conflictos el periplo de Yann Kermadec, el protagonista de esta falsa aventura, hasta dar con lo que, supuestamente, tendría que transformar esta épica de la supervivencia en una épica de la toma de conciencia: la irrupción de un polizón subsahariano que, de entrada, choca con el título de la película y con toda posibilidad de victoria deportiva para el navegante.

Después del éxito de Intocable (2001), a François Cluzet, ese actor que parece dibujado por Jean Graton, parece haberle caído la pesada condena de ser garante e icono de historias de interés humano en las que le corresponde el papel de burgués que tendrá que establecer vínculos afectivos con la otredad. La publicidad de la película —que habla de un trabajo “de los productores y el protagonista de Intocable”, y que destaca “una historia de amistad en la regata sin escalas más extrema”— parece condicionar al público para que reciban En solitario como lo que, realmente, no es. O no consigue ser. El hasta ahora director de fotografía Christophe Offenstein consigue transmitir, con sus imágenes inmersivas, la dureza física de la proeza deportiva, pero su competencia visual choca con una incapacidad para la mirada humanista, convirtiendo la supuesta transformación del protagonista en un mero cliché dramático. Y, lo que es muchísimo peor, haciendo del intruso emigrante una figura meramente funcional, un mero macguffin.