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SILLÓN DE OREJAS

Siete pecados para acabar el año

La avalancha de libros de gastronomía y dietética es tal que se corre el riesgo de saturar el mercado

Manuel Rodríguez Rivero
Ilustración de Max.

La bibliografía acerca de los siete pecados capitales, “cabeza” de todos los demás, es inabarcable. Fijado su número definitivamente en el siglo VI por san Gregorio Magno, que asimiló el de tristeza (tristitia) a la pereza, los teólogos medievales se ocuparon de analizar sus causas, consecuencias y remedios con una apabullante exhaustividad que también puede rastrearse en las más diversas manifestaciones de la cultura popular. Lo que sí ha variado es su orden de prevalencia y su jerarquía maligna. En el Libro de buen amor (del que acaba de publicarse en la estupenda Biblioteca Castro la edición de Jacques Joset), por ejemplo, el conjeturable Juan Ruiz vincula la gula a la lujuria —no iba descaminado el mosén—, pero considera que el peor de todos es la avaricia: “de todos los pecados es raíz la Cobdicia: / esta es tu fija mayor; tu mayordoma, Ambicia: / esta es tu alférez, e tu casa oficia; esta destruye el mundo, sostienta la justicia”. Como ven, es como si el de Hita estuviera predicando hoy en Wall Street. A lo largo de los siglos, los escritores han utilizado los siete pecados capitales para trazar pretendidas tipologías nacionales: en España se convirtió en un sonado superventas de su época El español y los siete pecados capitales (Alianza, 1966), de Fernando Díaz-Plaja (1918-2012), que amplió posteriormente su mirada a estadounidenses, italianos, franceses y hasta a uruguayos. Savater, desde un punto bastante más serio, cuestionaba en su ensayo Los siete pecados capitales (Debolsillo, 2005) su posible vigencia como referente ético en el siglo XXI. Pero, además, y por su carácter numérico limitado, los pecados capitales se prestan estupendamente para armar series editoriales cerradas en las que cada pecado se encarga a un escritor para que lo desarrolle. Así, Paidós publicó hace algunos años la traducción de la serie The Seven Deadly Sins, publicada originalmente por Oxford University Press, de la que recuerdo con gusto el volumen dedicado a la Lujuria, a cargo del filósofo Simon Blackburn. Y ahora La Balsa de la Medusa se ha lanzado a publicar en castellano la serie italiana (de Il Mulino) I sette vizi capitali, cuyos dos primeros volúmenes son La avaricia, pasión por tener, de Stefano Zamagni, y La ira, pasión por la furia, de Remo Bodei. El único que he podido leer hasta la fecha es el último, que me ha interesado especialmente por trazar una fenomenología de esa pasión (no siempre condenada por la Iglesia o la moral: hay iras “justas”) a través de algunas manifestaciones literarias: desde la Biblia (Yahvé se muestra a menudo la mar de cabreado) o la Ilíada (que canta la cólera de Aquiles), a Dante (con sus airados sumergidos en el fango negro de la Estigia) o Shakespeare (la ira enloquecida de Lear).

Recetas

A juzgar por los escaparates de las librerías, se diría que los españoles estamos aprendiendo a comer. La avalancha de libros de gastronomía y dietética (incluidos los de enzimas mágicas) es tal que el mercado corre peligro de saturarse, con la consabida secuela de excedentes que regresarán a los almacenes para permanecer en letargo hasta que, dentro de un par de años, reaparezcan devaluados en las rebajas estacionales. Como a nadie se le escapa, la proliferación de libros gastronómicos y afines tiene mucho que ver con algunos programas y espacios televisivos con presencia de chefs y cocineros en ciernes que han conseguido audiencias antes impensables. Hace unos años ese segmento de la producción editorial era discreto, pero ahora estamos sepultados bajo un alud de libros de chefs, cocineros y mindundis cocinillas de toda laya. Algunos funcionan comercialmente mejor que otros, como Sí, chef (Espasa), que contiene las recetas del jurado de MasterChef; Tapas, la cocina del Tickets (RBA), de Albert Adrià (que de paso publicita su “gastrobar” barcelonés), o el muy vendido La boutique de pastelería (Blume), de Peggy Porschen, cuyas recetas de cupcakes (otra moda importada) circulan vertiginosamente por las redes sociales. Bueno, reconozco que a mí esos libros me interesan muy poco, pero hoy he estado salivando mientras hojeaba No más recetas de mamá (Plaza & Janés), un original recetario con comentarios autobiográficos, cuyos autores son tres antiguos “erasmus” (Marc Castellví, Adrià Pifarré y Carlos Román) a los que les dio por comer bien en Manchester —donde no es fácil hacerlo— y que, más tarde, desarrollaron sus experiencias en un blog muy visitado. Como la cabra tira al monte, la receta que más me ha gustado es la del Kentucky Fried Rabbit (conejo), pero siguiendo su consejo acerca de que las “recetas están para saltárselas”, decido hacer un viaje a una cercana franquicia del Colonel Sanders y conformarme con el original a base de pollo. Para chuparse los dedos.

Historia

Importantes novedades a cargo de historiadores e hispanistas anglófonos. El señor del mundo (Planeta), de Hugh Thomas, completa la trilogía iniciada con El imperio español: de Colón a Magallanes (2003) y continuada con El imperio español de Carlos V (2010). El nuevo volumen se centra en Felipe II (el “gran procrastinador”) cuando ya había finalizado la fase más expansiva del Imperio y los conquistadores habían dejado paso a los gobernadores, administradores y burócratas. La trilogía de Thomas —un historiador que siempre ha sabido interesar al lector no especialista— constituye una de las más completas y ágiles panorámicas del periodo, por más que en ella puedan encontrarse algunas simplificaciones y ciertas carencias que su público primario, el lector culto angloamericano, no echará de menos. Particularmente interesante es la caracterización del monarca como “déspota ilustrado” y exageradamente piadoso, capaz de mantener a la vez una biblioteca de más de 14.000 volúmenes y una colección de casi 7.000 reliquias. La armada invencible (Pasado y Presente), de Robert Hutchinson, incorpora y reelabora con sentido crítico y amenidad las más recientes investigaciones de historiadores británicos y españoles en torno a un acontecimiento anteriormente contaminado por las pulsiones nacionalistas de historiadores de ambos bandos, lo que ha provocado la persistencia de mitos en el imaginario colectivo de los dos países. El también británico Geofrey Parker (que se ha ocupado en reiteradas ocasiones de los mismos temas que Thomas y Hutchinson) explora en El siglo maldito (Planeta) el conjunto de desastres que se sucedieron en el globo durante la segunda mitad del siglo XVII —hambrunas, invasiones, sequías, guerras, asesinatos políticos— y la influencia que en el desarrollo de la economía y la sociedad europeas tuvieron las profundas alteraciones climáticas —“la pequeña edad de hielo”— que concurrieron en la primera mitad del siglo y contribuyeron decisivamente a la duración de las crisis. En el epílogo del libro (“es el clima, estúpido”), Parker encuentra ciertos paralelismos entre los desastres climáticos del XVII y los de la actualidad, afirmando que de producirse hoy una secuencia de catástrofes naturales de similares proporciones “acabaría con la vida de miles de millones de personas”.

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