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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Esto es una conspiración

El descenso en el consumo de formatos físicos está obligando a modificar la industria

Diego A. Manrique

En inglés, lo llaman “fire sale”: la liquidación del inventario, tras un incendio o una catástrofe de cualquier tipo. Es la consigna que parece dominar el mundo del disco. Se vive una urgencia por vender hasta los muebles. Salen al mercado cajas integrales, maravillosos ladrillos que contienen ediciones miniaturizadas de los discos originales de Bob Dylan o Johnny Cash. A la vez, se publica todo lo publicable en soporte vinilo. Y cada nuevo lanzamiento se ofrece en una intoxicante diversidad de configuraciones.

El descenso en el consumo de formatos físicos está obligando a modificar los planteamientos económicos de la industria. Hace solo diez años, se consideraba un fracaso cualquier novedad que no alcanzara los seis dígitos. Ahora, sin renunciar al sueño húmedo de las ventas millonarias (generalmente, protagonizadas por chicas descocadas o alguna boy band), se busca la acumulación de referencias que despachen unos miles de ejemplares.

Debería ser motivo de celebración para los que amamos los discos, con sus bonitas portadas, sus créditos, su información complementaria. Efectivamente, nunca ha habido disponible mayor variedad de música...y los precios también han bajado. Aunque la segmentación del mercado implica igualmente la llegada de productos de gama alta, como Rise & fall of Paramount Records Volume 1. Jack White y sus socios concibieron una caja de roble con seis elepés, libros, un USB conteniendo 800 temas y añadidos varios.

La era del objeto musical exige sofisticación. Una encuesta británica sobre el renacer comercial del vinilo destacaba que un 4% de los compradores reconocía no tener giradiscos. Efectivamente, para ellos los vinilos son un complemento decorativo o un acto de fe.

Los paladeadores de las reliquias retro ignoran las sigilosas maniobras para liquidar el CD: muchos modernos ordenadores carecen de reproductor para los discos plateados (curioso, hace tiempo que los Discman y similares han desaparecido de las tiendas de electrónica). Hablamos, atención, del formato que proporciona más de la mitad de los ingresos para las discográficas.

Constatamos que algún comité, en algún lugar, ha decidido empujarnos sin contemplaciones hacia el consumo de música a través de Internet o móvil: se acentúa la sensación de que somos marionetas en el teatrillo que manejan los imperios digitales.

Nos queda la música en directo, gritamos. Pero no muy alto. En España sufrimos una legislación insensible, que está asfixiando los conciertos, pequeños o grandes. Paulatinamente, vamos desapareciendo del circuito europeo. Este año, nuevamente vimos como antiguos visitantes habituales, desde Prince a Dylan, no paraban aquí.

Mientras tanto, pasan desapercibidas las grandes jugadas. Un gigante como Live Nation adquiere el management tanto de U2 como Madonna. Paul McGuinness, responsable de la extraordinaria carrera de los irlandeses, se retira y deja sus funciones al gerente de Madonna, Guy Oseary. Al final, hagas rock universal o pop reluciente, todo se reduce a lo mismo: meter traseros en los asientos de grandes estadios.

Frente a ese panorama de consolidación corporativa, el corazón se reconforta con una negativa: no habrá gira de reaparición de Led Zeppelin. Un hippy sesentón, llamado Robert Plant, rechazó una montaña de millones: prefiere tocar lo suyo ante públicos comparativamente menores. Alguien no está en venta.

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