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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Contra viento y marea

Marcos Ordóñez

Cada diciembre llegan los balances de lo mejor del año con la regularidad de las antiguas felicitaciones de serenos y vigilantes y un vago aire de reparto de notas. A riesgo de parecer un optimista incorregible, creo que esta temporada ha habido tanto y tan buen teatro que incluso una selección desbordaría el espacio de la columna, e impepinablemente quedaría gente fuera. Toda valoración del sector, sin embargo, ha de moverse como el sube y baja de los parques. Hay teatro de lunes a domingo e incluso a veces en dobles sesiones, y es estupendo que así sea, pero, en contrapartida, muchas de esas producciones duran poco en cartel. Me dicen que eso se debe a la drástica reducción de las giras y a que todo el mundo quiere estrenar en Madrid o Barcelona, lo que multiplica los montajes y la lista de espera. Singular paradoja: hay más teatro que nunca, pero el número de espectadores cae porque las localidades han subido.

El desmesurado e irracional IVA sigue siendo el gran enemigo, y no solo por la carestía que imprime a las entradas. La gente del sector habla de un empobrecimiento creciente de esa abundante oferta. Un productor me dice: “Los márgenes de beneficios no pueden estar peor”. Un gestor de teatro público: “Estamos asfixiados por los recortes”. Un actor: “A excepción de los cachés de los muy famosos, los sueldos están bajo mínimos”. Una autora: “Si escribes una función con más de cuatro personajes lo tienes crudo”. Un iluminador: “Donde antes había cuatro técnicos, ahora hay dos o uno”. Un director: “El otro día propuse un Lorca y me dijeron que ‘no es buen momento”. Pese a todo, continúa triunfando el talento, pero a un alto coste, y cabe preguntarse hasta cuándo durará el entusiasmo.

Resistencia, en un sentido amplio, sería la palabra clave de este año

Las salas alternativas, que permiten a muchos jóvenes artistas la muestra de sus primeros trabajos y la búsqueda de nuevas propuestas escénicas, están resistiendo numantinamente: pequeños aforos, escaso apoyo. Resistencia, en un sentido amplio, sería la palabra clave de este año que acaba, lo que me lleva a pensar que quienes merecerían estar a la cabeza de todas las listas son aquellos y aquellas que cada día aguantan, contra viento y marea, la tentación de tirar la toalla. Con todo mi respeto y mi pena por los muchos que, hartos de luchar, se han visto obligados a abandonar la pista y dedicarse a quehaceres de estricta subsistencia.

Sigo pensando que el arte no puede medirse por el rendimiento económico. Hay una rentabilidad cultural y social que, cada vez más, tiende a dejarse de lado, y por la que hay que seguir peleando. Echo a faltar, en resumen, una política teatral a favor de la gente de teatro. Y una decidida proyección exterior. Oigo hablar de marcas patrias y de identidades y pienso que el teatro es siempre identidad porque es lenguaje encarnado, vivo: nuestro ADN, nuestro reflejo. Hay que aplaudir iniciativas como la presentación en Buenos Aires de La vida es sueño, de la CNTC, pero una flor no hace verano. Echo en falta dar a conocer a nuestros autores y grupos en el extranjero, e invertir en teatro. Aunque ahora no lo parezca, es un momento óptimo, y a la larga será rentable: hay que construir futuro. Y echo a faltar a Rosana Torres, que ojalá vuelva pronto.

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