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Un salto a la arena internacional del arte

Repasamos los acontecimientos, lugares, protagonistas y tendencias que marcaron 2013 en la escena global

Álex Vicente
Montaje de los rostros de Jay-Z y Marina Abramovic que protagonizaron uno de los momentos más sonados y banales del año en arte.
Montaje de los rostros de Jay-Z y Marina Abramovic que protagonizaron uno de los momentos más sonados y banales del año en arte.

El arte se mueve, se expande, se compra y se vende a precios récord, teje alianzas con el lujo y se disfruta con hedonismo. Puede ser simple escapismo o pura introspección; tanto una transacción monetaria como una ventana abierta a una nueva dimensión. En el plano internacional, una serie de tendencias de largo recorrido acabaron de cristalizar durante este 2013. Si existe una exposición que se haya distinguido del conjunto, esta debe de ser Il Palazzo Enciclopedico, la gigantesca muestra concebida por Massimiliano Gioni para la Bienal de Venecia. A partir del proyecto utópico de un excéntrico llamado Marino Auriti, que aspiró a crear un museo enciclopédico que lograra concentrar todo el arte y el saber del universo, Gioni expuso una selección de arte de todos los tiempos que ignoraba conceptos como cronología, estilo y nacionalidad para preferir la asociación de formas, colores y temáticas. Artistas amateurs y marginados aparecieron yuxtapuestos a los actuales jefes de fila del arte contemporáneo. Su compendio de arte de todos los periodos y disciplinas parecía una metáfora del agitado remolino en que se ha convertido el arte de hoy. Resumimos en siete epígrafes los momentos más destacados del año que se cierra:

- El arte como hedonismo. Venecia se ha convertido en símbolo de otra tendencia: la bienal y la feria de arte como lugares de encuentro social y festivo. Un nuevo público, ajeno al reducido círculo de entendidos al que iban dirigidas estas ferias, se ha infiltrado en sus pasillos desde hace años. Directores, comisarios y coleccionistas se codean ahora con visitantes que se limitan a hacerse selfies junto a corazones gigantes de Jeff Koons (lo observamos en la Frieze de Londres) y espectaculares árboles de madera de Ai Weiwei (en la Fiac de París). La joven Frieze, como la más afianzada Art Basel, expande sus tentáculos por todo el mundo: en abril celebró su segunda edición en Nueva York. Puede que la burbuja acabe explotando, pero durante 2013 el arte contemporáneo ha seguido siendo oficialmente cool. Lo demuestran las sinergias crecientes con las marcas de lujo, pero también con celebridades que, hasta no hace tanto, hubieran pintado tanto en una galería como un pulpo en un garaje. El comentado video de Jay Z, grabado junto a Marina Abramovic en la Pace Gallery de Nueva York, parece la mejor prueba de ello. Los puristas ya alertan, sin embargo, de los peligros de una vulgarización excesiva.

- Historias alternativas. En la propia Bienal de Venecia se detectó la presencia de una semidesconocida artista sueca de principios del siglo XX, Hilma af Klint. Pocos meses antes, una alucinante retrospectiva orquestada por el Moderna Museet de Estocolmo –que luego viajaría a Berlín y Málaga– había puesto en duda la historia oficial de la abstracción al exponer decenas de cuadros recientemente descubiertos, conservados durante décadas por la familia de la artista, que no creyó que tuvieran valor. La cronología demuestra que esta excéntrica pintora, miembro de un club esotérico de mujeres artistas que pintaron bajo los efectos de la hipnosis, se avanzó a Kandinsky por lo menos tres o cuatro años en el abandono de la figuración. La fecha exacta es lo de menos, pero demuestra la existencia de decenas de historias alternativas por explorar. Los museos periféricos adoptan con más facilidad este rol de sabuesos del arte que otros centros con mayor autoridad y menor voluntad de riesgo. Por ejemplo, la excelente pero más tradicional muestra del MoMA sobre el fin de la figuración, Inventing Abstraction 1910-1925, se negó a incluir obras de la pintora sueca en su selección de artistas.

- La era del 'blockbuster'. Los grandes museos apuestan cada vez más por las macroexposiciones centradas en figuras conocidas y fácilmente digeribles por un público que, en algunos casos, se cuenta por millones. Los más cínicos señalan que, en tiempos de liquidez menguante, suponen apuestas conservadoras que aseguran que las sumas invertidas serán ampliamente recuperadas. Sería fácil darles la razón si las muestras no tuvieran el rigor ejemplar y la voluntad completista demostrados por Dalí en el Centro Pompidou -y después en el Reina Sofía-, Lichtenstein: A Retrospective y Klee: Making Visible en la Tate Modern o Georges Braque en el Grand Palais. Los centros públicos parecen todavía más afortunados cuando indagan en sus colecciones desde ángulos inversos. Los mejores ejemplos de 2013 han sido Art Under Attack en la renovada Tate Britain, sobre el arte asaltado y censurado a lo largo de la historia del arte británico, o Schwarze Romantik en el Städel de Fráncfort, una investigación sobre el romanticismo más oscuro que luego fue adaptada por el Museo de Orsay bajo el título (más poético o más cursi, según los gustos) de L'ange du bizarre ("El ángel de lo extraño").

- Menos es más. La tendencia a la masificación de los espacios de exposición, que ha conllevado fenómenos tan inimaginables como la compra de entradas con meses de antelación o las visitas a altas horas de la madrugada durante sesiones nocturnas creadas ante una demanda desmedida, convive con una tendencia diametralmente opuesta: las exposiciones que solo exponen un puñado de obras, priorizando lo cualititivo al "cuanto más, mejor". El director del renovado Museo Galliera de París, Olivier Saillard, sostenía durante su inauguración en septiembre haberse inspirado en pequeños museos orientales como el Chichu Art Museum de Naoshima, que cuenta con una colección de solo cinco obras, de Monet a James Turrell. Otro ejemplo parece la extraordinaria retrospectiva de Chris Burden en el New Museum de Nueva York, cuya estructura en cinco pisos de escasos metros cuadrados fuerza a exponer solo un puñado de piezas en cada galería. Lo que podía ser un problema se convierte en una ventaja: el visitante puede detenerse ante la complejidad de cada obra, en lugar de deambular por largos pasillos entre una masa de visitantes. Por otra parte, la muestra dedicada a Burden se enmarca en la voluntad de indagar en los orígenes de la performance, convertida en disciplina de moda durante 2013, lejos de sus inicios como arte contracultural y subterráneo. Una interesante muestra en el Whitney, Rituals of Rented Island, ha recordado la escena pionera del Manhattan de los setenta, mientras el festival Performa batía récords de asistencia en Nueva York y el ascendente Tino Sehgal interpretaba sus obras vivientes en medio de las salas de los Giardini venecianos.

- La pintura sobrevive. Dada por muerta durante los noventa, cuando el post-conceptualismo de los Young British Artists lo barrió todo, la pintura sigue presentando síntomas de fortaleza y regeneración. Lo demuestra la expectación generada por No Foreign Lands, la nueva muestra de Peter Doig en Edimburgo, su ciudad natal, donde expuso los magníficos lienzos pintados en los trópicos durante la última década. Mientras Larry Gagosian recuperaba cincuenta lienzos de Basquiat vendidos a precios astronómicos en su galería neoyorquina, en otros puntos del planeta despuntaban treintañeros revelación, como Hernan Bas o Jules de Balincourt, así como Óscar Murillo, un colombiano de 27 años que ha visto cómo sus cuadros se revalorizan de los 3.000 a los 300.000 euros por pieza en un par de años. Las exposiciones del ciclo Painting Forever! en la Berlin Art Week también ejemplificaron la evolución y supervivencia de las artes plásticas ante el dominio de la instalación y el video en el arte contemporáneo. Pese a todo, puede que las mejores exposiciones de artistas contemporáneos hayan pertenecido a esta última categoría, como la excelente muestra de Philippe Parreno en el Palais de Tokyo de París, la de su contemporáneo Pierre Huyghe en el Pompidou o la excelsa retrospectiva del fallecido Mike Kelley que inició el Stedelijk de Amsterdam y luego viajó a París y al PS1 de Nueva York.

- Descentralización. No es una tendencia nueva, pero en 2013 no ha mostrado signos de contracción. Mientras se cumplía el primer año de existencia del Louvre de Lens, en la deprimida región francesa del Pas de Calais, y el tercero del Pompidou Metz, que expone excelentes muestras temáticas en la Lorena más siderúrgica, el museo parisiense de arte contemporáneo ha anunciado que abrirá sucursales efímeras en varias ciudades del mundo, empezando por Málaga. Una manera de sacar partido a sus colecciones, pero también de afianzar su marca y su autoridad en el mundo del arte. Tanto el Louvre como el Pompidou se preparan para expandirse algo más lejos (y algo más cerca de donde se encuentra el nuevo capital). El primero lo hará en Abu Dhabi, donde también será instalada una antena del Guggenheim, y el segundo, en Shanghai. Por otra parte, el premio Turner no fue entregado este año en Londres, sino en Derry, en una ceremonia presentada por la actriz irlandesa Saoirse Ronan. Un elogiado volumen recientemnte publicado por Phaidon, Art Cities of the Future, también decretaba el fin de la triple capitalidad de Londres, París y Nueva York en el mundo del arte, incitando a centrar nuestras miradas, de ahora en adelante, en Beirut, Bogotá, Cluj, Delhi, Estambul, Johannesburgo, Lagos, San Juan, Sao Paulo, Seúl, Singapur y Vancouver.

- Con los cinco sentidos. Alrededor del mundo, los museos han entendido que pueden adoptar una nueva función: la de restituir la experiencia sensorial, desintegrada por la virtualidad imperante. La gran exposición Dynamo, en el Grand Palais de París, recorrió durante la primavera la historia del arte óptico, cinético y perceptual a lo largo del último siglo, reivindicando a nombres semiolvidados como François Morellet, Carlos Cruz-Díez o Julio Le Parc. Al otro lado del Atlántico, el pionero del movimiento Light and Space, James Turrell, recibía un triple homenaje en el Guggenheim de Nueva York, el LACMA de Los Ángeles y el Museo de Bellas Artes de Houston. En Dinamarca, el supuestamente pequeño ARoS, en la ciudad de Aarhus, ha seducido a medio millón de visitantes este año gracias a su nueva azotea multicolor diseñada por Olafur Eliasson. Y en Londres, el arte construido a partir de la luz ha triunfado con el Light Show de Hayward Gallery, mientras que la Rain Room del Barbican –habitación de lluvia artificial que sería transplantada al MoMA durante el verano– batía récords de asistencia. Ese arte que no se puede experimentar por internet, sino que hay que vivir en primera persona tras hacer varias horas de cola, marca tendencia. Con otro peligro pegado a él: el de disneylandizar el arte contemporáneo ante la demanda de esas experiencias supuestamente fuertes y deliberadamente espectaculares, pero no necesariamente interesantes.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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