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Las parejas más autodestructivas del cine

Del amor al odio hay solo un paso. El cine nos ha demostrado varias veces lo que ocurre cuando se ha cruzado la línea

“Cuando te veo comer, cuando te veo dormir, cuando te tengo delante, me dan ganas de partirte la cara”, le escupía Kathleen Turner a Michael Douglas en La Guerra de los Rose antes de soltarle un puñetazo en pleno rostro. Se dice que del amor al odio solo hay un pequeño paso y el cine nos ha demostrado varias veces lo que ocurre cuando una pareja ha cruzado esa delgada línea. En EL PAÍS de TCM hoy hacemos un repaso por algunos de las escenas y los diálogos más destructivos de la historia de la vida en pareja.

Empecemos, por ejemplo, por ¿Quién teme a Virginia Woolf? Richard Burton y Elizabeth Taylor son un matrimonio que se desprecia profundamente, insultándose hasta la saciedad mientras ahogan sus reproches en alcohol. “Eres obstinada, obscena y borracha”, le dice él a ella en un momento del film. La presencia de una pareja invitada a cenar no evita que, durante la velada, los dos protagonistas sigan maltratándose y humillándose, mostrando ante sus convidados todas sus miserias y frustraciones.

En otras ocasiones el proceso autodestructivo nace de la mismísima pasión. “Más hielo, me quemo por dentro”, suspira Kathleen Turner metida en una bañera en Fuego en el cuerpo. A esas alturas de la película William Hurt está completamente derretido, y no precisamente por el calor. Esa mantis religiosa que es el personaje de Matty Walker jugará con él hasta hacerle caer en un negro y profundo abismo. Algo parecido les ocurre a Jessica Lange y Jack Nicholson en El cartero siempre llama dos veces. El deseo les lleva primero al asesinato y a un viaje sin retorno. Gerard Depardieu y Fanny Ardant, por su parte, intentan recuperar una vieja relación perdida en el tiempo en La mujer de al lado, sin saber que las aguas turbulentas de un río desbocado nunca vuelven a correr por el mismo cauce.

A veces la autodestrucción comienza en una perversa apuesta. Los juegos de seducción y venganza que se traen entre manos Glenn Close y John Malkovich en Las amistades peligrosas acaban hundiendo a sus personajes en las arenas movedizas de la corrupción moral. Nadie acaba ganando el envite. Todos pierden.

La espiral de degradación a la que lleva el consumo de drogas o de alcohol es otra de las habituales autopistas hacia la autodestrucción que hemos visto en las pantallas. Jennifer Connelly lo experimenta en primera persona en Réquiem por un sueño, arrastrando a su novio en el film, Jared Leto, a un callejón sin salida.

Pero la pasión desbordada, el desamor, las sustancias tóxicas, el juego o el dinero fácil son, al fin y al cabo, meros puntos de partida. La vida es un castillo de naipes que tan solo una pequeña sacudida puede tumbar. Y el cine ha sabido mostrarnos que el edificio de las parejas es endeble y que un poco de viento es suficiente para hacerlo tambalear.

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