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PURO TEATRO

La casa de las mutaciones

'Fauna' es un brillantísimo caleidoscopio barroco sobre las mutaciones del deseo La nueva pieza de Romina Paula ha sido estrenada en Temporada Alta, en Girona

Marcos Ordóñez
Escena del montaje de 'Fauna'.
Escena del montaje de 'Fauna'.Sebastian Arpesella

Romina Paula, una de las realidades más estimulantes del nuevo teatro argentino, ha estrenado Fauna en Temporada Alta (Girona), donde alcanzó un gran éxito, hará un par de años, con El tiempo todo entero. Si Algo de ruido hace se inspiraba en La intrusa, de Borges, y El tiempo todo entero en El zoo de cristal, de Williams, aquí los ecos literarios (y las incrustaciones) son incontables, desde Calderón y Shakespeare hasta Rilke, Katherine Ann Porter (La hacienda) y Roberto Arlt (Severio el cruel),aunque a mí me hizo pensar mucho en el mundo de Henry James, en el supuesto de que James hubiera salido del armario. A una casa perdida en el litoral argentino llegan José Luis (Rafael Ferro), un director de cine, y Julia, una joven actriz (Pilar Gamboa), para preparar una película sobre Fauna, una mujer de leyenda que murió a los 98 años y vistió de hombre en su juventud a fin de ser aceptada en la universidad, modelada sobre perfiles de escritoras feministas como Concepción Arenal y María Luisa Bemberg.

Julia está fascinada por Fauna, a la que llegó a ver, montando a caballo (impresionante, esfingiaca) poco antes de su muerte. El escenario desnudo, un entarimado de madera rodeado de grandes focos, parece evocar un cruce entre la arruinada mansión campestre y un set de rodaje. María Luisa (Susana Pampín), la hija, sardónica e imprevisible, recibe a la pareja y cuestiona sin cesar sus planteamientos. Para empezar, los datos biográficos de la madre parecen equívocos, contradictorios, o directamente falsos. A la media hora irrumpe Santos (Esteban Bigliardi), el hermano pequeño, que, como su madre, es una mezcla de salvaje e intelectual. Pronto descubrimos que los recuerdos de los hermanos también difieren, y no queda claro lo que vivió y lo que inventó Fauna.

Aunque Santos cuestiona la indagación y se niega a que “representen” la vida de su madre, acaba aceptando participar en los ensayos como actor improvisado (al igual que José Luis, el director), simultaneando roles masculinos y femeninos junto a Julia. Esto da lugar a un juego muy pirandelliano, porque Romina Paula mezcla las escenas “de ficción” (el guion que están construyendo) con las que narran el avance de las relaciones entre los cuatro, de modo que las fronteras entre ambas son levísimas. Pirandelliano y shakespeariano, pues el deseo brota travestido, a la manera isabelina. Julia, por ejemplo, le pide a José Luis, su amante, aparcar el sexo para que no interfiera en el trabajo, pero le atrae su faceta femenina cuando encarna a Fauna (“su Fauno es más femenino que el mío”). A la inversa, María Luisa se siente atraída por Julia, pero ve en ella demasiados rasgos de su madre, lo que le impide desearla plenamente. Hay atracciones por oposición caracteriológica, como cuando Santos le dice a José Luis: “Soy rudo y me encuentro enamorado de usted, que es tan débil”. Los juegos de roles, que comienzan con la imagen originaria de Fauna disfrazada y adoptando un nombre falso, se multiplican. María Luisa fantasea con el albur de ser hombre para “poder tener hijos por ahí, sin saberlo”; Santos recuerda que “Fauna fue un padre para nosotros”, ya que el progenitor real les abandonó. Todo esto es muy sugestivo, y la escritura de Paula es poderosa, lastrada a ratos por las obligaciones de ese patrón conceptual, aunque la pasión armada sobre el artificio es un formidable motor no solo en Shakespeare sino también en los clásicos franceses y, desde luego, en el barroco español. Yo creo, pues, que Fauna es un texto esencialmente barroco, en su juego de espejos, mutaciones y falsas apariencias, y las referencias a Calderón no son meras citas cultas sino glóbulos muy rojos en su torrente sanguíneo. Sucede tal vez que las fichas de ese damero emocional se mueven a un ritmo veloz, y lo súbito de los cambios, elipsis mediante, llegan a desconcertar. Hay una constante intensidad de palabra y de escucha, y los personajes (y, por supuesto, los actores) están siempre al límite. Las interpretaciones son impresionantes, y la puesta en escena es una combinación ejemplar de tensión y sobriedad, pero a ratos deseas un poco de reposo: es como ver una película en la que todo son momentos álgidos, sin apenas secuencias “de transición”. Por suerte, el humor, que brota en las esquinas más imprevistas, es un contrapunto que resulta muy bienvenido. Y hay una idea central de gran calado que avanza por infiltración, y en la que se dan la mano Shakespeare y Henry James. Como en Otra vuelta de tuerca, el fantasma de Fauna parece poseer la casa y a sus habitantes, manifestándose (o, mejor, encarnándose) a lo largo de los ensayos: es normal que aflore en Santos, pero corta el aliento cuando vemos su larga sombra en los dos recién llegados. Tampoco es difícil acabar viendo la pieza como un ensamblaje minimalista y reconcentrado de Noche de reyes y El sueño de una noche de verano, donde el fantasma de Fauna cumple la función de Puck, poniendo en marcha el carrusel de los deseos antagónicos.

Lástima que María Luisa, la hermana, que tiene un arranque estupendo, se eclipse un tanto a medida que avanza la acción. A cambio, es muy hermoso el viaje de Julia hacia la verdad, y el personaje de Santos adquiere una centralidad doliente: ambos se convierten, a mis ojos, en los verdaderos protagonistas del relato. Ya he dicho que los integrantes del elenco vuelan a gran altura, y narran como pocos (cosa imperativa, porque hay mucha narración en Fauna), pero el trabajo de Esteban Bigliardi como Santos me conmueve y me deslumbra. Tiene dos escenas sensacionales, empezando por el texto mismo. En la primera habla de la muerte de dos yeguas devoradas por las abejas y te parece estar escuchando a Benjy, el retrasado (o iluminado) de El ruido y la furia; en la segunda se expande su dolor por una de ellas como si fuera un trasunto de su madre (“no pude ayudarla a morir”), y será la confesión de su pena lo que detone un abrazo pasional. No se puede contar lo que les sucede a Santos y Julia en ese último tercio: hay que verlo en escena. Romina Paula sabe mucho, y estos formidables actores le permiten, porque es un gran trabajo de equipo, adentrarse en nuevas maneras y hondos territorios a cada nueva obra. Enhorabuena.

Fauna. Texto y dirección: Romina Paula. Intérpretes: Esteban Bigliardi, Rafael Ferro, Pilar Gamboa, Susana Pampín.

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