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Tentaciones
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Todos quieren (explotar) a Jonny Valentine

Teddy Wayne traza la atípica biografía de una estrella del pop infantil con cierto parecido a Justin Bieber

El autor Teddy Wayne.
El autor Teddy Wayne.

Cuando Justin Bieber, escoltado por sus guardaespaldas y protegido por un coche de la Unidad Policial Pacificadora (de esos contra los que cantan los cañonazos musicales de funk carioca), garabateó en una pared pública de Río de Janeiro “Respect privacy” cometía un acto de rebeldía tan contradictorio como pedir silencio a su público en uno de los conciertos que ofrece en los grandes estadios. Descubierto por las cámaras, uno no sabría decir si la peineta que les dedicó guardaba más parecido con la de Bárcenas (pedía intimidad) o con la de Sid Vicious (buscaba bronca).

Bieber perpetraba ese acto cerca de una favela en la que otro ídolo infantil, Michael Jackson, una estrella que acabó recluida en un rancho marchito que quería homenajear a Peter Pan (novela que arranca con la imagen, precisamente, de una flor mustia), tiene una estatua. El protagonista de La canción de amor de Jonny Valentine (Blackie Books), el libro de Teddy Wayne, aplaudido por Jonathan Franzen y James Franco, candidato a obra del año en EE UU, según las cabeceras de más prestigio, se parece mucho a Justin Bieber y tiene como mayor ídolo a Jacko, pero gracias a la novela, el género de la empatía que sirve para entender por qué somos como somos, lo comprendemos mucho mejor a él que a sus equivalentes en la realidad.

Jonny está en edad de aspirina infantil, la de color rosa, pero se atiborra a zolpidem para poder dormir

"El Ángel del Pop, el rompecorazones de once años, el intérprete con esa voz que a todas enamora", el personaje creado por Wayne, en definitiva, vive esa difícil etapa en la que no se le permite tomar decisiones de adulto, pero tampoco ser un niño. Está en edad de aspirina infantil, la de color rosa, pero se atiborra a zolpidem para poder dormir; debe controlar los carbohidratos para mantener la línea y se le recompensa, como a un perro de concurso, con galletas (que luego debe quemar en el gimnasio). Su única vía de escape es jugar durante horas a un videojuego en el que, a diferencia de en su vida real, él puede estar al mando de sus movimientos.

Todo en su vida es un cálculo de marketing para poder llegar a conquistar el número uno del universo del pop juvenil (ahora es el segundo) y su existencia da tanto vértigo como el columpio megalómano con forma de corazón al que se debe encaramar, con arcadas y sin ganas, casi cada día de esta gira infernal en la que deberá tomar tantas decisiones. Valentine, como Bieber, emergió como estrella gracias a unos vídeos en internet. Sabe que allí, en la red, millones de niñas se harían el harakiri con un cutter escolar (es un decir) para defenderlo, pero se siente rematadamente solo (su único amigo, de hecho, es su guardaespaldas; los de su infancia de clase obrera fueron borrados como Trotski en la famosa foto por ser poco fotogénicos o inconvenientes).

El sabor de la fama

Mientras el lector avanza en este artículo, una estrella de Disney se está fotografiando en el baño muy ligera de ropa, Miley Cyrus, que recientemente encendía un porro falso en una ceremonia, se dispone a lamer el destornillador de la caja de herramientas de su padre y Bieber acaba de considerar una buena idea tatuarse algún epigrama incomprensible en el pompis. Todas estas estrellas, como Jonny, parecen responder a la frase de Blade Runner (“La luz que arde con el doble de brillo, se extingue en la mitad de tiempo”) y todos, de algún modo, quieren salirse del desenlace que le aguarda a cualquier supernova.

Una novela de iniciación prematura tierna, cruel y divertida, esconde quiebros inesperados.

El público conoce cómo se van a desarrollar sus vidas, porque lo han visto en otros infantes del star system (de Frankie Lymon a Joselito). Sin embargo, y aunque sus vidas suelen describir parábolas similares pasando por capítulos parecidos, la historia de Jonny Valentine, una novela de iniciación prematura tierna, cruel y divertida, esconde quiebros inesperados. Esto no es, solamente, una biografía encubierta de Bieber; su ambición literaria y emocional va mucho más allá. “Totalmente. No quería escribir un “Detrás de la música” que cubriera todas las ideas y bases más obvias”, explica Wayne por teléfono a este diario, “A ver, sí leí algunas biografías de estrellas infantiles y también algunos ensayos críticos sobre el tema. Quería conseguir un punto de vista desde dentro, auténtico, que pudiera llevar más allá todos los clichés narrativos de ese tipo de historias”.

Para ello, y como ya hizo con el Karim de Kapitoil, su anterior novela, ha echado mano de la primera persona. Si en aquella era la voz de un posadolescente qatarí que abrazaba la madurez a base de mandobles y desengaños en Wall Street, aquí escuchamos el tono inocente pero maduro, resabiado pero desvalido, de Valentine: “Me gusta el punto de vista de la primera persona porque permite un nivel de intimidad y empatía que a veces te niega la tercera persona. De todos modos, se debe usar si la voz del narrador aporta algo; si no, es muy restrictiva. Tanto Jonny como Karim son personas inocentes buscando su lugar en industrias rapaces, ya sean la música pop o Wall Street”.

De hecho, los adolescentes anónimos (y muchos adultos) buscan actualmente esa misma exposición pública. Como Jonny, que ve cada paso en su vida en términos de ventas y base de fans, crean un personaje en la red para acaparar cierta atención. “Sí, muchos adolescentes tienen ciertos actos de rebeldía, y algunos pueden tener un círculo de seguidores, pero no tienen millones de ojos vigilándolos todo el rato, esperando a que la pifien. Las celebrities son humanos, y los niños famosos lo son especialmente porque no han sido famosos durante tanto tiempo, aunque nunca han tenido una vida normal, así que es más difícil que sepan en qué consiste eso”.

Las redes sociales han cubierto el espacio enorme entre el público y las celebrities

Esta canción de amor también funciona como sátira de una industria musical, que, además, se vuelve algo más tóxica cada año, incluso en la relación entre fans, discográficas y artistas: “El apetito por las noticias de famosos es más voraz y también más intrusivo, y las redes sociales han cubierto el espacio enorme entre el público y las celebrities… Supongo que eso puede ayudar si eres medianamente famoso para poder publicitarle, pero creo que en anteriores décadas era más fácil ser una verdadera estrella, cuando estas recibían un trato reverencial y no uno más crítico como el de ahora”.

De tal palo tales golpes

Hay muchos secundarios importantes en la novela de Wayne y en la forja del carácter de Jonny. Una especie de banda hipster presuntamente rebelde es una; el padre ausente que podría reaparecer como un fantasma navideño, otro; su madre, como la de Bieber, en cuyas raíces más bien modestas entendemos muchos de sus excesos, el más importante: “Quería que le dedicara un cariño y una atención genuina, más allá de la madre que vive sus sueños a través de su hijo. Es su madre primero, y luego su manager. En América pocos padres realmente adinerados empujan a sus hijos hacia la industria del entretenimiento, mientras que en el caso de las más pobres se ve como una salida pragmática para sus finanzas”.

Wayne, que reconoce no haber sido un gran fan de los discos desde pequeño, descubrió a The Clash en la adolescencia, una banda también crucial para la educación sentimental de Valentine, para su búsqueda de nuevas sensaciones. Sin embargo, la chispa que prendió la mecha de este autor, colaborador habitual en McSweeney’s, fue otra: “Yo cuidaba niños después de las escuela en Brooklyn, en 2010, cuando vi a una chica leyendo la autobiografía de Miley Cyrus: Miles to go. Luego un amigo con el que colaboro me pidió alguna idea para escribir un libro humorístico a medias. Inmediatamente propuse una parodia de un libro autobiográfico de una estrella del pop infantil. Una hora después me di cuenta de que sería una buena novela, si lo hacía con seriedad, y me puse a trabajar ese mismo día”.

Teddy Wayne presenta su libro. 

El autor de Kapitoil, que no parece preocupado por la reacción de esos beliebers que defienden a su ídolo con pasión mosquetera desde sus webcams (“No creo que muchos beliebers hadcore lean literatura adulta, pero además creo que muchos de sus fans aprecirán esta aproximación sutil a su personaje”), ha firmado un tronchante book trailer en el que él mismo, como autor, es sometido a las más humillantes maniobras de marketing: “Hay gente que se da autobombo muy bien porque cree que puede “ampliar su base”, como diría Jonny. Pero creo que normalmente es un esfuerzo inútil que puede volver a la gente contra ti. Yo recomiendo a la gente que se exponga muy poco, o nada. Las redes sociales pueden distraer mucho y minar la energía y el tiempo de alguien que realmente quiere escribir”.

Como deberá aprender Jonny Valentine, Wayne quiere manejar las riendas de su carrera literaria. Todo se trata, como se apunta en las citas que encabezan la novela, de saber combinar dos pulsiones: “Sin padres, sin reglas, sin nada. Nadie puede detenerme” (Justin Bieber) y “Control completo, incluso sobre esta canción” (The Clash).

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