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Diez conciertos para no olvidar

Un repaso a las citas que han marcado las cumbres de la programación

Carlo Maria Giulini dirige a la JONDE durante unos ensayos en el Auditorio Nacional, en 1998.
Carlo Maria Giulini dirige a la JONDE durante unos ensayos en el Auditorio Nacional, en 1998.Amparo Ruiz / Estudio A2

1 de octubre de 1992: Pierre Boulez, al frente del Ensemble intercontemporain, dirige la Sinfonía de cámara nº 1 de Arnold Schoenberg, el Concertino de Igor Stravinski y su propio Le marteau sans maître.Era el año en que Madrid ostentaba la capitalidad cultural europea y el director y compositor francés indicaba, de algún modo, el camino a seguir para una ciudad musicalmente aún en mantillas, necesitada de modelos y ávida de aprender.

5 de noviembre de 1993: primer concierto de Gustav Leonhardt en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional: música francesa en la primera parte y la Suite en Do menor, BWV 995 de Bach en la segunda. El más grande clavecinista del último siglo, sin un solo gesto prescindible, y bajo una apariencia austera y casi gélida, revelaba los secretos y la emoción de la música antigua interpretada como debió de serlo en su nacimiento: menos es más.

7 de abril de 1994: Sergiu Celibidache dirige a la Filarmónica de Múnich la Octava Sinfonía de Bruckner. El director de orquesta rumano poseía el don de saber detener el tiempo, o dejarlo avanzar con parsimonia, moldeándolo a su capricho. De mano de su compositor fetiche, y a pesar de alargarse el concierto hasta la medianoche, operó una profunda metamorfosis en todos cuantos asistieron a un verdadero prodigio arquitectónico, sonoro y conceptual.

1 de octubre de 1996: con el propio compositor húngaro presente en la sala, Jonathan Nott dirige al Ensemble Modern un programa monográfico dedicado a György Ligeti. La perfección de la música (Concierto de cámara, Concierto para violonchelo, Concierto para piano, Mysteries of the Macabre, Melodien) corrió pareja con la perfección de la interpretación. La música rabiosamente contemporánea, y en primera persona, también podía deslumbrar, remover y conmover.

20 de mayo de 1998: en la recta final de su carrera, Carlo Maria Giulini dirige a una JONDE que lo sigue absorta y casi incrédula la Cuarta Sinfonía de Franz Schubert y la Primera Sinfonía de Johannes Brahms. El concierto marcó un antes y un después en la historia de la agrupación y se revistió de una fuerte carga simbólica. El viejo maestro demostraba que los jóvenes instrumentistas españoles estaban ya perfectamente capacitados para lanzarse y asombrar al mundo.

Sergiu Celibidache en una imagen de 1979.
Sergiu Celibidache en una imagen de 1979.Suzie Maeder/Lebrecht Music & Arts/Corbis

26 de octubre de 2000: al frente de la Orquesta del Concertgebouw y del Coro Arnold Schoenberg de Viena, Nikolaus Harnoncourt dirige La Creación, de Joseph Haydn. Uno de esos conciertos en los que encajan con rara suavidad todas las piezas del rompecabezas: orquesta, coro y solistas entregados, nota a nota, compás tras compás, a la personalidad magnética, firme e intransigente de uno de los directores más iconoclastas e impredecibles.

15-17 de abril de 2005: Paul McCreesh dirige a la Orquesta Nacional, junto con miembros de sus dos grupos, The Gabrieli Consort & Players, el infrecuente oratorio Athalia, de Georg Friedrich Haendel. Josep Pons había abierto, por fin, la puerta a directores especializados en los repertorios barroco y clásico. Los excelentes resultados alcanzados en estos conciertos, aplaudidos fervorosamente por el público, permitían vislumbrar un futuro diferente para la orquesta. Se habían ventilado estancias que pedían ser aireadas a gritos y se dejaban atrás maneras, rutinas y anquilosamientos instalados desde hacía décadas.

15 de enero de 2006:Daniel Barenboim interpreta el segundo libro de El clave bien temperado de Bach. Uno de los intérpretes más queridos del público de Madrid, tras haber ofrecido el primer libro en 2004, volvía a enfrentarse a un compositor con el que pocos lo asociarían en primera instancia, pero que fue un pilar esencial durante su período formativo con Nadia Boulanger. Günter Grass se encontraba, entusiasmado, entre el público que admiró cómo el argentino desentrañó, durante casi tres horas, este non plus ultra del repertorio para teclado.

6 y 8 de mayo de 2008: los dos últimos conciertos del Cuarteto Alban Berg en Madrid. Uno de los cuartetos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX dejaba los escenarios después de cuatro décadas en lo más alto, tocando a su mejor nivel obras de Haydn, Beethoven, Schubert y, cómo no, Berg. En su adiós no podían olvidarse de sus “amigos de Madrid”, como solía iniciar el primer violín, Günter Pichler, la presentación de las piezas que tocaban fuera de programa en sus puntuales citas anuales en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional.

25 de mayo de 2010:  Elisabeth Leonskaja toca las tres últimas Sonatas para piano de Franz Schubert en un mismo programa. El reto, intelectualmente mayúsculo y físicamente extenuante, se engrandeció aún más cuando, con insólita generosidad, la pianista georgiana regaló fuera de programa el Impromptu D. 899 nº 3 del compositor austríaco y, a continuación, la Fantasía Wanderer, una obra de más de veinte minutos de duración y de exigencias técnicas temibles. Casi tres horas de recital a ratos imperfecto, pero siempre cercano y veraz.

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