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PURO TEATRO

La leona en invierno

Norma Aleandro arrasa en la gira de 'Master Class', de Terrence McNally La actriz se despide de esta función tras 15 años en escena

Marcos Ordóñez
Norma Aleandro, a la derecha, en la representación de 'Master Class' en los Teatros del Canal de Madrid.
Norma Aleandro, a la derecha, en la representación de 'Master Class' en los Teatros del Canal de Madrid.Bernabe Cordón

Master Class de Terrence McNally, recrea las lecciones, abiertas al público, que Maria Callas, ya retirada, impartió en la Juillard School de Nueva York en 1971. El texto tiene sus torpezas (algunas frases trilladas, algún que otro cliché), pero acaba siendo un artefacto teatral formidable que exhala gracia y pasión por la escena, con una protagonista bigger than life, bocado cardenalicio para una primerísima actriz: la diva en declive, ególatra y sulfúrica, implacable sacerdotisa del templo del Gran Arte. Estrenó la función Zoe Caldwell, y siguieron Patti LuPone, Faye Dunaway y Tine Daly. En Francia la hizo Fanny Ardant, dirigida por Polanski. Nuria Espert obtuvo un gran éxito en 1998, a las órdenes de Mario Gas. Tras quince años encarnando a la Divina, sabiamente dirigida por Agustín Alezzo, Norma Aleandro despide Master Class con esta gira española.

Cuando veo a la Aleandro siempre me parece contemplar a varias actrices por el precio de una. Aquí me recordó muchísimo, quizás por la cercanía de su muerte, a Amparo Rivelles (la elegancia, el humor punzante, la autoridad instantánea, incluso el peinado), cruzada con Barbara Stanwyck: Rivelles cuando le dice a la soprano Sophie de Palma (Carolina Gómez), “querida, si canta en sánscrito no la entiendo”, Stanwick (ultrabitchy, nariz alzada, ojos de halcón) cuando le suelta luego “usted es gorda y fea, no puede permitirse el lujo de llorar: cantar es su única salvación”. Bitchy con causa: así era ella, patita fea (más oca que pata) en su adolescencia griega, despreciada por todos, antes de perder casi cuarenta kilos y convertirse en prototípico cisne, dispuesta a sacrificarlo todo por la ópera, con las palabras Disciplina y Coraje grabadas a fuego en las tablas de su ley. Más tarde, cuando le reproche falta de coraje a su segunda alumna, Sheila Graham (Lucila Gandolfo), a la hora de interpretar a Lady Macbeth, encontrará la horma de su zapato en la respuesta: “¿Qué pretende, que perdamos nuestras voces en menos de diez años, como le sucedió a usted?”. Entre zarpazos y contrazarpazos, la emoción: el maravilloso momento en que le muestra “de qué va” Tosca al tenor Anthony Candolino (Marcelo Gómez), pintándole la escena que precede a “Recondita armonía”, y consigue que su canto la atraviese, llevándola al borde de las lágrimas. Hablar de Norma Aleandro es hablar de un instrumento prodigiosamente controlado (pertenece a la raza de las que pueden decir, con absoluta credibilidad, “nunca muevas una mano si no van el alma y el corazón con ella”) que alcanza cotas de transustanciación. Aquí logra un portento semejante: la vemos evocar (el cisne abre sus alas) la plenitud de su debut en la Scala y al minuto siguiente empequeñecer de dolor, replegándose sobre sí misma, cuando recuerda al hijo que murió a poco de nacer. Su despliegue de facultades en Master Class es puro placer en vena. Hay que aplaudir, igualmente, las voces del tenor y las sopranos y el trabajo pianístico de Santiago Rosso.

Los hijos de Kennedy (Kennedy’s Children, 1974), de Robert Patrick, nacida en el off off Broadway, fue uno de los éxitos del teatro español de la transición: se estrenó en el Bellas Artes en 1977, donde permaneció medio año en cartel, y giró los dos años siguientes por España y Sudamérica, con Gemma Cuervo, Marisa de Leza y María Luisa Merlo encabezando el reparto. Dirigía Ángel García Moreno y un joven José María Pou firmaba la traducción y adaptación. Casi cuarenta años después, Pou la ha puesto en escena en el Alcázar/Cofidis de Madrid, donde está llenando desde hace varias semanas. “El sueño ha terminado”, la excesiva sentencia de Lennon, bien pudiera ser el lema de este oratorio por el fin de los ideales de los sesenta, que transcurre en un bar espectral del East Village neoyorquino, durante una tormenta. El montaje comienza con el eco retumbante de los disparos que acabaron con JFK, seguidos por el himno americano en la electrizada versión de Hendrix. Cinco solitarios. Cinco monólogos: se dirigen al público, pero no hablan entre sí. Los textos tienen un interés muy desigual. Comprendo su atractivo en 1977, porque algunos de sus temas eran un tanto arcanos para nosotros, pero el tiempo no ha pasado en vano.

También es dispar su enjundia dramática. Poco vuelo tiene, a mi juicio, el monólogo de Wanda (Emma Suárez), una fan fatal de Kennedy, al que ha elevado a los altares, y poco a poco va revelando un trasfondo derechista. No ayuda que una actriz de su calidad se instale (y que Pou se lo permita) en un registro monocorde, demasiado cercano a las caricaturas de señorita de clase alta que abundaban en el teatro independiente de los setenta. Álex García es un joven actor con fuerza y empeño, pero poco puede hacer con el soliloquio del soldado Mark, que escribe a su madre desde Vietnam: “Quiero contarte lo que nadie contó. Ahora sé qué es la guerra”, aunque no nos cuenta nada que no sepamos ya por Apocalypse Now o por las crónicas de Michael Herr, para citar solo dos ejemplos.

Fernando Cayo defiende con toda su energía el rol, un tanto fatigoso, de Sparger, actor gay (facción reinaza) que rememora, entre la pasión y el sarcasmo, la locura creativa y los excesos de la escena underground: su gran momento es la evocación de sus inicios en el teatro del desaforado Buffo. Los dos mejores papeles son, para mi gusto, el de Rona, una sobria y emotiva crónica del movimiento hippie y la lucha por los derechos civiles, que Ariadna Gil interpreta con sostenida verdad y creciente indignación, y el de Carla, una desencantada aspirante a actriz que, como tantas otras, creyó que iba a ser la nueva Marilyn (y que debía haber encaminado sus pasos hacia la factoría de Warhol): Maribel Verdú sirve muy bien el personaje, con su habitual viveza comunicativa, y brilla cuando canta, como un pájaro roto, un conmovedor Happy Birthday, Mr. President. La puesta en escena está muy cuidada y hay que destacar el espacio sonoro de Isabel Montero, repleto de temas clave de la época; la escenografía y vestuario de Ana Garay, y la selección de filmaciones a cargo de Álvaro Luna.

Norma Aleandro cierra su gira española con Master Class mañana en el Teatro Principal de Zaragoza. Los hijos de Kennedy. De Robert Patrick. Dirección de José María Pou. Intérpretes: Maribel Verdú, Ariadna Gil, Emma Suárez, Fernando Cayo y Álex García. Teatro Alcázar / Cofidis. Madrid. Hasta el 1 de diciembre.

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