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PURO TEATRO

En sueños camino contigo

Xavier Albertí ha comenzado su andadura al frente del TNC con 'Terra de ningú', de Harold Pinter La interpretación corre a cargo de Lluís Homar, José María Pou, David Selvas y Ramon Pujol

Marcos Ordóñez
José María Pou, sentado, y Lluís Homar, en una escena de 'Terra de ningú'.
José María Pou, sentado, y Lluís Homar, en una escena de 'Terra de ningú'.May / Zircus

Que yo sepa, No Man’s Land (1975), una de las piezas capitales de Harold Pinter, no se había estrenado en España, y dice mucho del talante de Xavier Albertí que la haya elegido para inaugurar su primera temporada al frente del TNC, en óptima versión catalana (Terra de ningú) de Joan Sellent. Es una obra que lleva años intrigándome, fascinándome, porque no la entiendo en sentido literal, pero sí creo comprender “de qué va”: sucede lo mismo con algunos sueños recurrentes. Una noche de verano, el poeta Spooner, casi un vagabundo, llega a la mansión de Hirst, un hombre de letras retirado del mundo por el alcohol, la demencia o ambas cosas, al que ha conocido en un pub de Hampstead. En el primer acto, Spooner y Hirst parecen no conocerse; en el segundo, podrían haber compartido un pasado muy lejano. Con Hirst viven Foster y Briggs, secretarios, criados, y quizás algo más, que no están dispuestos a que el recién llegado se convierta en el nuevo favorito. Se multiplican las preguntas. ¿Quién busca a quién? ¿Quién necesita a quién? ¿Spooner viene a rescatarle, a pasar cuentas, o a entrar en su vida (sueños incluidos)? ¿Es un personaje real o un alter ego de Hirst? Cabría pensar (reflexión obvia) que Pinter jugó a imaginar sus dos lados posibles: el que podría haber sido, de no tener éxito, y el que podía llegar a ser. O que Hirst es una destilación de los terrores de la edad madura: miedo a la soledad, a perder la cabeza, a perderse. Otra pregunta posible: ¿están en el infierno (o en su antesala)? Pinter era judío, y la mansión de Hirst recuerda al sheol hebraico, ese lugar donde los muertos viven una especie de vida congelada, la sombra de una vida, a la espera de destino. Como esa calle Bolsover evocada por Briggs, poblada de hombres perdidos de rostro gris, que vagan atrapados en un inesperado laberinto.

¿No Man’s Land es un texto críptico? Hasta cierto punto. A mí me resulta muy familiar, porque la lucha por el territorio es una constante en la obra de Pinter, porque Spooner no está tan lejos del Davies de El portero (1960), queriendo entrar como sea en la vida de dos hermanos, y porque los temas centrales de Viejos tiempos (1972) eran la intangibilidad del pasado y la memoria como arma arrojadiza.

De No Man’s Land (o Terra de ningú) me gusta su misterio, su humor desconcertante, sus vuelos líricos, sus ritmos siempre cambiantes, la música del texto. Es, en mi opinión, una pieza poemática porque funciona por ecos, del mismo modo que sus protagonistas parecen construir sus relatos a partir de los anzuelos que se lanzan mutuamente. Aquí, para entendernos, apenas hay calles de sentido único (y las que hay desembocan en el dédalo de Bolsover). Más que buscar la lógica de las acciones, quizás lo mejor sea dejarse llevar por las resonancias que nos suscitan: rastrear lo que hay en nosotros de Spooner y de Hirst.

Me gusta su misterio, su humor desconcertante, sus vuelos líricos, sus ritmos siempre cambiantes, la música del texto

El decorado de Lluc Castells, el vestuario de María Araujo y la luz de David Bofarull crean el envoltorio perfecto para la magia. En el centro se alza, como un altar, una vitrina refulgente, llena de copas y botellas: da una sed tremenda. A la izquierda, una puerta batiente cubierta de terciopelo oscuro; a la derecha, un cortinaje que se pierde en los telares. Junto a la cortina, el imponente sillón-trono de Hirst. No me convence, en cambio (empiezo por las pegas) la disposición en pasarela, con el público a ambos lados: a ratos el texto no se escucha como debiera. Creo que influye también lo que me parece una extraña colocación de los actores. Citaré tres ejemplos: la escena de Bolsover, que David Selvas (Briggs) interpreta con la espalda contra la puerta, de perfil a los espectadores; el muy cowardiano comienzo del segundo acto, con Lluís Homar (Spooner) y José María Pou (Hirst) a varios metros de distancia (y con la vitrina interpuesta entre ambos); la preciosa despedida de Hirst, que apenas llega porque Albertí, por razones que ignoro, sitúa a Pou ante la cortina, de nuevo dando la espalda a la audiencia. Pegas que señalo porque dificultan la recepción de un gran texto y reducen el voltaje de una función estupenda.

Lluís Homar hace uno de los mejores trabajos que le he visto. Sirve espléndidamente la constante dualidad de Spooner, que puede ser ángel y demonio a un tiempo, como algunos orishas. Mitad buscavidas y mitad chamán, pasa de una malignidad mandarinesca (que recuerda al Quilty de Lolita) al conmovedor ofrecimiento caballeresco, rodilla en tierra (¡gran momento!) del final. Muestra, en definitiva, lo que podría ser la esencia del personaje: un camaleón que cambia de color y de estrategia a cada paso.

José María Pou hace algo dificilísimo: ha de expresar con miradas, con silencios, con repentinas tiradas alcohólicas, como si estuviera de golpe poseído y luego abandonado por el lenguaje, la verdad de un hombre devastado, con la memoria hecha trizas. Su Hirst es una criatura becketiana, hermano de Krapp y de Hamm, y tan prisionero como los bebedores terminales de The Iceman Cometh de O’Neill. No hay nada más arduo en teatro que escuchar verdaderamente, atrapar cada palabra (y sobre todo lo que hay bajo cada palabra) del otro. Pou mira y escucha desde el lado de la sombra, y así nos hace verla, y le da majestad y derrumbe (literal) a un Hirst que aterra y conmueve como un rey loco.

David Selvas y Ramon Pujol están fenomenales como Briggs y Foster, pero creo que podrían estar explosivos. Desde luego que la obra no es Hilarious!, como la anuncian ahora en Broadway, pero esa otra pareja no es tan solemne, diría yo, como la propone Albertí. Yo creo que Briggs y Foster han de ser un poco más como el gato y el zorro de Pinocho (en versión cockney). En el texto, sus ritmos están muy cerca de los grandes clowns ingleses (Cooke & Moore, Mayall & Edmonson, etcétera) y tienen también, por descontado, un punto de fools. La escena de Bolsover la he visto siempre hecha a caballo entre el Dogberry de Mucho ruido para nada y John Cleese en un sketch de los Python, y arrasa. Selvas es un actorazo, pero su Briggs daría más miedo si riera más. Y lo mismo pienso de Pujol/Foster: demasiado caballero aquí, demasiado atildado. Problemas que se irán solventando a medida que la función, soberbia función, se ajuste.

Terra de ningú (No Man’s Land). De Harold Pinter. Dirección: Xavier Albertí. Intérpretes: Lluís Homar, José María Pou, David Selvas y Ramon Pujol. Teatre Nacional de Catalunya. Barcelona. Hasta el 24 de noviembre.

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