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Dos maestros del cine en un mundo bombardeado de imágenes

El cineasta Paul Schrader conversa en la Seminci con su colega Jacques Audiard sobre los fundamentos de sus carreras y el futuro de un arte que ya no tiene en cuenta a su pasado

Gregorio Belinchón
Paul Schrader (izquierda) y Jacques Audiard, ayer en Valladolid.
Paul Schrader (izquierda) y Jacques Audiard, ayer en Valladolid.Marta Cacho

A un lado, Paul Schrader (Grand Rapids, Michigan, 1946), guionista del mejor Scorsese, el de Toro salvaje o Taxi driver, y director de American gigolo, Mishima, Posibilidad de escape o de Aflicción. Un maestro del cine estadounidense. Al otro lado Jacques Audiard (París, 1952), también guionista en sus inicios y después director de películas como De latir mi corazón se ha parado, Lee mis labios, De óxido y hueso y de la sobrecogedora Un profeta.Un maestro del cine francés. Ambos han recibido este fin de semana sendas Espigas de Honor en la Seminci, el festival de cine de Valladolid, y los dos acceden a encerrarse una hora a hablar de cine. A su lado, cada uno lleva un traductor, lo que al final no interfiere para que se pregunten, dialoguen, muestren sus desacuerdos y eso sí, rían un montón.

 Pregunta. Ambos son creadores de un cine contundente, un tipo de cine que parece ir desapareciendo de la corriente principal de la industria.

Paul Schrader. Bueno, es que ese cine siempre ha sido minoría… y en todas las artes también. Lo singular ahora es que la sociedad pide menos de los artistas. Si la gente demanda más a los artistas, los creadores son mejores. Así que la clave no solo está en las películas, sino en el público.

Jacques Audiard. La función del cine ha cambiado en los últimos 30 años. Hacemos como si no hubiera pasado, pero sí mutó. Las herramientas han cambiado y en aquella función de presentar, explicar y cuestionar el mundo el cine hoy ya no está solo. Medios de comunicación, Internet… Hoy ya no sabes de dónde vienen las imágenes, vienen de miles de sitios. Vivimos en un abrevadero de imágenes. Si hablo demasiado, que Paul me golpee en la cabeza.

P. S. [RISAS]El cine ya no está en el centro de la cultura. Se ha fragmentado, se ha dividido. Es como la música. Ya no habrá otro Bruce Springsteen, sino 100 bruces. Al cine le cuesta más tener el impacto de antes. Pasa igual con la política. Si solo hablas con gente que opina lo mismo que tú, tienes un problema.

La clave no solo está en las películas, sino en el público

J. A. Hace 50 años si querías oír música te ibas a tu casa y la ponías. Ahora estás haciendo la compra y escuchas música.

P. S. Y eso provoca que ya no puedas estar al día. En YouTube se descargan centenares de horas de imágenes cada minuto. Tenemos acceso por Internet a cine y televisión de todo el mundo. La única manera de poder ver todo es inventar una máquina que lo vea todo, al estilo los call centers, las máquinas que criban las llamadas de las grandes compañías.

J. A. El problema actual no es cómo ver una imagen, sino cómo evitarlo.

P. S. Necesitamos máquinas que vean las películas y, como esas centralitas telefónicas, nos avisen cuando necesiten un humano, cuando haya algo interesante.

P. Y este proceso, ¿no provoca cierta melancolía entre los creadores?

P. S. La melancolía no es lujo que un artista pueda permitirse. No debemos protestar contra la tecnología, sino explotarla.

J. A. Y ser más inteligente que ella.

P. ¿Y cómo encaran ustedes esa tecnología?

P. S. [silencio profundo que Audiard interrumpe: “Estoy de acuerdo”. Schrader sonríe y se arranca]. Yo he creado un grupo en Facebook con amigos, que son aficionados y críticos de cine, un poco para descubrir qué no debo perdonar. Ya sé que todo no puedo verlo.

J. A. Yo ya no tengo respuestas hechas, porque antes me parecía una fatalidad y ahora es una oportunidad. Siempre que escriba estaré pensando en su paso al cine, y no tanto en las herramientas. Pero estoy convencido de que lo que ocurre ahora es mucho más interesante de lo que pasaba hace 30 años, al menos en el cine francés. Porque teníamos detrás toda la nouvelle vague, algo que pesaba mucho y a mí me aburría.

P. S. Es que el cine europeo de los sesenta y setenta, no solo el francés, sino Bergman, los italianos, fue una onda expansiva creativa irrepetible.

J. A. Pero en los setenta algo cambió: había una inconsciencia previa a la parte comercial del cine y a su fuerza creativa, y de repente toda la industria es consciente de esos valores. Puede que eso lo estropeara.

Vivimos en un abrevadero de imágenes, vienen de miles de sitios

P. S. Quería plantear otro cambio fundamental. Durante toda la historia del cine, este siglo y algo, las películas han estado encapsuladas en el modelo capitalista: si tú pagas, yo lo hago. Eso se ha roto. La tecnología lo ha roto. En mi caso, mi nueva película, The Canyons, nace así. Llamo a Bret Easton Ellis y le digo: “Tú escribes, yo dirijo y la pagamos entre los dos”. El cine se va a parecer más a los cuadros, a las canciones. Hablé hace poco con Scorsese y comentábamos: “Cuando éramos jóvenes fantaseábamos con la pluma-cámara, como concepto de creación y como tecnología. Pero nunca nos lo creíamos. Ahora existen esas cámara-bolígrafos, y no tienen tanta gracia”.

P. Esa decadencia de la importancia del cine se nota en las salas y en los festivales, que antes eran plataformas de lanzamiento y ahora parecen -exceptuando Cannes, un mercado- cónclaves para elegidos.

P. S. Porque ahora los festivales deben de ser los nuevos comisarios, que elijan entre tal abundancia de producto. A Sundance llegan 10.000 filmes, de esos se ven 100, y se distribuirán 10. Los festivales son hoy los porteros, los guardametas. Y solo puedes avanzar pasando por esas puertas.

J. A.Muy de acuerdo. Mira, cuando yo aprendí el cine, pasé obligatoriamente por la historia, y eso estaba en la filmoteca, de donde no salí de los 15 a los 20 años. No era una revisión del pasado, sino que lo sentías como parte del presente. Hoy, vuelvo a la filmoteca y tengo la sensación de estar en un cementerio, donde las películas se presentan como lápidas inmutables: el rol del cine ha pasado.

P. S. Pero sabes que cualquier niño puede ver en Internet la historia del cine.

J. A. Y por eso es más doloroso ver cómo la gente hace cine sin relacionarse con el cine: los creadores jóvenes cogen el cine… en marcha. No se relacionan con el pasado, no lo necesitan para trabajar.

P. S. Nadie se toma el cine en serio, y para mí, lo es.

J. A. Exacto, yo dudé si hacer cine o teatro, porque era igual de importante. Pero cuando el cine entra en los museos, perdemos su cara más increíble: su popularidad, su acceso a la gente. O estás en la industria o estás en el museo. Es triste. Me asusta mucho la imbecilidad ideológica de mucho del cine actual. ¿Puedo preguntarte algo, Paul? ¿Qué respondes cuando te dicen que eres un artista?

P. S. Todo el mundo es un artista. A algunos les pagan por ello. La mujer que cocina bien en casa es una artista, aunque no sea una profesional. Un artista profesional es una persona a la que pagan por aportar un sentido a la realidad.

J. A.La palabra pagar me provoca algún problema… ¿Puedo sustituirla por tomar riesgos? A mí me cuesta mucho responder a eso de ser artista.

La charla sigue. Se llevan la contraria hablando sobre dónde ver o deben verse las películas (“Mira, cinco minutos de un mal filme siguen siendo una eternidad, estés dónde estés”), se ríen de Godard (“Dijo eso de que ‘una gran película lo es siempre por la razón incorrecta’, pero es que Godard tiene frases para todo”) y Schrader acaba enseñándole a Audiard el primer rollo de su película… en una pantalla de móvil: “El cine continúa conmoviéndome”. Al francés solo le queda asentir.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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