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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rapto

No parece un accidente que la propuesta de financiación autonómica hecha por los populares catalanes coincida con la exigencia madrileña de aprobar un nuevo sistema

David Trueba

Una de las grandes virtudes políticas de Mariano Rajoy es que no es chirriante. Al contrario que otros colegas, no opta por el titular imprudente ni la zambomba hueca para comunicarse con sus electores. Es cierto que abusa de su virtud. Deberían recordarle aquella sentencia de un verdadero profesional de la política como Tayllerand cuando sostenía que no hacer ni decir nada garantiza un gran poder, siempre y cuando no se abuse de ello. Lo que parece evidente en los últimos tiempos es que ha entendido el error de su inacción en el conflicto catalán, la equivocada receta del inmovilismo ha fabricado frustraciones colectivas. No debería olvidar tampoco que el resto del Estado también da señales de frustración inaguantable, la de no sentirse protegido ni concernido en la pelea por salir adelante.

No parece un accidente que la propuesta de financiación autonómica hecha por los populares catalanes coincida con la exigencia madrileña de aprobar un nuevo sistema, y a ser posible que no perjudique a las comunidades que más aportan de sus ingresos. Curiosa coincidencia que abre una lata de sardinas que hasta ahora Rajoy guardaba a buen recaudo, protegido bajo la crisis financiera y el ajuste fiscal, tan sangrante para el consumo de la clase media, verdadero motor de un país como el nuestro. De nuevo le toca enfrentarse a los dragones de su propio bando, pero cada vez la espada es más pequeña, el tiempo más corto y el margen menos cómodo.

Ayer publicaba Ignacio González un interesante artículo en este periódico donde defendía sus exigencias como una mejora del sistema para toda España. Desde la capital se tiende la mano hasta agarrar la vía catalana en Vinaroz, dirán algunos. Allí cifraba en 1.300 millones de euros lo que el sistema les niega, aunque sea el mismo sistema que les ha concedido la capitalidad. Lo gracioso era su argumento sentimental, con ese dinero se podrían construir 274 colegios o 158 bibliotecas. Como si construir colegios y bibliotecas públicas hubiera sido una prioridad del Gobierno autónomo que preside. Ay, qué enternecedor resulta hacer cuentas de la lechera con educación y cultura, pero cuando llega el dinero contante y sonante bien que se va en otras cosas. Un rapto poético lo tiene cualquiera.

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