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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cómanselos

Multar por ser pobre o no tener hogar es el paso definitivo hacia lo inconstitucional

David Trueba
Un mendigo en Madrid.
Un mendigo en Madrid.Carlos Rosillo

Hace unos años, cuando Ruiz-Gallardón aún pugnaba por que Madrid fuera una ciudad puntera —ambición loable aunque equivocara los métodos— propuso prohibir a los hombres-anuncio al ver proliferar en el centro a personas que portaban carteles de “compro oro”. Rápido cayó en la cuenta de que en un país sumido en la precariedad era complicado definir desde un despacho lo que se podía considerar empleo digno y lo que no. Hoy un empleo así es envidiado por muchos. Por eso llama la atención que ahora el Ayuntamiento de Madrid, en imparable decadencia, se plantee multar a los mendigos.

Nadie sabe si las multas incluirán el embargo de los cartones donde duermen o la confiscación de los céntimos recaudados. En realidad, multar por ser pobre o no tener hogar es el paso definitivo hacia lo inconstitucional. No alcanza para garantizar el derecho a un trabajo y a una vivienda digna, así que se penalizará la tragedia. Hace pocas semanas lo criticábamos en Hungría y ahora lo celebraremos en nuestra capital de la indiferencia. Ciertos gobernantes han confundido su cargo, un privilegio temporal ganado por votación, con el título de propietarios sobre las personas y los bienes públicos. Es ya habitual que el ministro de Hacienda imponga sus filias y sus fobias en el reparto de los impuestos de todos con total naturalidad, pero considerar que los pobres y los mendigos agravian a la ciudad que no tiene nada que ofrecerles es rizar un rizo bien peligroso.

Vimos que, en Lampedusa, a la muerte masiva de inmigrantes se le sumó que la ley obligaba a multar a los supervivientes con 5.000 euros por carecer de papeles y alcanzar la costa de manera ilegal. Los muertos recibían funeral de Estado y los vivos la orden de expulsión. Las lágrimas se ahogan en hipocresía. El fracaso de los gobernantes parece ser combustible para las ideas más peregrinas. Pronto serán los pobres quienes tendrán tan difícil entrar en el reino de los cielos como un camello por el ojo de una aguja. Ya no les pertenece ni el derecho a la derrota ni la libertad que concede haberlo perdido todo. Creo que Jonathan Swift fue mucho más constructivo y elegante cuando propuso que para acabar con los pobres lo mejor era comérselos.

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